Para entender mejor la época en la que ha trabajado el escritor y periodista José Catalán, conviene recordar que la censura de prensa era feroz, que las autoridades vivían obsesionadas por el mantenimiento del orden público y que el género de sucesos se convirtió en cierto modo en la estrella del periodismo, con unos periodistas que, en algunos casos, escribían al dictado de la policía y hasta presumían de usar pistola. El propio autor arranca el prólogo planteando una pregunta -"¿se puede conocer un periodo histórico a través de los crímenes que lo conmocionaron?"- a la que responde a lo largo de las casi trescientas páginas del libro, en las que se funde el pasado con datos actuales que enriquecen el relato. Su idea es usar la criminalidad como un espejo invertido de la sociedad de su tiempo. "En la respuesta de las autoridades, en cómo fueron perseguidos, juzgados y sentenciados aquellos graves delitos, surge la esencia de aquel Régimen, sus mecanismos de poder y sus objetivos de control", añade el autor.
La crónica se articula a través de una docena de casos con protagonistas tan diferentes como Carmen Broto, la envenenadora de Valencia; los quinquis, un lumpemproletariado nómada con más dificultades que los gitanos; el Arropiero, el primer asesino en serie español, recluido en la prisión de Carabanchel durante más de dos décadas y nunca juzgado, o el crimen de los Galindos.
Mientras los españoles seguían las andanzas de El Lute, convertido en el enemigo público número uno, tuvieron lugar varias ejecuciones políticas, "brutales escarmientos para quienes se atrevían a desafiar al franquismo y advertencia para el resto". En ese contexto triunfaba El Caso, semanario dedicado a la crónica de sucesos, en el que brilló Margarita Landi, periodista especializada y fumadora de pipa. El diario de las porteras, como lo llamaban sus detractores, era el primero en llegar al lugar de los hechos, avisado en ocasiones por la propia policía, pero también reflejo de unos años muy duros.
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