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El dinero "no era el fin último" de los mercenarios, según un estudioso

Sevilla, 15 ago (EFE).- "El dinero no era el fin último de los mercenarios, sino sólo un aliciente más; también contaba el deseo de aventura y que, en muchos casos, era su oficio y no sabían hacer otra cosa", ha dicho a Efe Joaquín Mañes, autor de "Soldados sin bandera" (Editorial Magasé).

Mañes ha centrado su estudio en las actuaciones mercenarias en Congo, Biafra y Angola, y destaca las operaciones de un grupo de casi un centenar de españoles en el Congo en 1966, entre los que había taxistas, ferroviarios, estudiantes y, entre los militares, más paracaidistas que legionarios.

Contratados por Mobutu para aplastar la rebelión simba inspirada en Lumumba, este grupo español formó parte del "2º de Choque", integrado por cuatrocientos congoleños y el centenar de españoles, entre ellos toda la oficialidad, y al frente de los cuales estuvo el comandante Carlos Martínez de Velasco y Farinos.

Esta unidad contaba hasta con su propio capellán español, el padre Casanueva, misionero en África y al que Martínez de Velasco, católico practicante, contrató "con obligación de vestir uniforme militar y portar pistola para garantizar su propia defensa", según Mañes.

La imagen elegida para la portada de su libro es la de un español y un congolés tocado con la boina roja de los mercenarios de Mobutu que ayudan a andar cogiéndolo por los hombros al subteniente Parrilla, herido de bala en el muslo.

Parrilla, que antes de hacerse mercenario fue actor y novillero, murió en el Congo poco después de tomarse esa foto, de otro disparo que le cortó la femoral, herida "muy taurina", ha destacado Mañes.

Uno de aquellos mercenarios que dejó constancia escrita de su aventura fue Martín Lorenzo, en la revista "Historia 16", con el título "Yo fui mercenario en el Congo", artículo publicado en 1978 en el que contaba cómo había oído un anuncio en la radio del taxi que conducía en Madrid y decidió presentarse en la embajada del Congo para alistarse.

Martín Lorenzo escapó del Congo cuando Mobutu, al sufrir un intento de golpe de Estado por parte de algunos de sus mercenarios, la emprendió contra los europeos, lo que terminó costándole la vida a Martínez de Velasco al regresar al país.

Entre las "figuras de leyenda" reseñadas por Mañes está el coronel alemán Steiner, que se quedó en Biafra al marcharse los mercenarios y, de manera desinteresada, se desplazó al sur de Sudán para ayudar a los africanos cristianos, lo que le costó tres años de cautiverio y torturas a manos de musulmanes.

Otro mercenario cuya peripecia cuenta Mañes es la del anglo-irlandés Mike Hoare, que tras participar en operaciones militares en Birmania se estableció en Suráfrica para actuar en la secesión de Katanga del Congo y, posteriormente, ser contratado como coronel por Mobutu en 1965.

Años más tarde, en 1981 Hoare intervino en un fallido golpe de Estado en las Seychelles, de donde huyó secuestrando un avión de Air India, peripecias que contó en varios libros antes de hacer en España el Camino de Santiago en compañía de sus hijos, de modo que su capítulo se titula: "De las Seychelles al camino de Santiago".

En 1966 un mercenario en África cobraba unas 60.000 pesetas mensuales, más primas mensuales que podían ir de las 10.000 a las 30.000, y otras 200.000 al retirarse, además de un seguro de invalidez de dos millones.

Mañes, autor de otros cuatro libros sobre militares españoles en el extranjero, ha utilizado fuentes francesas e inglesas, además de publicaciones españolas y ha estudiado desde 1960 hasta la actualidad, cuando no cree que haya más de diez mercenarios españoles en las compañías de seguridad que operan en zonas de conflicto, si bien todos ellos firman cláusulas de confidencialidad.

Alfredo Valenzuela

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