Cuando cayó la dictadura de Ceausescu, Culianu empezó a manifestar abiertamente sus convicciones políticas y hostilizó la corrupción del nuevo régimen,
los crímenes de la Securitate y el oprobio del nacionalismo rampante y
el revisionismo que celebraba a la patriótica ‘Legión’. Su entusiasmo
por Eliade también se moderó mucho al ir conociendo su pasado fascista.
Un día un sicario le sorprendió en los lavabos de su Facultad y le pegó
un tiro en la nuca, sin que se haya sabido hasta la fecha si el crimen
se cometió por encargo de la Securitate o de alguna otra agencia
estatal, de alguno de los nuevos círculos nacionalistas cuyas
actividades Culianu denunciaba o de alguna secta esotérica cuyos arcanos
se empeñaba en descubrir…
En la novela de Norman Manea, un thriller intelectual más intelectual que thriller,
Eliade y Culianu son rebautizados como Cosmin Dima y Minhea Palade.
Eliade/Dima y Culianu/Palade son la constante referencia para los
protagonistas de la novela: el profesor Augustin Gora, que lleva muchos
años en Nueva York, donde se exilió dejando atrás a su esposa Lu (en el
momento decisivo ella, inesperadamente, decidió quedarse) y Peter
Gaspar, exiliado tardío, que llega al Nuevo Mundo en compañía de su
prima y amante Lu y es amenazado de muerte por haber escrito una reseña
sobre Dima (es decir: como Manea sobre Eliade). La guarida es una meditación sobre algunos de los temas fundamentales en la vida de Manea y en su narrativa, ya abordados en El regreso del Húligan:
la experiencia del exilio y la imposibilidad del regreso, la
pervivencia del totalitarismo, el eterno retorno del antisemitismo.
Sobre estos asuntos Manea reflexiona en sus ensayos de forma excelente.
Aquí la trama es interesante, los personajes están bien perfilados, las
observaciones sobre la vida en democracia son pertinentes, pero la forma
incurre en dos insuficiencias. La prosa telegráfica —“¡todo el mundo
odia las frases cortas!”, exclamó una vez Bioy, con cuánta razón— impone
una lectura a trompicones, y la superabundancia de diálogos es
reveladora. Pondremos un ejemplo al azar, de la página 167, donde Gaspar
le explica a un policía que Dima/Eliade contrataba a un chófer
exclusivamente para llevarle al médico:
—Tampoco Palade conducía. Como tampoco conduzco yo, por otra parte.
—¿No conduces? ¿Y cómo te las arreglas? El campus está completamente
aislado, no se puede ir a la ciudad más que en coche. ¿Te lleva esa
estudiante, Tara Nelson?
—En ocasiones. Rara vez.
—O sea, que el erudito tenía chófer. Lo llevaba al médico.
—Contratado sólo para ese recorrido.
—Tener un chófer personal no es algo habitual. Médico tenemos todos.
—Un médico especial. Camarada de la juventud. Emigrado a Estados Unidos después de la guerra. Viejo también él, ahora.
—¿Conocido?
—Un cualquiera. Dima habría podido encontrar un médico mejor. No le
faltaban ni el dinero ni la fama, podía disponer del mejor médico, pero
eligió al viejo camarada, vinculado a los círculos de extrema derecha,
norteamericanos y sudamericanos. Ese doctor publicó un libro. Lo tengo.
Propaganda. Terrorismo. Bajo el sello del anticomunismo.
El País
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