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Quemarse a lo bonzo y después

Maitena narra cómo escribió Rumble, su primera novela: una historia adolescente de desamparo y excesos, parecida a la suya.

Esta novela sólo pude escribirla con mi padre muerto; le hubiera dolido mucho", dispara sobre el final del diálogo Maitena Burundarena, al hablar de Rumble (Lumen), consciente del cambio de tono. Y es que el relato que propone ahora la archiexitosa historietista tiene más de excesos y dramatismo de intemperie que de la ironía distendida de sus famosas Mujeres alteradas. Aunque haya pinceladas de humor ("las que resistieron las trece reescrituras", dirá ella) y también un trabajo con la imagen, deudor de su instinto de artista visual autodidacta. La historia se ubica a puro vértigo en Buenos Aires y los tremebundos años setenta, entre la muerte de Perón y el Mundial de fútbol de 1978, usado por la dictadura como fenomenal usina propagandística, con una protagonista sin nombre, cuya biografía se parece demasiado a la de la autora: adolescente de familia numerosa, católica, de derecha y clase media alta, con padres ausentes (él por un trabajo que lo llevará a ser ministro de Educación de los militares; ella por una crisis de nervios a perpetuidad que se abismará en depresiones y conocerá algún psiquiátrico).

Para esta joven de doce años, perdida en un malón de hermanos (entre alguno, carne de seminario, capaz de darse con cilicio y algún otro juntando coraje para asumirse gay), que cambia de colegio como de medias e idolatra a Patricia Hearst ("es una genia; una chica rica y malcriada que se pasó al bando de sus secuestradores", escribe), crecer -en ese clan y en aquel tiempo- suena a estampida, a sacudón. A "rumble", la palabra que las historietas reservan para el temblor que acompaña ciertas catástrofes: piedras despeñándose por la ladera de una montaña o el estallido de un volcán.

Humorista de prestigio, traducida a doce idiomas y con historietas publicadas en treinta países, el cambio de registro fue una sorpresa para la misma Maitena (Buenos Aires, 1962). "Yo pensé que era una novela de aventuras, que podía ser divertida pero fue cambiando. El gran tema, creo, es el desamparo y, también, el embarazo adolescente, toda la cadena de cosas, acciones, omisiones y desprotecciones que llevan a él. Y sí, tiene una base autobiográfica muy grande, pero es un trabajo de ficción, una construcción. Como la foto de portada: en el original soy yo, 'haciéndome la rata' (novillos) en plaza Francia a los 14 años, pero todo está tuneado, pichicateado: el encuadre, los colores, la cara no se ve... Lo que pasa con la portada pasa hacia adentro con la historia. Soy y no soy", define ahora en el salón de su casa porteña, un quinto piso sobre avenida Callao.

Maitena habla rápido, se ríe mucho y repite que no es buena para las entrevistas ("siempre hablo de más, digo lo que no quería decir y cuando las leo me quiero mataaaaar"); asegura que no extraña para nada trabajar con el peso de la entrega diaria o semanal de una historieta (ritmo "de esclavo nubio" que dejó en 2006), que no se siente escritora ("a lo mejor, dentro de 20 años, todavía no, me falta mucho") y que ahora, con su primera novela en la calle y mientras ha empezado a escribir otra ("sobre una mujer y su hijo, en los años ochenta"), sólo quiere "el trabajo del principiante: buscar, no saber cómo se hace, tantear, recuperar cierta inocencia", una fórmula que le permite leer, escribir y divertirse haciéndolo.

PREGUNTA. Rose Moss, una escritora sudafricana que ha sido profesora de escritura en Harvard, afirma que todas las primeras novelas son catárticas. ¿Lo fue

Rumble para usted?

RESPUESTA. Sí. Yo ya había escrito relatos cortos con base autobiográfica, pero lo interesante fue cuando Rumble dejó de ser un puñado de recuerdos y se transformó en una novela. Allí estuvo el trabajo grande, el aprendizaje que me llevó tres años. Primero escribí cosas que pasaron y personajes y descripciones y voces y blablablá. ¡Un plomo! Luego entendí, gracias a Rosa Montero, que la autoconmiseración es horrible y taché lo que pudiera sonar a eso. Que la protagonista no soy yo. Y empecé a mentir. ¿Qué recuerdos? Preguntale a tus hermanos cómo fue tu infancia; yo tengo seis, todos te van a dar una versión distinta.

P. ¿Y su familia lo entendió?

R. Mis padres ya no están y mis hermanos siempre han entendido mi trabajo. Yo me he mandado barrabasadas enormes, como sacar en un dibujito al novio de mi hermana separado y que todavía estaba con la mujer. Cuando uno se expresa tan abiertamente, llega un momento en que caen todos, porque necesitás mucho material. La vida es el material, ¿de qué se puede hablar, si no? Trato de cuidar a la gente que quiero y es lo que voy a seguir haciendo. Y después, me prendo fuego a lo bonzo; si no, me dedico a otra cosa.

