De la mano del atormentado universo parido por la pluma de Pierre
Guyotat, Patrice Chéreau sube una vez más a un escenario ataviado con
las pieles del actor. Con un objetivo que se diría banal y, en realidad,
es casi una quimera: abordar, desde la lucidez, la época en la que
vive. Hombre de teatro, de ópera y de cine, Chéreau (Lézigné, Francia,
1944) pone en pie en el Teatro de la Abadía la dramatización (más cerca de una lectura que de un montaje escénico) de Coma,obra
del escritor y periodista Pierre Guyotat. Con ella se adentra en
territorios comunes a la condición humana como son la soledad, el
desamor, la angustia, el dolor y la liberación catártica de ciertas
tradiciones.
La obra de Guyotat es una novela, adaptada por él mismo con la ayuda
de Chéreau: es la base de un espectáculo de poco más de una hora que,
explica su protagonista, “de no cortarlo podría durar cinco”. El
director de La reina Margot la puso en pie al recibir en 2009
el Premio Europa para el Teatro. Para tener una mirada ajena a la suya
eligió al director Thierry Thieû Niang, con quien tantas veces ha
colaborado. Después Coma se estrenó en el Théâtre de l’Odéon de
París y ahora llega a la Abadía en el marco del Festival de Otoño en
Primavera de Madrid, donde se representará desde mañana hasta el
domingo.
La obra aborda el relato iniciático y autobiográfico de Guyotat,
hombre polémico y contestatario, que cuenta la crisis creativa y
espiritual en la que se vio sumergido. Una depresión en la que todo
giraba sobre la muerte y la desesperada necesidad de expresión, los
impulsos suicidas, el poder de los sentidos y la urgente necesidad de
crear y de existir. “Todos los textos te hacen pensar en la muerte, pero
aquí es muy interesante adentrarse en un autor que estuvo tan cerca de
ella y, con posterioridad, ha vivido de nuevo, pero encontrando un gusto
a la vida que no conocía”.
Chéreau reconoce no haber estado nunca en coma: “Pero sí he
visto que la creación puede llegar a ser un acto de dolor, al
enfrentarse al vacío anterior a lo creado”. El protagonista de Coma
se autodefine así: “No soy un autor ni un creador, tan solo soy un
director que monta textos de otros. La soledad de mi padre frente al
lienzo era mucho más grande que la mía haciendo teatro, porque haciendo
cine nunca estamos solos. La soledad de mi padre y la de Guyotat son más
parecidas, pero yo no me siento solo, ni sin ideas, siempre tengo el
texto”.
Como actor solitario ha venido a España en varias ocasiones, aunque
es mundialmente reconocido por haber hecho visible a Bernard-Marie
Koltès, montando casi todas sus obras. Se queda pensativo unos segundos
al preguntarle por los puntos en común entre el dramaturgo desaparecido y
Guyotat, y al final se lanza a una larga respuesta: “Los dos comparten
una angustia vital y, curiosamente, son las dos personas más divertidas
que he conocido, tienen una distancia con el mundo que les ayuda a
vivir, tienen en común ese interés por las personas, son humildes,
amables, no solo sencillos, son personas cuyo amor propio y dignidad han
sido sometidos por la colonización, tienen una relación muy fuerte con
el colonizado, con las personas explotadas. Y comparten un profundo amor
por la lengua francesa”.
Todo lo cuenta en un español de rico vocabulario que aprendió desde
niño: “A mi padre le gustaba mucho España y en los años del franquismo,
llenos de pobreza, veraneábamos en la costa, pero nada era lo
suficientemente salvaje para él, hasta que en los años cincuenta
encontró un pueblo muy pequeño, de unos 500 habitantes, con dos playas
salvajes de varios kilómetros, que se llamaba y se llama Benidorm. Allí
vi en los años sesenta, por primera vez, un hotel que era un
rascacielos. Y le puedo decir que, a partir de aquel momento, ya nada
volvió a ser lo mismo”.
El País
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