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Espejos invertidos

Ensayo. A comienzo de los años cincuenta del pasado siglo, los crímenes podían llegar a formar parte del romancero popular. En muchas zonas rurales de España no había llegado la televisión, los periódicos locales tampoco y las radios sonaban en pocas viviendas. En ese limbo, que ahora parece completamente inimaginable y para algunos, incluso, hasta placentero ante la ausencia de ruido, un asesinato, al estilo de El cartero siempre llama dos veces, pero en versión charra podría convertirse en una bomba informativa. "Con auxilio divino, / con la protección del cielo, / le pido me dé su gracia, / para explicar un suceso. / Es la acción más inhumana / es el crimen más horrendo / que han oído los lectores / y escucharán los modernos... / En el pueblo de Tardáguila, / provincia de Salamanca / se ha cometido este crimen / por una mujer muy mala". Convertido en coplas y romances de ciego, el asesinato de Domingo Laso de Vega, un labrador rico que se había casado con su prima Ramona, recién acabada la Guerra Civil, fue mil veces relatado por las plazas de los pueblos. El tercer elemento en este asunto llevaba por nombre Lino, un labriego castellano empleado para el trabajo del campo que comía y dormía en el domicilio conyugal. Ramona acabó ¡condenada a muerte! como autora de un delito de parricidio con alevosía y Lino, a treinta años de reclusión mayor. Ramona murió olvidada en una cárcel tras ser conmutada su pena. Francisco Franco gozaba del derecho de gracia.

Para entender mejor la época en la que ha trabajado el escritor y periodista José Catalán, conviene recordar que la censura de prensa era feroz, que las autoridades vivían obsesionadas por el mantenimiento del orden público y que el género de sucesos se convirtió en cierto modo en la estrella del periodismo, con unos periodistas que, en algunos casos, escribían al dictado de la policía y hasta presumían de usar pistola. El propio autor arranca el prólogo planteando una pregunta -"¿se puede conocer un periodo histórico a través de los crímenes que lo conmocionaron?"- a la que responde a lo largo de las casi trescientas páginas del libro, en las que se funde el pasado con datos actuales que enriquecen el relato. Su idea es usar la criminalidad como un espejo invertido de la sociedad de su tiempo. "En la respuesta de las autoridades, en cómo fueron perseguidos, juzgados y sentenciados aquellos graves delitos, surge la esencia de aquel Régimen, sus mecanismos de poder y sus objetivos de control", añade el autor.

La crónica se articula a través de una docena de casos con protagonistas tan diferentes como Carmen Broto, la envenenadora de Valencia; los quinquis, un lumpemproletariado nómada con más dificultades que los gitanos; el Arropiero, el primer asesino en serie español, recluido en la prisión de Carabanchel durante más de dos décadas y nunca juzgado, o el crimen de los Galindos.

Mientras los españoles seguían las andanzas de El Lute, convertido en el enemigo público número uno, tuvieron lugar varias ejecuciones políticas, "brutales escarmientos para quienes se atrevían a desafiar al franquismo y advertencia para el resto". En ese contexto triunfaba El Caso, semanario dedicado a la crónica de sucesos, en el que brilló Margarita Landi, periodista especializada y fumadora de pipa. El diario de las porteras, como lo llamaban sus detractores, era el primero en llegar al lugar de los hechos, avisado en ocasiones por la propia policía, pero también reflejo de unos años muy duros.

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