Hay textos llenos de sentido que están condenados a una muerte instantánea. Palabras dichas en voz alta a las que la memoria apenas da cobijo. De eso habla Fernando Iwasaki (Lima, 1961) en Arte de introducir, de las palabras que nacen para ser escuchadas una sola vez y cuya "propensión al desvanecimiento" tiene semejanza con aquellas materias que Aristóteles llamó "cuerpos sutiles". Es decir, "la espuma, el musgo, la nieve y el semen". En el libro, Iwasaki rescata las presentaciones, ese texto anfitrión que se lee ante la concurrencia para decir de un autor, artista o de su obra. Y al estar ahí impresas en el libro (Iwasaki recoge presentaciones que realizó durante las dos últimas décadas), es decir, quietas y observadas, se comprueba la convincente historia que se cuenta. Se escucha lo del "valor del tiempo no percibido" en la escritura de Javier Marías, o la "naturaleza social de la condición humana" en las novelas de Belén Gopegui, por ejemplo.
En el libro hay una liminar tan hilarante como sabia y reivindicativa, que argumenta no sólo sobre la utilidad de hacer visible el texto anfitrión sino sobre las cualidades y características que éste debe tener. Y si Arte de introducir contiene elogio a la voz que se oye pero que muere al momento, en Sevilla sin mapa, otro libro de Iwasaki, se da la bienvenida a quienes sobre esa ciudad escribieron. Personajes célebres o viajeros anónimos, "sevillanos apócrifos", como les llama el autor, que anotan su paso por la ciudad. Una ciudad que puede ser amada, denostada o adorada y cuyo detalle observado por quien lo vio resulta curioso y a veces demoledor. A Byron le impresiona la belleza de una mujer, Karel Capek dice sobre el flamenco, Arthur Koestler se asombra de que la gente se levante siempre tarde "incluso en guerra", y según Lady Tenison, para los sevillanos son necesarios los desenlaces felices en las obras teatrales. Iwasaki hila con agudeza la voz de otros con la suya propia tejiendo un anecdotario muy singular. Hay que añadir la extensa e interesante bibliografía que contiene Sevilla sin mapa. Dos libros, pues, que son elogio de las palabras: las que se dijeron y las que se escribieron. Y en ambos hay descaro y una locuacidad que invita a querer saber más sobre autores, artistas y obras.
En el libro hay una liminar tan hilarante como sabia y reivindicativa, que argumenta no sólo sobre la utilidad de hacer visible el texto anfitrión sino sobre las cualidades y características que éste debe tener. Y si Arte de introducir contiene elogio a la voz que se oye pero que muere al momento, en Sevilla sin mapa, otro libro de Iwasaki, se da la bienvenida a quienes sobre esa ciudad escribieron. Personajes célebres o viajeros anónimos, "sevillanos apócrifos", como les llama el autor, que anotan su paso por la ciudad. Una ciudad que puede ser amada, denostada o adorada y cuyo detalle observado por quien lo vio resulta curioso y a veces demoledor. A Byron le impresiona la belleza de una mujer, Karel Capek dice sobre el flamenco, Arthur Koestler se asombra de que la gente se levante siempre tarde "incluso en guerra", y según Lady Tenison, para los sevillanos son necesarios los desenlaces felices en las obras teatrales. Iwasaki hila con agudeza la voz de otros con la suya propia tejiendo un anecdotario muy singular. Hay que añadir la extensa e interesante bibliografía que contiene Sevilla sin mapa. Dos libros, pues, que son elogio de las palabras: las que se dijeron y las que se escribieron. Y en ambos hay descaro y una locuacidad que invita a querer saber más sobre autores, artistas y obras.
Comentarios