La conclusión de los usuarios veteranos de estas lides, aquellos que corrieron a comprarse los primeros e-readers hace ya unos años, es que la portabilidad es la gran ventaja de estos gadgets porque no tiene precio viajar con la biblioteca en el bolso. Los e-books
y las tabletas son perfectos para leer con fines de ocio, pero si la
intención es aprender, memorizar o estudiar, hincar los codos sobre el
papel impreso sigue sin tener sustituto conocido.
Si usted es de los que tienen que imprimir para quedarse con algo de
lo que lee, no se sienta como un dinosaurio en medio de tanto nativo
digital (solo lo son los que tenían entre 5 y 15 años en 2001, cuando
Marc Prensky lanzó el concepto), sencillamente, le está dando a su
cerebro lo que él le pide, información espacial física a la que
agarrarse para recordar. Contexto, se llama. Así funcionamos desde que
el mundo es mundo y así era hasta que llegó Internet.
Si necesita sentirse acompañado en su tozudez analógica, lea lo que
le pasa a Larry Page: “Cuando estoy usando un libro para trabajar
necesito tener una copia física cerca del ordenador que me recuerde lo
que he aprendido y lo que puedo necesitar. Todo me viene a la cabeza
mientras paso las páginas, y si no veo la portada de vez en cuando,
olvido lo que podría servirme de ese material”.
El neurocientífico Marc Changizi explica en su blog por qué nos
orientamos mejor hojeando las páginas de un libro que viajando por la
barra de un e-book: “En la naturaleza, la información viene con
direcciones físicas y señales temporales que nos permiten navegar por
ella. Esas frambuesas que encontramos el año pasado en lo alto de la
montaña, detrás del bosque, seguirán estando este año allí. Hasta la
popularización de Internet, los mecanismos para almacenar información
eran espaciales y nos permitían usar nuestras innatas habilidades de
orientación. Nuestras bibliotecas y nuestros libros, los reales, no sus
variantes electrónicas, eran sumamente navegables”.
El doctor José Luis Molinuevo, neurólogo del hospital Clínic de
Barcelona, explica que la memoria episódica tiene una dimensión verbal
que implica fundamentalmente al hipocampo izquierdo del cerebro, y otra
visual, que activa el derecho. “Cuando intentas memorizar información
verbal se activa el hipocampo izquierdo, pero si te dan además claves
visuales, el hipocampo derecho también entra en acción y entre los dos
ayudan a que la consolidación sea más fácil. Es un mecanismo automático
que ponemos en marcha. Memorizar de un libro donde las referencias son
siempre las mismas es difícil”.
Para recordar algo que hemos leído en una pantalla
tenemos que repasarlo varias veces. Eso muestran los estudios que
comparan lo que aprendemos de un texto leído en una pantalla frente al
mismo texto visto sobre papel. Kate Garland, profesora del Departamento
de Psicología de la Universidad de Leicester en el Reino Unido, ha
estudiado el asunto para concluir que “necesitamos más repeticiones para
retener algo de lo que leemos en una pantalla”. Su estudio comparó cómo
entendían y recordaban los contenidos los lectores de un e-book
frente a los de un libro de papel, y los resultados mostraron que los
que habían recibido la información a través de un soporte digital
pasaban más tiempo intentando recordar hechos y nombres de personajes,
mientras que los que leían sobre papel conseguían una comprensión más
completa y eran capaces de recordar mucho más de lo que habían leído.
Los investigadores creen que la desventaja de la pantalla es
precisamente esa, ser una pantalla. Es decir, un espacio en blanco con
pocos puntos de referencia a los que agarrarnos. En un libro de papel
podemos recordar si lo que hemos leído estaba en la página par o impar, a
la derecha o a la izquierda, si estaba arriba o abajo, al inicio o al
final del libro, tenemos incluso el número de la página, algo que no
existe en muchos e-books.
José Hamad es scout literario del mercado español, y más de
una vez ha discutido con editores de todo el mundo que “algo falla en la
memoria visual cuando se lee, incluso ficción, en un e-reader”.
“No es lo mismo leer una novela con fuentes, tamaños de letra, textura
de papel diferentes que te ayudan a diferenciar entre un texto y otro.
En un e-reader, sin embargo, se tiende a igualar en todos los
textos la tipografía (fuentes, interlineado, tamaño de letra, longitud
de línea)”.
Jacob Nielsen, un experto clásico de eso que en español se traduce
como usabilidad de la web (los detalles que hacen Internet más fácil de
usar), asegura que “teclear o desplazarse con la barra para buscar algo
distrae más que pasar la página de un libro”. Este experto señala que el
tamaño de la pantalla importa, y mucho. “Recordamos mucho menos lo que
leemos en las pantallas pequeñas como las de los teléfonos”.
Clay Shirky, defensor de la aglomeración digital, la
inteligencia colectiva y el ser social a cualquier precio, defiende que
leer tiene que ser un acto solitario si queremos aprovecharlo. En sus
predicciones hechas para el blog Findings sobre cómo será (y
es) la lectura social –al tiempo que leemos, todo lo que subrayemos se
compartirá y comentará en la nube de Internet– sostiene que la
experiencia tiene que venir tras el acto de leer. Para compartir hay que
tener cosas que decir, contenidos que comentar. Así que, dice Shirky,
“la lectura social tiene que ser diferida, no una experiencia en tiempo
real, porque ahora mismo, perdonen, pero estoy leyendo”.
El País
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