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Becerra: “La literatura es como una religión marginal”

En el fondo, una broma –hacer la crítica de un libro propio— dio pie a preguntas muy serias: ¿Puede uno leerse a sí mismo? ¿Por qué escribe uno y por qué uno lee lo que escriben los demás? ¿Puede un autor aguantar que no tenga lectores o, aún peor, sólo uno? ¿Aspira de verdad el escritor a enfrentarse con el lector? ¿Son los lectores personas normales?¿Amén de la cabeza, leemos con el cuerpo? Todas esas reflexiones fluyen entre líneas en La interpretación de un libro (Candaya), la última y breve pero primera novela que llega a España del argentino Juan José Becerra (Junín, Buenos Aries, 1965), donde el escritor casi clandestino Mariano Mastandrea mantiene una inquietante relación con Camila Pereyra, al parecer su única y peligrosamente obsesiva lectora, que lo acabará seduciendo, agotando, paralizando...

No importa que quien se sumerja en La interpretación…no sepa que hay citas casi exactas de Miles de años, novela de 2004 de Becerra: la metaliteratura, “que no intertextualidad a cielo abierto”, aclara el autor, no entorpece la función de las minas de profundidad que va dejando la historia, como el pseudoconsuelo del protagonista en que el escribir una obra de supuesto alto valor literario explica su fracaso de público. “La literatura hoy tiene más que ver con la imagen, con la industria del ocio, con el negocio que con la literatura; no es ni bueno ni malo, lo que está claro es que eso produce consumidores de libros, no lectores; o, en su defecto, lectores que no soportan ya exigencias mínimas de la lectura, como la lentitud”, sostiene Becerra.
La literatura hoy tiene más que ver con la imagen, con la industria del ocio, con el negocio que con la literatura; no es ni bueno ni malo, lo que está claro es que eso produce consumidores de libros, no lectores
Camila es una lectora a la antigua usanza, de costumbres, cantidad y calidad enfermizas, lo que hace que los empleados del jardín botánico que frecuenta solitaria la bauticen como “la loca de los libros”. Un guiño sociológico. “La literatura ya no es un fenómeno de masas; la proporción que la industria del libro se permite para la literatura es mínima; la actualidad del discurso literario es buena en aspectos formales pero la comunidad que espera algo de ese mundo cada vez es más pequeña… En realidad, hoy ya hay más literatura que lectores”, lanza como un torrente, con su hablar rápido, Becerra. Es realista, matiza, más que pesimista. “La literatura no tendrá ya más ese lugar de agente de traducción del mundo; mantiene su prestigio pero no su influencia”, asegura. Y apostilla: “Es como una religión marginal: se vive con intensidad pero cada vez afecta a menos gente de manera íntima”.

Articulista reconocido en su país por, entre otras, sus colaboraciones en el deportivo Olé y en la edición latinoamericana de la revista Les Inrockuptibles, duda de que hoy existan libros que puedan cambiar la mentalidad de una generación; las más actuales cree, incluso, que tienen dificultades para leer como Mastandrea/ Becerra cree que es la única manera de hacerlo: “Con todo el cuerpo; no es sólo un acto intelectual sino también de relaciones físicas entre un cuerpo, con sus vibraciones corporales, la consciencia…, y una especie de prótesis que es el libro”. La protagonista femenina “atraviesa todos esos campos, casi hasta llegar al enloquecimiento”, apunta.

No es la única postura inquietante en la novela. El escritor también pasea sistemáticamente por la bonaerense avenida Corrientes, las de las grandes librerías, a la manera de un agrimensor para ver si las pilas de sus libros, saldados, se mueven mínimamente. “La mayoría de las librerías de Corrientes ya son sólo de saldos; las novedades están más centradas en las zonas de shopping de la ciudad; a mí eso me gusta porque la de saldo es una zona aún refractaria a las fuerzas más violentas del mercado editorial; el saldo es donde aún reside la literatura por la posibilidad estática de estar ahí mucho tiempo y eso permite una relación más franca con el lector de literatura, que puede hallar un libro más allá de los dos meses en que desaparece de las mesas de novedades”.
La literatura es como una religión marginal: se vive con intensidad pero cada vez afecta a menos gente de manera íntima”
Becerra, a diferencia de sus colegas de generación como Claudia Piñeiro, ha tardado en llegar a España y lo ha hecho sin agente literario, por esa “circulación paraindustrial, una casualidad afectiva con esa especia de “cofradía desorganizada” que aún genera cierta literatura. Le sorprende poco. “Contrariamente a lo que pueda creerse, entre Latinoamérica y España no tenemos un mercado común literario; el boom de los 60 sí lo generó, pero ya hace tiempo que esa circunstancia no existe”. Eso explica, en su opinión, que voces como las de sus colegas Daniel Guebel, Damián Tabarovsky u Oliverio Coelho, entre sus favoritos, cuesten un poco de ser encontrados acá.

Otro efecto del sistema es que, de sus cinco novelas escritas hasta la fecha, la que llegue ahora a España es la de un Becerra destilado, de una escritura “mucho menos concéntrica, sin contramarchas” en relación a Santo (1994) o Atlántida (2001) o incluso Miles de años y que le ha llevado a pasar de escritor de producción lenta a publicar, entre ensayos (Grasa, 2007; Patriotas; 2009…) y novelas, casi 10 libros en seis años. Pero siempre respetando un regusto literario no exento de aforísticas reflexiones. “Escribo sin mirar atrás, mientras pienso; la novela es una disciplina asociativa”, dice Becerra, que asegura que tampoco tiene “pretensiones de éxito”. Quizá sea de los que exigen lectores como la loca suya…

El País

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