Déjame en paz, mi querido inglés. Déjame en paz. Hagamos en cambio otra cosa. Nos casaremos cuando estemos en el cielo, pero en esta tierra ¡no! ¿Crees que la solución es mala? En nuestro hogar celestial, nuestras vidas serán enteramente espirituales. Entonces, todo será muy inglés, porque la monotonía está reservada para tu nación (en amor claro está, porque sois muy ávidos para los negocios). Amas sin placer. Conversas sin gracia, caminas sin prisa, te sientas con cautela y no te ríes ni de tus propias bromas. Sin atributos divinos, pero yo, miserable mortal que puedo reírme de mí misma, me río de ti también, con todo esa seriedad inglesa. ¡Cómo padeceré en el cielo! Tanto como si me fuera a vivir a Inglaterra o Constantinopla. Eres más celoso que un portugués. Por eso no te quiero. ¿Tengo mal gusto?
Pero basta de bromas. En serio, sin ligereza, con toda la escrupulosidad, la verdad y la pureza de una inglesa, nunca más volveré a tu lado. Eres católico y yo atea y esto es una razón mayor y todavía más fuerte. ¿Ves con qué exactitud razono?
Siempre tuya
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