P. La casa que describe más que cobijar, expulsa: todos llegan para irse. La protagonista, pero también el personal doméstico, el padre que huye a misa o al trabajo, los hermanos... La única que se queda, atornillada a su infelicidad es la madre.

R. Tiene que ver con la época que se narra. Sobre todo en la case social de Rumble era muy común que las mujeres estuvieran en la casa, deprimidas. Ahora trabajan y lo pasan mejor. Pero entonces, no era raro ir a la casa de un amigo y que la madre estuviera enterrada en el sarcófago, a puertas cerradas, y te dijeran "la vieja está durmiendo". El personaje de la madre es muy importante porque a la edad de la protagonista, esa figura es esencial. Como contrapartida, la novela fue armándose como el relato de la calle. La protagonista trata de escaparse todo el tiempo, viviendo la calle como hogar y allí la experiencia del margen, del desamparo, de lo distinto, del amor de Hernán, que no es un gran amor sino el que se enamora de ella, de la droga, de la separación. Eso es también Holden Caulfield, el personaje de Salinger, ¿no?: unos días en la calle. Y la sensación de que, al menos en esta historia, todo lo que puede salir mal, sale mal; esa es la idea fuerte de Rumble y una clave de lectura del final, que es la parte que más me gusta.

P. ¿Había una intención suya de filtrar el clima político?

R. No, no tuve más intención que la de escribir. Después me di cuenta de que todo se contaba en un tiempo muy particular. Elijo contar 1974 y llegar a 1978 en Buenos Aires: es una época históricamente terrible, era imposible que no se colara en la descripción la muerte de Perón o un operativo militar o diálogos en los que se hablara como en mi casa de "la guerrilla". Pero la historia está contada desde otro lado. Un amigo español me dijo que tuvo grandes momentos de identificación con el clima opresivo del franquismo y supongo que aunque la novela es de aquí, la historia podría haber pasado hasta con una chica usando velo.

P. La cita de León Bloy que abre la novela

-Todo lo que sucede es adorable- da idea de reconciliación. ¿Se escribe para que no duela o porque ya no duele?

R. Esa frase me la dijo mi padre cuando quedé embarazada siendo adolescente y para mí fue terrible; no la entendí, me enojé muchísimo. "¿Qué dice? Con el quilombo que es mi vida, ¿qué me dice?". Él como cristiano pensaba que aquello también lo había mandado Dios para algo. Treinta años después te digo que tenía razón. Por eso creo que la frase vale en los dos sentidos. Es una historia triste. Pero sirve contarla. Creo en el poder sanador de las palabras. Tiene que ver con el psicoanálisis, también. Me he analizado muchísimo, pero no termino de entregarme. En cambio con la escritura tengo un vínculo mucho más ligero. Toda mi vida, ante hechos importantes, escribí. Guardo cuadernos con ideas, chistes, guiones, frases, cosas que escuchaba y siempre los usé para trabajar. Noches de emborracharme y escribir para poder seguir adelante, para sacártelo, para sanarte. Cada uno se cura como puede.

P. ¿Cómo resolvió su padre la contradicción de ser cristiano y participar de una dictadura acusada de desapariciones y torturas?

R. Negándolas, fue un gran negador, por de pronto, del mal de su propia mujer. Cuando leyó en La Nación las atrocidades que habían hecho los militares se dio cuenta de que habían sucedido de verdad. Como hija yo no fui a tirárselo en la cara; sabía que en ese momento él no sabía.

P. El año que viene cumple 50 años, ¿qué da más

rumble, ser hijo o ser padre?

R. Ser padre porque te da culpa. Uno es la persona que es, con sus grandezas y sus miserias y nadie como los hijos para saberlo. A tus padres los perdonás y querés que tus hijos te perdonen a vos. Todas las familias son disfuncionales, una mezcla de cosas buenas y malas que van pasando y hay distintas épocas. Es como la pareja: el valor está en el recorrido. Mi madre murió el año pasado y no llegó a leer la novela. Rumble para mí fue la manera de llegar a ella; la vi desde afuera y fue facilísimo. Me acerqué y pudimos disfrutarnos, divertirnos. Esta novela se la dedico, como hice con mi primer libro de historietas, "para la reina de las alteradas". Sigue siendo mi madre, llevándose todo.

P. ¿Le hubiera gustado el libro?

R. No, se hubiera puesto triste. Escribí los últimos dos borradores después de su muerte y fueron de mucha libertad. Se hubiera enojado muchísimo: "¿Por qué pusiste eso si no es cierto? Yo en mi vida tomé una copa de vino!?". Está bárbaro como pasó cada cosa a su tiempo. Me alegré de que se muriera. Estoy mucho mejor desde que se murió mi madre. Es horrible decirlo. Siento una gran libertad que nunca había sentido y una paz total en el alma. Me parece genial que se haya ido con lo nuestro bien. Pero la idea de que no esté más, me gusta. A mi papá lo extraño, a ella no.

Rumble. Maitena. Lumen. Barcelona, 2011. 288 páginas. 17,90 euros.

El País

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