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Vidas, siglos, literaturas

Se ha dicho con razón que en España no ha habido una tradición de biografías y memorias -o de diarios: hay quien lo achaca a la religiosidad católica o a la censura imperante en tantas etapas de nuestra historia- ni remotamente comparable a la que ofrecen las literaturas inglesa o francesa, por citar las dos europeas que más han brillado en el género, aunque es verdad que en las últimas décadas, mal que bien, se ha avanzado algo en este terreno. Sin embargo, queda aún mucho por hacer y cabe desear que entre tanto -ahora que se habla hasta la saciedad de las "literaturas del yo"- se disipen del todo los recelos académicos que han desaconsejado el cultivo de la biografía por considerarlo una práctica subjetiva o escasamente científica. En lo que se refiere a la literatura, si pensamos en los grandes escritores españoles contemporáneos -no digamos los menores o los de épocas más remotas-, sorprende el que de bastantes de ellos no es que no existan biografías especialmente memorables o de las que llaman definitivas, sino que ni siquiera hay disponibles aproximaciones sumarias o que vayan más allá del compendio divulgativo. Por otra parte, cuando las hay, no siempre se conocen lo suficiente, y de ello es buen ejemplo el que Antonio Muñoz Molina, en un reciente artículo donde se refería a esta carencia histórica, olvidara mencionar a propósito de Cernuda -luego rectificaría la omisión- el excelente trabajo de Antonio Rivero Taravillo, que no hace mucho publicó en Tusquets la segunda entrega de su biografía sobre el poeta sevillano.

Llama la atención por lo dicho el caso de Pío Baroja, tal vez el autor del siglo XX que más aproximaciones biográficas ha suscitado, siendo así que su vida tampoco fue -como la de la mayoría de los escritores- demasiado novelesca. Publicado por la nueva colección Españoles Eminentes de Taurus, que anuncia entre otros títulos la biografía de Unamuno por Jon Juaristi y la de Larra por Santos Juliá, el Pío Baroja de José-Carlos Mainer es un libro ejemplar por varias razones: en primer lugar por la pulcritud de su escritura, que no siempre es la norma entre los profesores universitarios, pero también por lo accesible de su erudición, por su condición de perfecta síntesis y por su orientación dirigida a poner en relación la vida y la obra, sin perderse en especulaciones ni ceñirse a la mera glosa. Basta consultar la bibliografía para ver cómo, donde otros relacionan sin discriminarlos decenas o centenares de títulos, Mainer comenta y evalúa, señalando lo que merece la pena leerse y por qué. Luego, quienes deseen seguir disfrutando de la prosa crítica del autor pueden acercarse a La escritura desatada, una aleccionadora inquisición sobre "el mundo de las novelas" que fue publicada por primera vez hace doce años y acaba de ser reeditada, con algunos añadidos, por Menoscuarto. Rigor, amenidad y una sabiduría que excede el marco estricto de la literatura, son las cualidades de un filólogo eminente al que cuadra la categoría de gran ensayista.

No sería justo que el brillante libelo de Jordi Gracia, ya comentado en estas páginas y relacionado indirectamente con las memorias académicas de Jordi Llovet, relegara la más que recomendable lectura del Adiós a la Universidad (Círculo de Lectores-Galaxia Gutenberg) con el que este último se despidió de la docencia. Gracia no aducía nombres y por ello no hay constancia expresa de que identificara la figura del "intelectual melancólico" con la de su antiguo colega en la Universidad de Barcelona, pero al margen de la polémica soterrada lo cierto es que ambos libros, aunque por distintos motivos, merecen ser tenidos en cuenta. Ahora bien, una cosa es el catastrofismo gratuito y otra la denuncia ponderada de males objetivos. Documentado por Llovet con humor e inteligencia, el "eclipse de las Humanidades" en la Universidad no es acaso la más grave de las catástrofes que nos afligen, pero sus consecuencias no pueden ser ignoradas y más temprano que tarde pasarán factura. Por cierto que la publicación en castellano de las memorias de Llovet ha coincidido con la cuarta edición de Lecciones de literatura universal (Cátedra), un grueso e instructivo volumen -coordinado por el propio Llovet, con prólogo de Martín de Riquer y epílogo de José María Valverde- que acoge más de un centenar de capítulos referidos a ocho siglos de cultura literaria europea, desde la épica y la lírica medievales hasta autores como Auden, Calvino o Vargas Llosa. Es esa continuidad de una tradición secular la que corre el peligro de perderse, si no se ha perdido ya, incluso en las instituciones que fueron las responsables naturales de su custodia. Consignar este hecho lamentable no implica ensimismamientos de ninguna clase, ni equivale a dar la espalda a las nuevas necesidades, disciplinas o tecnologías de la sociedad moderna.

"Suele pensarse en el siglo XVIII como una edad de vida refinada e indolente, con formas culturales amenas pero repetitivas y una suerte de general aversión por el conflicto", escribe María-Dolores Albiac Blanco en el volumen dedicado al Ochocientos de la Historia de la literatura española dirigida por Mainer, pero a su juicio se trata de una imagen tópica y alejada de la realidad. Muchas de las páginas de Razón y sentimiento, 1692-1800 (Crítica) se dedican a rebatir la "simplificación caricaturesca" que ha pesado sobre las Luces españolas, en las que Albiac Blanco rastrea el cauteloso origen de la modernidad. La mala prensa de los ilustrados españoles tiene bastante que ver, explica la autora, con la crítica casticista que arranca de Menéndez Pelayo, y aunque en las últimas décadas se ha producido un "parcial indulto político" de ciertos autores, la rehabilitación estética de otros -escasamente leídos y a veces menospreciados, no siempre de manera injusta- es todavía una tarea pendiente. A este respecto, cabe celebrar la próxima publicación de una muestra escogida de la obra del abate Marchena -el pertinaz afrancesado por el que don Marcelino, que lo leyó minuciosamente, sentía una curiosa mezcla de admiración y odio- a cargo de Alberto González Troyano, que si Dios no lo remedia -y razones no le faltarían- verá la luz el año que viene.

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