Yasmina Reza escribió Arte, su primer gran éxito
internacional, en seis semanas, en 1994. ¿Le costó digerir la fama o
podríamos decir, parafraseando a Giulio Andreotti, que el éxito
desestabiliza al que no lo tiene?
—El éxito no es, evidentemente, un acontecimiento que se pueda
aceptar de manera neutra. Es algo que “desestabiliza” en el sentido
literal del término, como todo deseo que llega a realizarse. El éxito
provoca muchos malentendidos. Entre la gente que te admira, muchos lo
hacen por razones que, en tu opinión, no son las correctas. Esa es la
razón de que no proporcione seguridad. Nunca he pensado que el éxito sea
una confirmación del talento.
No todas las obras de Reza —que ha explorado también la novela con Hammerklavier, Una desolación o Adam Haberberg—
han sido éxitos fulminantes. Sin embargo, hay pocos casos en la
literatura actual en los que un autor sintonice de una manera tan
rotunda con el público en diferentes formatos. Reza demostró dominar el
relato periodístico con su libro El alba la tarde o la noche, sobre el expresidente francés Nicolas Sarkozy, al que siguió durante toda la campaña previa a las elecciones de 2007. Un libro que se vendió en Francia como rosquillas. Su retrato no totalmente negativo de Sarkozy, como ella descendiente de inmigrantes judíos, no gustó demasiado a la izquierda.
Pero es el teatro, y su retrato de las clases medias acomodadas y
aparentemente triunfadoras y civilizadas, lo que le ha convertido en un
nombre de referencia. Piezas que indagan en las trampas de la
existencia, como Tres versiones de la vida, escrita en 2000,
que trata de los sacrificios que exige la sociedad al que quiere llegar a
lo más alto. ¿Puede el talento evitar esa servidumbre? “Es difícil
responder de una forma general. En lo que me concierne, no he tenido en
cuenta nada más que mi cabeza”, responde la escritora. “Nunca he escrito
nada que no hubiera nacido de un deseo personal. He sido muy
solicitada, pero creo que me resulta más fácil decir no que sí”.
Reza no exagera. Desde mediados de los años noventa ha sido cortejada
por multitud de directores, ansiosos de llevar sus obras a la escena, o
al cine. En Estados Unidos se la presentó como una mezcla de Molière y
Woody Allen. Una combinación que ni siquiera toma en cuenta. “No tengo
una mirada analítica sobre lo que hago. Mis textos puramente literarios
no tienen nada que ver con esas comparaciones”, dice. Tampoco es
partidaria de dar nombres cuando se le pregunta por los autores que
prefiere. “No me gusta citar a escritores contemporáneos porque siempre
que lo hago, enseguida pienso ¡oh, me he olvidado de aquél!”.
Incómoda con su perfil de triunfadora, reforzado con el estreno de Un dios salvaje,
escrita por encargo y en pocas semanas, en 2006, se niega a abordar el
tema cuando se le pregunta cómo ha conseguido conquistar a los
espectadores de medio mundo. “No lo sé. No lo percibo así”. ¿Tendrá algo
que ver con su capacidad de describir personajes de un mundo global?
¿Acaso no podrían ser, aparte de parisienses, londinenses, neoyorquinos o
madrileños los tres amigos de Arte, o las dos parejas de Un dios salvaje?
—Sinceramente, no me corresponde a mí contestar eso. No soy
socióloga. Y me niego a ser una comentadora parásita de mis escritos.
Su éxito internacional fue visto con cierta suspicacia en Francia. En 2009, en declaraciones a The New Yorker,
se quejó de los periodistas de izquierdas “en cuya opinión el éxito es
de derechas”. ¿Quizás les molesta su desprecio por la intelectualidad
francesa?
—Perdone, pero de nuevo me resulta difícil contestar, porque la
situación es complicada y está evolucionando. El éxito, en Francia, pero
creo que también en otros países, es percibido, a veces, erróneamente,
como falta de integridad. Usted me asocia con el éxito porque me habla
de textos que han dado la vuelta al mundo. Pero también he escrito cosas
que me gustan tanto o más, que han funcionado de una manera más
modesta. Por otra parte, siempre me las he arreglado para no ser
prisionera de un solo género. No desprecio a los intelectuales lo más
mínimo. Al contrario. Pero no tenemos el mismo oficio. El intelectual se
ocupa de pensar el mundo, intenta descifrarlo, acosa una verdad
oscurecida. El escritor critica el mundo, lo interpela, busca su propia
verdad que no tiene el menor valor de ejemplo. El escritor no es un
intelectual.
