Todo empezó cuando en 1999, impelido por la irrupción de los islamistas en el poder, se decidió a escribir un libro, una novela negra donde un policía resabiado acaba denunciando la corrupción y el fanatismo religioso. Fácil de hacer los símiles. Pasó automáticamente a ser un intelectual proscrito. Su labor de denuncia y en pro de la democracia en el norte de África es lo que ha hecho merecedor del preciado galardón, que en los dos últimos años ha recaído en David Grossmann y Claudio Magris y que se entregará el domingo.
La obra en cuestión, El juramento de los bárbaros (que estos días aparece publicada por Alianza en España, donde hasta ahora sólo estaba disponible La aldea del alemán, editada por El Aleph y Columna, en catalán) fue el inicio de una trayectoria literaria que en apenas una decena de años se ha traducido ya en cinco novelas y dos ensayos. A cuál más valiente y clara. Se ha negado a firmar con pseudónimo como le sugirió su editorial francesa (Gallimard) y sigue viviendo en su país, un caso prácticamente único entre los intelectuales disidentes en un área que vive una convulsión que el ingeniero laico y francófono Sansal, coherente, no duda en cuestionar.
"Esta primavera árabe no creo que cambie muchas cosas, soy pesimista: se están manteniendo los dos grandes pilares de esas sociedades: lo militar y lo religioso y así no iremos a ningún lado". Franco como siempre, exige otro tipo de revolución: "para poder cambiar las cosas es el propio pueblo, nosotros los que debemos, hacer la revolución; en general, las sociedades del norte de África son muy tribales, tradicionales, donde el padre oprime a la madre; el hijo, al hermano; el fanatismo religioso lo oscurece y dogmatiza todo... Este tipo de sociedad es más represiva que la represión islamista. El pueblo mismo, nosotros somos nuestro propio enemigo".
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