La gran cita editorial arranca hoy, pero el bar del selecto hotel Hessischer Hof ya bulle entre agendas y contratos. Hay que atar el libro o al autor cuanto antes y evitar subastas (o pactarlas). Sorprende (o no) hablar en ese contexto de crímenes del pasado, que vuelven como fantasmas y que caracterizan siempre los casos de Erlendur. "Soy historiador y me gusta excavar dentro de la gente, saber quién era hace 40 años y ahora; cómo han llegado a procesar una tragedia en su vida; no se haga ilusiones: nunca nos libramos del pasado".
El inspector de ficción sabe de qué va eso: perdió a su hermano de ocho años en una tormenta de nieve típica islandesa, y sus hijos, a los que abandonó de pequeño, son drogadictos. La culpa asoma tanto como el mal tiempo y, admite el autor, el calvinismo religioso nórdico no anda lejos. "El sentimiento de culpa es una fuerza muy poderosa, erosiona como poco en la vida".
Esas dos coordenadas dan un aire inimitable a la novela negra que practica Indridason, como rezuman su exitosa La mujer de verde, Las marismas, La voz o El hombre del lago. Una singularidad que admite que le vino forzada porque "no sería creíble una novela negra con tiroteos y violencia en donde casi no hay asesinatos; la monotonía islandesa me llevó a buscar una tensión interior de los personajes que motivara al lector. Me da igual que en la página 70 ya se intuya quién es el asesino: yo quiero explicar cómo era ese hombre y por qué pasó lo que pasó".
Y para contarlo no importa si cae el mítico estado del bienestar nórdico. "En la Europa continental tienen una imagen idealizada de Islandia, de silencio, aire puro y parajes bonitos: Islandia tiene prostitución y problemas serios de drogas y de violencia doméstica; no somos tan inocentes cerca del Ártico".
Y admite en esa mirada las influencias de la pareja sueca negra Maj Sjöwall y Per Wahlöo ("me encantaba la cotidianeidad de sus investigaciones policiales"), a la que le siguen las de Ed McBain y John Le Carré. ¿Cuál es el mensaje de su novela negra, pues? "El de que vigilen a los hijos; puede sonar reaccionario, pero el núcleo de la sociedad humana es la familia; su desestructuración explica muchas cosas".
Erlendur también representa el mundo de los que se quedaron a medio camino cuando hubo el salto de la sociedad agropecuaria islandesa a una hipercapitalista. "Mi personaje no está a gusto ni en este tiempo ni en esta Reikiavik". Pues como él deben ser bastantes, porque de cada novela se venden 30.000 ejemplares en su país, cuatro veces más que un bestseller normal. O sea, que un 10% de la población le lee. "Refleja muchas preocupaciones de los islandeses: los cambios tecnológicos, la desorganización social...".
Entre esas preocupaciones está la de la supervivencia de la lengua islandesa. En su discurso de hoy, Indridason hace un bello llamamiento a mantener la riqueza donde "las características que nos definen tienden a desaparecer con cada nuevo Facebook". Lo remacha: "Hay estudios que demuestran que en 100 años habrá tales cambios en el islandés que no lo reconoceremos, mutará hasta la sintaxis. La diversidad tiene que defenderse como sea y, sin quererlo, desde el mundo anglosajón se niega cantidad de riqueza humana, que no puede cuajar aplastada por su dominio cultural".
Ahí Indridason cree que la feria de Francfort "hace justicia a la tradición literaria riquísima de las sagas, que viene desde la Edad Media y que salvó a toda la literatura nórdica". Y lo emparenta a su inspector Erlendur Sveinsson a partir de un estilo conciso, el desarrollo rápido y los grandes temas como el amor, la honra, la venganza. "Las sagas ayudan a cultivar eso; somos un pueblo de narradores y hasta la primera novela negra del mundo quizá sea la saga de Gisli Surson, donde aparece un hombre muerto en extrañas circunstancias", lanza.
La presencia de Islandia en Fráncfort llega a los tres años de la gran hecatombe económica del país, que devaluó la moneda un 60% y se llevó por delante a tres grandes bancos. "Los islandeses siguen muy enfadados y creen que el gobierno va lento; nuestro gran debate fue si como estado debíamos pagar a los bancos y empresas sus deudas y se decidió que no; esa debería ser la regla de oro para España también", lanza. Y casi como arrepentido, regresa a su Erlendur Sveinsson, cuyo 12º caso saldrá ahora en Islandia. Promete: está ambientada en la gran partida de ajedrez Fischer-Spassky de 1972 en Reikiavik. "Gran idea, ¿eh?", lanza con su vozarrón. Por suerte, Wylie está con otros papeles...
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