No importa que quien se sumerja en La interpretación…no sepa que hay citas casi exactas de Miles de años,
novela de 2004 de Becerra: la metaliteratura, “que no intertextualidad a
cielo abierto”, aclara el autor, no entorpece la función de las minas
de profundidad que va dejando la historia, como el pseudoconsuelo del
protagonista en que el escribir una obra de supuesto alto valor
literario explica su fracaso de público. “La literatura hoy tiene más
que ver con la imagen, con la industria del ocio, con el negocio que con
la literatura; no es ni bueno ni malo, lo que está claro es que eso
produce consumidores de libros, no lectores; o, en su defecto, lectores
que no soportan ya exigencias mínimas de la lectura, como la lentitud”,
sostiene Becerra.
La literatura hoy tiene más que ver con la imagen, con la industria del ocio, con el negocio que con la literatura; no es ni bueno ni malo, lo que está claro es que eso produce consumidores de libros, no lectores
Camila es una lectora a la antigua usanza, de costumbres, cantidad y
calidad enfermizas, lo que hace que los empleados del jardín botánico
que frecuenta solitaria la bauticen como “la loca de los libros”. Un
guiño sociológico. “La literatura ya no es un fenómeno de masas; la
proporción que la industria del libro se permite para la literatura es
mínima; la actualidad del discurso literario es buena en aspectos
formales pero la comunidad que espera algo de ese mundo cada vez es más
pequeña… En realidad, hoy ya hay más literatura que lectores”, lanza
como un torrente, con su hablar rápido, Becerra. Es realista, matiza,
más que pesimista. “La literatura no tendrá ya más ese lugar de agente
de traducción del mundo; mantiene su prestigio pero no su influencia”,
asegura. Y apostilla: “Es como una religión marginal: se vive con
intensidad pero cada vez afecta a menos gente de manera íntima”.
Articulista reconocido en su país por, entre otras, sus colaboraciones en el deportivo Olé y en la edición latinoamericana de la revista Les Inrockuptibles,
duda de que hoy existan libros que puedan cambiar la mentalidad de una
generación; las más actuales cree, incluso, que tienen dificultades para
leer como Mastandrea/ Becerra cree que es la única manera de hacerlo:
“Con todo el cuerpo; no es sólo un acto intelectual sino también de
relaciones físicas entre un cuerpo, con sus vibraciones corporales, la
consciencia…, y una especie de prótesis que es el libro”. La
protagonista femenina “atraviesa todos esos campos, casi hasta llegar al
enloquecimiento”, apunta.
No es la única postura inquietante en la novela. El escritor también
pasea sistemáticamente por la bonaerense avenida Corrientes, las de las
grandes librerías, a la manera de un agrimensor para ver si las pilas de
sus libros, saldados, se mueven mínimamente. “La mayoría de las
librerías de Corrientes ya son sólo de saldos; las novedades están más
centradas en las zonas de shopping de la ciudad; a mí eso me
gusta porque la de saldo es una zona aún refractaria a las fuerzas más
violentas del mercado editorial; el saldo es donde aún reside la
literatura por la posibilidad estática de estar ahí mucho tiempo y eso
permite una relación más franca con el lector de literatura, que puede
hallar un libro más allá de los dos meses en que desaparece de las mesas
de novedades”.
La literatura es como una religión marginal: se vive con intensidad pero cada vez afecta a menos gente de manera íntima”
Becerra, a diferencia de sus colegas de generación como Claudia
Piñeiro, ha tardado en llegar a España y lo ha hecho sin agente
literario, por esa “circulación paraindustrial, una casualidad afectiva
con esa especia de “cofradía desorganizada” que aún genera cierta
literatura. Le sorprende poco. “Contrariamente a lo que pueda creerse,
entre Latinoamérica y España no tenemos un mercado común literario; el boom
de los 60 sí lo generó, pero ya hace tiempo que esa circunstancia no
existe”. Eso explica, en su opinión, que voces como las de sus colegas
Daniel Guebel, Damián Tabarovsky u Oliverio Coelho, entre sus favoritos,
cuesten un poco de ser encontrados acá.
Otro efecto del sistema es que, de sus cinco novelas escritas hasta la fecha, la que llegue ahora a España es la de un Becerra destilado, de una escritura “mucho menos concéntrica, sin contramarchas” en relación a Santo (1994) o Atlántida (2001) o incluso Miles de años y que le ha llevado a pasar de escritor de producción lenta a publicar, entre ensayos (Grasa, 2007; Patriotas;
2009…) y novelas, casi 10 libros en seis años. Pero siempre respetando
un regusto literario no exento de aforísticas reflexiones. “Escribo sin
mirar atrás, mientras pienso; la novela es una disciplina asociativa”,
dice Becerra, que asegura que tampoco tiene “pretensiones de éxito”.
Quizá sea de los que exigen lectores como la loca suya…
El País
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