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"No es verdad que todo dependa de uno mismo para progresar en la vida"

 El autor publica 'Cuando Lázaro anduvo', una sátira social ambientada en la actual crisis.

A Valle-Inclán, Quevedo y Goya, asociados habitualmente al siempre reconocible universo estético y moral de Fernando Royuela, éste añade otro punto cardinal -Gutiérrez Solana- que ofrece pistas muy elocuentes, podría decirse que definitivas, sobre Cuando Lázaro anduvo (Alfaguara), última obra de un escritor que va por libre, difícil de ubicar, de culto en muchos círculos. Si aquél dedicó muchas de sus páginas al carnaval y la muerte, Royuela narra en su novela la historia de un españolito corriente que tras ser despedido del banco donde trabajaba sufre un infarto cerebral y muere... hasta que, nadie sabe cómo, recobra la vida. Y no tardará en comprobar, el pobre diablo, que la vida -no la muerte- es el verdadero infierno.

Dice Royuela que siempre escribe desde la emoción, "una emoción que estalla y me lleva a escribir lo que escribo". Esta emoción se convierte en el libro, una sátira social a ratos gamberra y en última instancia amarga, en una mala leche implacable pero también en un sentido del humor sardónico y no más desesperado que Lázaro, que resucita anhelando vivir más auténticamente y tan sólo encontrará, perplejo como el propio escritor que guía sus pasos, un mundo estúpido y desquiciado en el que todos a su alrededor, curas, periodistas, banqueros, políticos y hasta sus propios familiares, primero desaprueban su acto inaudito para a continuación intentar aprovecharse del mismo.

-De todas las posibles reacciones de un lector, si se redujeran a dos: el cabreo o la risa, ¿cuál prefiere?

-Bueno... yo no hago novelas encapsuladas, con un significado estándar. Me gusta precisamente lo contrario. En ésta hay risa y hay cabreo. Pero la risa no es honesta ni espontánea, es una risa que viene a consecuencia de ese cabreo; es una risa trágica. Al final nos estamos riendo de nosotros mismos, de nuestras miserias. Y hay ficción, fabulación, pero deformación. La realidad está ya bastante deformada de por sí. Lo único que hago es poner el foco en determinados aspectos. Todos los capítulos empiezan con una noticia real, y muchas de ellas pueden parecer descabelladas pero son totalmente reales.

-Al lado de esas noticias grotescas y delirantes, el hecho de que alguien resucite parece lo menos inverosímil...

-Exacto. Es todo descabellado, tan descabellado... En un mundo en el que se negocia con la reducción de cabezas humanas o en el que niños de 8 años controlan un aeropuerto en el que aterrizan y despegan aviones, que por un posible error médico una persona resucite... bueno, no parece necesariamente lo más descabellado.

-En la novela hay muchos personajes y ninguno o prácticamente ninguno se salva de la quema. De todo ese catálogo de comportamientos lamentables, ¿cuál le parece más imperdonable?

-A ver, yo no me considero un autor social y tampoco creo que ésta sea una novela de denuncia. Tampoco pretendo enseñar nada en un sentido moral. Simplemente intento que cada uno saque sus propias conclusiones. Claro que desde el punto de vista personal tengo mis ideas, pero no son relevantes para la novela. Lo que quería era representar las diversas instituciones de poder que nos rodean y plantear hasta dónde y hasta cuándo van a seguir manipulándonos.

-Entre las muchas imágenes que hay en la novela, una es especialmente desasosegante: la de la clase media hundiéndose con la misma mirada del perro de Goya...

-Es una realidad constatable. Y terrorífica. La clase media partió de unas verdades y unas confianzas y unos códigos éticos o morales, y de la noche a la mañana todo cambió; cambiaron las reglas del juego pero nadie avisó.

-En el libro se describe a Lázaro como una de esas personas "zafias" que creen que todos los políticos son iguales. ¿Empezó la debacle cuando la sociedad se creyó eso de que las ideologías son no sólo algo antiguo, sino de hecho superado e incluso carente de sentido?

-Hay muchas más, pero está claro que es una de las razones. Ese pensamiento tiene un componente ideológico muy fuerte. Y muy concreto: esconde los intereses de una clase, del poder económico. Igual que lo que nos quieren vender ahora, que yo llamo optimismo posibilista: que todo depende de ti, que tú y tu propia iniciativa son los únicos instrumentos que tienes para progresar en la vida. Eso no es así. De hecho, ahora se está demostrando ocurre precisamente lo contrario, es decir, que existen clases, y además cada vez están más separadas y menos comunicadas. Y esa pertenencia a una clase es absolutamente determinista. Vivimos en unos tiempos de una manipulación perversa y terrorífica.

-Se ha convertido ya prácticamente en un tópico llamarlo neobarroco. ¿Comparte la apreciación? Y por otro lado: ¿encuentra conexiones entre el mundo que vio nacer esa cultura y el presente?

-Las hay. Totalmente. Vivimos en tiempos barrocos, en el sentido histórico del término. Tiempos de descreimiento, de escepticismo, en los que las verdades absolutas y oficiales ya nadie las cree, tiempos de ornamento de la nada, de escenarios y nada detrás. Desde este punto de vista, estos tiempos son muy similares a los del Barroco. Comparto esa forma de mirar el mundo: un descreimiento que lleva a la ironía, al sarcasmo, a la sátira, una visión trágica a través de lo cómico. Desde el punto de vista del estilo, ya no estoy tan de acuerdo con ese calificativo aplicado a mis libros. Aun así no me desagrada que me llamen neobarroco, lo que pasa es que no sé cómo entiende la gente el término. El Romanticismo, por ejemplo, se entiende generalmente de una forma absolutamente desnaturalizada. Quiero decir que el Barroco no es sólo lo recargado, al margen de que no creo que mi literatura sea tan recargada.

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