La presente biografía es sin
duda la más personal de las existentes sobre el Premio Nobel de
Literatura de 1969, sin que ello menoscabe las exigencias que, en cuanto
a investigación veraz, se exige a un biógrafo. Al no detenerse, además,
en un análisis académico de las obras de Beckett, resulta la más
atractiva para una amplia clase de lectores que quiera iniciarse en la
compleja vida y personalidad del autor de Esperando a Godot.
Cronin
indaga certeramente en los aspectos más esquivos del escritor y
profundiza en la parte más desconocida de Samuel Beckett: la conexión
con su Irlanda natal, con el París de las vanguardias, la vida nocturna;
y en la relación con figuras de la talla de Joyce, Yeats, Giacometti,
Peggy Guggenheim o Harold Pinter. Cronin nos muestra así un Beckett
genial, profético y universal, pero también contradictorio, falible y
firmemente arraigado en un entorno de acentos y paisajes del que nunca
escapó del todo.
En definitiva, Samuel Beckett, el último modernista
es el complemento esencial para entender el contexto creador que
propició la forja de uno de los más grandes escritores del siglo XX.
«Cronin
se adentra con gran perspicacia no sólo en el trasfondo irlandés de
Beckett, sino también en su enigmática, dolorosa y lenta evolución como
artista.» Colm Tóibín, Guardian Books of the Year
6
El primer periodo en que vivió Beckett en la ciudad que durante
tanto tiempo había de ser su lugar de residencia se remonta al primero
de noviembre de 1928, cuando, gracias al acuerdo que tenía con Trinity
College, ocupó el puesto de lecteur en la École Normale. La
ciudad a la que llegó entonces se había recuperado ya por completo del
impacto de la Primera Guerra Mundial; en opinión de muchos testigos que
frecuentaron los círculos literarios, los años veinte en París fueron
una época feliz. En 1932 Julian Green iba a dejar constancia en su
diario de lo que consideraba «el fin de una era feliz», y Claude
Mauriac, aún demasiado joven para participar en la vida literaria de la
década, escribió sin embargo sobre la nostalgia que todo el mundo sentía
por «aquellos maravillosos años».
Todo esto,
como es lógico, se dijo retrospectivamente. Lo cierto es que en aquella
época, al igual que en Inglaterra, la desesperación vital estaba muy de
moda. También se la relacionaba, como en Inglaterra, con la experiencia
de la Gran Guerra, si bien muchos de los que cultivaron aquella
desesperación no habían tenido experiencia directa del conflicto, ni
mucho menos. Uno de los factores de mayor peso en aquel pesimismo a la
moda volvió a surtir efecto en los años cincuenta, cuando la obra de
Beckett empezó a ser internacionalmente conocida.
Entre las libertades que de manera casi inevitable se pierden en
tiempos de guerra se encuentra la libertad de desesperar a propósito
del futuro del país beligerante en el que uno casualmente reside, e
incluso del futuro mismo del ser humano. El pesimismo pasa a ser una
suerte de traición; prevalece un optimismo casi obligatorio. A lo largo
de cuatro años cruciales, todo lo que se publicó en la prensa francesa,
como en la inglesa, tuvo que concurrir con un pronóstico optimista sobre
el resultado final de la contienda. Las retiradas a gran escala y los
desastres imprevistos e indeseados tuvieron que presentarse al público
como si fuesen parte de una estrategia general concebida con particular
brillantez. Hubo que dar a entender que en la época de posguerra se
fundarían formas y estructuras políticas capaces de garantizar a todos
cierta medida de prosperidad, de justicia, de felicidad.
Boomerang
Boomerang
Comentarios