"Este idioma démoslo ya por muerto y pongámonos a hablar inglés. Pero
eso sí, en un inglés libre de contaminaciones hispánicas y latinismos,
como escupiendo, en puro anglosajón", afirma Vallejo (Medellín, 1942) en
una entrevista con Efe, en la que dedica duras palabras a su país de
origen, Colombia, y a España:
"La colombianidad es la podredumbre del alma. Pero España es peor: un
país de hidalgos prepotentes, soberbios, gritones, altaneros,
groseros", son algunos de los dardos que lanza este escritor apasionado,
radical y lúcido, considerado uno de los mejores escritores en lengua
castellana, como se le reconoció en 2011 con el Premio FIL de Literatura
en lenguas romances.
Residente en México desde 1971, Vallejo canoniza en su libro a Cuervo
(Bogotá, 1844 - París, 1911), el filólogo que trató de apresar el genio
del idioma en su monumental "Diccionario de construcción y régimen de
la lengua castellana", pero ese genio es "rebelde, cambiante,
caprichoso, se sale de donde lo quieren meter y no lo agarra ni el
loquero", dice el autor en su libro, publicado por Alfaguara.
La labor que hizo Cuervo fue de tal magnitud que puede considerarse
"una locura". Y es que "él era de alma española. O sea loco. Como don
Quijote, metido a arreglar lo inarreglable", subraya Vallejo en el
correo electrónico con que responde a Efe.
Fruto de una investigación exhaustiva, el libro rinde homenaje a este
filólogo en el centenario de su muerte, y le da pie al autor a
reflexionar sobre la historia de Colombia desde la segunda mitad del
siglo XIX y, también, a criticar a la Iglesia, a los políticos, la
hipocresía, la falsa moralidad y la burocracia.
Entre los materiales que ha consultado, figuran las mil seiscientas
cartas que Cuervo "recibió de unos doscientos corresponsales de países
de Europa y de América, y se las dejó de herencia, junto con sus papeles
y sus libros, a la Biblioteca Nacional de Colombia".
También ha manejado las mil cartas que el propio Cuervo escribió y
que el Instituto Caro y Cuervo ha logrado reunir. "He dispuesto de una
documentación inmensa", asegura.
Desde niño, cuando Vallejo leía las "Apuntaciones críticas sobre el
lenguaje bogotano", quiso saber más y más de Cuervo. "Nunca imaginé que
un día, ya al final de mi vida, habría de llegar a saber tanto de la
suya", dice el autor de "La Virgen de los sicarios", que no ahorra
elogios hacia la figura de Cuervo.
"Fue un hombre modesto, bondadoso, puro, que no conoció la soberbia,
ni la envidia, ni la traición. Ni la lujuria, ¡y mire quién se lo dice!"
Y continúa: "¡Qué diferencia con esta partida de tartufos que ha
canonizado la Iglesia y que con los miles que recientemente el papa
Wojtyla (la alimaña polaca canonizadora) les sumó han hinchado el
santoral hasta el punto de casi reventarlo!".
El autor de "El desbarrancadero" se muestra muy pesimista con la
evolución del español y no cree que este idioma tenga salvación. Y le
echa la culpa de muchos de los fallos que se cometen -o "fallas", como
se dice en América- a los españoles, a los que "antaño fueron la
metrópoli y hoy no son más que una provincia anómala del idioma. Y en
plena quiebra por lo demás, de vuelta otra vez a los chiqueros del siglo
dorado de Carlos V", afirma.
Y tampoco le parece que en Colombia el español sea mejor que en otros países de habla hispana, como mucha gente opina:
"El español de Colombia es más desastroso que el país. Es un idioma
en ruinas para un país en ruinas. Por lo menos en esto somos
consecuentes y estamos de acuerdo con nosotros mismos", indica Vallejo,
con esa pésima opinión que suele tener de su país de origen, que aflora
en otros momentos de la entrevista:
"¿Qué se puede desear de un país de atracadores, de extorsionadores,
de secuestradores, de asesinos, de poetas, de políticos, de curas, sino
que se acabe? Somos el ocaso que no tuvo amanecer", dice Vallejo con esa
sinceridad suya tan desgarradora.
Lo que no pierde nunca es el sentido del humor. Cuando se le pregunta
si la dureza con que habla de Colombia se la aplicaría a México,
responde:
"¡Dios libre y guarde! Me echan de aquí, y entonces ¿qué hago? ¿Me esfumo en el aire?".
Por Ana Mendoza
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