Se presentaron unos 400 currículos y, después de un largo proceso, la
Fundación escogió a Gabriela Adamo, que había sido periodista, había
trabajado con la mítica editorial Sudamericana, donde se publicó por vez
primera Cien años de soledad, era traductora del alemán, aportaba 15
años de experiencia en el mundo del libro y tenía, precisamente, 40
años.
El primer año le tocó lidiar con la oposición de un grupo de
intelectuales kirchneristas que se negaban a que Mario Vargas Llosa
inaugurase la Feria. Y este año, con la controversia por la política del
Gobierno argentino sobre importaciones de libros extranjeros. En medio
de ese torbellino por donde pasan cada año más de un millón de personas y
decenas de debates, Adamo recuerda la principal lección que aprendió
junto a la directora de Sudamericana, Gloria Rodrigué: que se puede
trabajar muchísimo y, a la vez, ser humano y cálido con quienes te
rodean.
Adamo desayuna a menudo en el bar situado enfrente de la Feria, que
es donde suelen quedar los escritores antes de enfrentarse al público.
Cuando se le pide que escoja su librería favorita, no duda ni un
segundo. “Hay cientos en Buenos Aires. Hay hasta un librito que se llama
El libro de los libros que viene con casi todas y te arma circuitos.
Pero la mía, desde que nací, es La Boutique del Libro, que es una cadena
con cinco sucursales. La del barrio de Martínez es la primera de ellas y
la librera, que me atendía cuando iba de chica con mi papá, sigue ahí. Y
ahora le recomienda libros a mis hijas y a mi marido”.
Pide una lágrima, que es como se le conoce en Buenos Aires a la leche
con apenas unas gotas de café. Se la sirven en jarrito, una de esas
piezas de cristal que parecen pequeñas obras de arte que cobran vida
cuando la gente las envuelve en sus manos. “El jarrito es una medida
buena. La taza pequeña, uno se queda con ganas y el tazón…”. Pide
también un cuadradito de chocolate con dulce de leche. “Más que
cuadradito es un mazacote, pero está delicioso”.
La directora se ha pasado la vida entre volúmenes. Pero no siente la
llegada del libro electrónico como ningún drama personal. “Yo creo que
ni el escritor ni el lector van a perder, aunque tal vez cambien su
forma de escribir y de leer. Sin embargo, las partes intermedias van a
estar más en jaque. Y las librerías son las que más van a perder. En
América Latina aún no lo percibimos porque estamos muy retrasados con la
llegada de los aparatos. El Kindle está presente en la Feria, pero no
se puede comprar físicamente en Argentina, hay que pedirlo al extranjero
y que lo traigan por correo”. Conforme avance el carro, piensa, se irán
acomodando los melones.
El País
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