Un aspecto fundamental de sus obras es que sus personajes no son
buenos ni malos en estado puro. Solo personas comunes. Simples
ciudadanos, miembros de una sociedad desarrollada, más proclives quizás,
por ese motivo, a sufrir episodios de violencia. “No. El principio de
la civilización, de todas las civilizaciones pasadas y presentes, es
contener la violencia, el salvajismo inherentes al hombre”, precisa la
autora.
Podría pensarse, leyendo sus obras, que Yasmina Reza está más
interesada por el universo masculino que por el femenino. “Durante mucho
tiempo me sentía más protegida creando personajes masculinos. Pero
desde hace años ya no es el caso”, aclara ella. “Mi última obra, Comment vous racontez la partie (Cómo cuenta usted la partida), tiene como heroína a una mujer. Una comedia española explora más a las mujeres que a los hombres”.
En Una comedia española habla de actrices, un territorio que conoce bien Reza, que estudió interpretación en la escuela Jacques Lecoq de París,
y ha probado varias veces lo que se siente sobre un escenario. Una
experiencia que califica de “esencial”, en su obra. “No habría escrito
nunca de la manera que lo hago, en mi opinión muy económica, si no
hubiera tenido la experiencia de la interpretación. Escribo dejando un
hueco muy importante a los silencios, al subtexto, a todo lo que
acompaña a las palabras y puede ser utilizado por el actor”. En cuanto a
los actores, declara su “afecto” sin fisuras por su trabajo. “Les debo
mucho. Pienso en ellos cuando escribo teatro. Les doy lo que me parece
mejor para la interpretación futura, pero los grandes actores no dejan
de sorprenderme. Me asombran, van más allá de lo que yo esperaba. He
tenido la suerte y el privilegio de ver mis obras interpretadas por
grandes actores en diferentes idiomas. Siempre me han enseñado mucho.
Incluso sobre el sentido profundo de mi escritura”.
Y sin embargo, abandonó con gusto una profesión que ha calificado de
“desastrosa” por el grado de dependencia que conlleva. Reza, madre de
dos hijos, Alta, abogada penalista de 23 años, y Nathan, aspirante a
cantante, de 19 años, nacidos de su relación con el cineasta Didier
Martiny, se ha distinguido siempre por su espíritu independiente y su
interés por probar su talento en todos los frentes.
En 2009 dirigió una película, Chicas, basada en Una comedia española.
El filme pasó desapercibido, pero la escritora se declara satisfecha.
“Me encantó. No tengo la impresión de haber hecho algo diferente de lo
que hago normalmente. Tenía la impresión de estar escribiendo de otra
manera, con otras herramientas”. Chicas cuenta la historia de
una madre, con algunos rasgos de la propia madre de la autora, y de sus
hijas. Y es que su familia es un tema importante para la escritora.
“Mis orígenes son muy complejos”, cuenta. “Mi padre era judío de
Samarcanda, nacido en Moscú. Mi madre es húngara y también judía. Tengo
la herencia doble de los sefarditas y de los asquenazis. Sin embargo,
ninguno de los dos era religioso ni interesado en las tradiciones. Mi
familia era la quintaesencia de la familia cosmopolita, feliz de no
estar cargada de raíces. Lo contrario de lo que la mayoría de la gente
busca”. La falta de raíces, el sentirse un poco externa a la sociedad en
la que nació (un suburbio de clase media de París), ha marcado su obra.
A tenor de su éxito, habría que decir que de manera positiva, pero Reza
lo considera irrelevante en su trabajo. “Todo es bueno para un
escritor. Funciona con lo que tiene. El escritor no depende en absoluto
del contexto. Para un escritor es buena tanto la guerra como la vida
tranquila. De todos modos, por definición está mal adaptado”.
Tres versiones de la vida / Una comedia española. Traducción de Natalia Menéndez y Fernando Gómez Grande. Alba. Barcelona, 2012. 136 páginas. 18 euros (electrónico: 11,99).
El País
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