El 4 de septiembre de 1944 Hans Fallada es
encarcelado. Está prácticamente acabado: es un alcohólico, un hombre
incapaz de escribir y está acusado de intentar asesinar a su mujer.
Bajo la mirada continua de sus captores, anota sus recuerdos y
reflexiones desde los inicios del nazismo hasta su reclusión. Informa
sobre el mundo de los soplones, del peligro que corre su creatividad
literaria, del destino de muchos amigos y colegas.
Con el fin de ahorrar el escaso papel del que disponía y camuflar su escritura utiliza abreviaturas. Sus peligrosas anotaciones se convierten en una especie de «criptografía» que no pudo ser descifrada hasta después de su muerte. Finalmente consigue sacar el manuscrito en secreto de la cárcel. Durante años estas páginas, honestas y provocadoras, se dieron por perdidas. Hoy el lector español puede disfrutar por primera vez de un testigo único, tanto por lo singular de sus vivencias como por la maestría de su expresión literaria.
La publicación simultánea en Seix Barral de este diario y la novela El bebedor, inéditos hasta ahora en español, es una ocasión única para descubrir a uno de los autores más destacados de las letras alemanas recientes, del que Hermann Hesse dijo: «Merece los mayores elogios por escribir con tanto realismo y veracidad, con tanta proximidad a la vida.»
Con el fin de ahorrar el escaso papel del que disponía y camuflar su escritura utiliza abreviaturas. Sus peligrosas anotaciones se convierten en una especie de «criptografía» que no pudo ser descifrada hasta después de su muerte. Finalmente consigue sacar el manuscrito en secreto de la cárcel. Durante años estas páginas, honestas y provocadoras, se dieron por perdidas. Hoy el lector español puede disfrutar por primera vez de un testigo único, tanto por lo singular de sus vivencias como por la maestría de su expresión literaria.
La publicación simultánea en Seix Barral de este diario y la novela El bebedor, inéditos hasta ahora en español, es una ocasión única para descubrir a uno de los autores más destacados de las letras alemanas recientes, del que Hermann Hesse dijo: «Merece los mayores elogios por escribir con tanto realismo y veracidad, con tanta proximidad a la vida.»
PÁGINAS DEL LIBRO
le trajera una copa de champán, que él aplastaba con sus dientes y se comía entera trozo a trozo, a excepción del pie, para horror de las señoras, que no cabían en su asombro por que no se cortara ni siquiera un poco. Una vez yo mismo vi cómo R. topó con su maestro a la hora de devorar cristal, casi parecía un caníbal. Pidió que le trajeran una copa de champán, un hombre silencioso y dulce junto a él hizo lo mismo. Rowohlt se comió la copa, el dulce hombre lo imitó. Rowohlt le dijo, agradable:
-¡Bien! ¡Eso me ha gustado!
Juntó las manos sobre el vientre y miró con gesto triunfante a su
alrededor, el dulce hombre se dirigió a él. Señaló con el dedo el pie
desnudo de la copa que había frente a R. En tono de reproche le
preguntó:
-¿Y no se va a comer usted el pie de la copa, señor Rowohlt? ¡Pero si es lo mejor!
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