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El asidero del diablo

 El portugués Gonçalo M. Tavares no es sólo uno de los grandes escritores europeos: su última novela pone entre la espada y la pared al 'homo ethicus' como habría querido Kafka.

Algunos padres de la Iglesia primitiva representaban en sus escritos al ser humano con un gancho colgado en la nariz, como un anillo clavado al tabique nasal a través de las fosas similar al que hasta no hace mucho llevaban bueyes, vacas y otras bestias. Los ganaderos antiguos sólo tenían que pasar una cuerda por el anillo y así tiraban sin esfuerzo del animal, que obedecía con mansedumbre la guía impuesta por su dueño. En el caso del hombre, su asidero en forma de anillo constituye una tentación proverbial para el Diablo, que ansía pasar su cuerda por el gancho para llevar al desdichado cautivo a donde le plazca y convertirlo en víctima de sus caprichos, como dueño legítimo. La última novela del escritor portugués Gonçalo M. Tavares (Luanda, 1970), Aprender a rezar en la era de la técnica, galardonada con el premio al mejor libro extranjero publicado en Francia (mérito que comparten Günter Grass, Philip Roth y Mario Vargas Llosa, entre otros), está dedicada en toda su extensión a ese asidero: la condición humana inclinada al mal, el modo en que éste define a la persona en su dimensión unitaria y filosófica, los beneficios que reporta, los significados que atribuye, la distinción que ofrece. Y lo hace de manera implacable, dura, corrosiva, jamás complaciente, pero necesaria, con la misma resolución moral que habría adoptado Kafka, de quien Tavares es aquí deudor (y de qué modo). No debe esperar de este libro el lector momentos de placidez y desconexión antes del sueño, sino más bien todo lo contrario: una conexión directa a lo más negro de la especie que no escatima en golpes. A cambio, ganará una experiencia inolvidable. ¿Y no se trata acaso precisamente de eso si hablamos de literatura?

Aprender a rezar en la era de la técnica cuenta la historia de Lenz Buchmann, desde su adolescencia hasta su muerte. El contexto en que transcurre nunca llega a hacerse explícito, pero todo apunta a la Centroeuropa de entreguerras. Su padre es un héroe de la pasada contienda, hombre estricto en extremo y apóstol de la selección natural que cree firmemente en el abuso como estímulo para el crecimiento. Él, Lenz Buchmann, ha heredado este credo, pero no así su hermano mayor, frágil y sentimental a la manera de su madre. El padre dice en una ocasión: "He traído al mundo un perro y un lobo", y ambos responden al vaticinio: el primogénito es incapaz de provocar daño, mientras el segundo, protagonista absoluto, sabe sacar provecho de todo lo que le rodea, sean las circunstancias, sean las personas, sin percibir la más mínima sombra de su conciencia. Con el tiempo, Buchmann se convierte en un prestigioso cirujano obsesionado con los procesos que desarrolla el dolor en el organismo. Para él, el cuerpo es un campo de batalla en el que la enfermedad se dispone como un ejército lleno de valor y coraje, dispuesto a conquistar el territorio hasta el último ápice. Buchmann admira la determinación del mal físico, su obstinación implacable hasta la culminación en la muerte, percibida como un mero trámite antes de un nuevo diagnóstico en otro cuerpo. Pero a Buchmann, fiel siempre a las instrucciones de su padre, este campo de batalla se le queda pequeño. Y para ampliarlo decide abandonar la medicina y dedicarse a la única disciplina en la que su desmedida ansia de violencia y método podrá alcanzar satisfacción: la política. Buchmann experimenta un ascenso imparable en su carrera, sustentada por su imagen de hombre respetable e íntegro, al que se le perdonan ciertos vicios en sus círculos más cercanos (una de sus aficiones más notorias es la de invitar a casa a desconocidos para que le vean hacer el amor con su mujer). Hasta que un suceso cruel e inesperado y la aparición de la enfermedad en su propio cuerpo amenazan con hacer menguar su intachable hegemonía.

Que Tavares es un gran escritor no es nuevo. El mismo José Saramago lo nombró su sucesor cuando su anterior novela, la también magnífica Jerusalén, ganó el premio que lleva el nombre del autor de El hombre duplicado. Pero cabe decir que Tavares ha llegado bastante más lejos: no necesita un contenido alegórico para disparar a la médula, sino que alimenta a sus monstruos con una serenidad que produce escalofríos. El autor pone contra las cuerdas no sólo al superhombre nietzscheano, lo que hoy en día resulta demasiado fácil; también lleva al punto exacto entre la espada y la pared al homo ethicus, esfumándolo entre los sueños menos perdurables de la utopía. Buchmann puede parecer un malnacido al que se le han extirpado determinados sentimientos, pero él se presenta a sí mismo, y quizá habría que creerle, como un hombre libre. Por decirlo de manera sencilla, Aprender a rezar en la era de la técnica contiene algunos de los argumentos sobre la ética más apabullantes y rigurosos escritos en el último siglo. Y lo hace, confirmando el devenir actual de la filosofía, desde la más estricta ficción. Bendita ficción para este tiempo.

diariodesevilla.es

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