Ir al contenido principal

Cuando el mundo era mío

Aún hoy en día, en la era de los aviones y los transportes rápidos, resulta difícil concebir un imperio que pueda abarcar desde el Pacífico hasta el mar Adriático, más extenso que la antigua URSS, que China, que los Estados Unidos de América. Y tal fue, sin embargo, el que configuró la poderosa oleada mongola que se extendió bajo la égida de Gengis Kan. "Cuando el mundo era mío" (novela donde junto con el viento de la estepa corren los valores de libertad, heroísmo y lealtad) relata desde dentro, con una mezcla poderosa de épica y de lo que a ratos, por desacostumbrado, parece novela fantástica, esta prodigiosa aventura que en el siglo XIII atravesó fulgurante e intensa como un rayo la historia de la humanidad.

Capítulo 1

La memoria
Hubo un tiempo en que los hombres creyeron que el centro del mundo coincidía con la plaza del mercado. Así pensaban los habitantes de las ciudades abominables. Les dimos caza, los exterminamos, ya no viven. Ni siquiera llegaron a saber que nosotros existíamos mucho antes que ellos.
     En la parte de la tierra donde muere el sol, también creían muchos que Europa regía el universo. Pero en la época en que nosotros hacíamos las larguísimas cabalgadas de mar a mar, Europa era un rincón de bosques y pantanos en el extremo de nuestros pastos. Sus habitantes eran bestiales, blancos y repulsivos, se hacinaban bajo montones de leña seca y dormían siempre presos en el mismo lugar maloliente.
     Los hombres de la mano derecha, donde muere el sol, eran despreciables y pestilentes. Creían que un dios condescendiente y flojo se dedicaba a contemplar sus detestables seres, ponía en sus manos el destino y les regalaba la fortuna. No conocían a Tengri el Irritado, ni tenían noticia del emperador Oceánico.
     Lo ignoraban todo, se limitaban a amontonarse en sus ciudades. Nosotros los cazamos como a ovejas encerradas, igual que el lobo caímos sobre ellos.
     Cuando decidí convertir al mundo en un solo pastizal donde nomadear sin límites, todos sabían que nací apretando en la mano un botón de sangre del tamaño de una taba de cordero y eso significaba que tendría un destino de héroe.
     Cincuenta inviernos más tarde, cerré los ojos y dejé a mi hijo el mundo, con más pasto, ganado y poder de los que ningún hombre tuvo antes, ni tendrá después. 

Boomerang

Comentarios

Entradas populares de este blog

Carta de Manuela Sáenz a James Thorne, su primer marido

No, no y no, por el amor de Dios, basta. ¿Por qué te empeñas en que cambie de resolución. ¡Mil veces, no! Señor mío, eres excelente, eres inimitable. Pero, mi amigo, no eres grano de anís que te haya dejado por el general Bolívar; dejar a un marido sin tus méritos no seria nada. ¿Crees por un momento que, después de ser amada por este general durante años, de tener la seguridad de que poseo su corazón, voy a preferir ser la esposa del Padre, del Hijo o del Espíritu Santo o de los tres juntos? Sé muy bien que no puedo unirme a él por las leyes del honor, como tú las llamas, pero ¿crees que me siento menos honrada porque sea mi amante y no mi marido? No vivo para los prejuicios de la sociedad, que sólo fueron inventados para que nos atormentemos el uno al otro. Déjame en paz, mi querido inglés. Déjame en paz. Hagamos en cambio otra cosa. Nos casaremos cuando estemos en el cielo, pero en esta tierra ¡no! ¿Crees que la solución es mala? En nuestro hogar celestial, nuestr...

Grandes esperanzas (Fragmentos)

«En el primer momento no me fijé en todo esto, pero vi más de lo que podía suponer, y observé que todo aquello, que en otro tiempo debió de ser blanco, se veía amarillento. Observé que la novia que llevaba aquel traje se había marchitado como las flores y la misma ropa, y no le quedaba más brillo que el de sus ojos hundidos. Imaginé que en otro tiempo aquel vestido debió de ceñir el talle esbelto de una mujer joven, y que la figura sobre la que colgaba ahora había quedado reducida a piel y huesos. [...] ―¿Quién es? ―preguntó la dama que estaba sentada junto a la mesa. ―Pip, señora. ―¿Pip? ―El muchacho que ha traído hasta aquí Mr. Pumblechook, señora. He venido a jugar... ―Acércate más, muchacho. Deja que te vea bien. Al encontrarme delante de ella, rehuyendo su mirada, observé con detalle los objetos que nos rodeaban, y reparé en que tanto el reloj que había encima de la mesa como el de la pared estaban parados a las nueves menos veinte. ―Mírame ―me dijo miss...

Las muchas lenguas de Kundera

La primera novela de  Milan Kundera ,  La broma,  es la historia de cómo una ironía leída por quien no debería –escribir en una postal “El optimismo es el opio del pueblo”– arruina la vida de su protagonista en la Checoslovaquia comunista. La última,  La fiesta de la insignificancia  –que su editorial en España, Tusquets, saca a la calle el 2 de septiembre– relata en uno de sus capítulos como Stalin relata una historia que puede ser, o no, un chiste, aunque descubrirlo no es sencillo: si por casualidad no es un chiste y es un delirio de dictador, puede costar la vida al que se ría a destiempo. En medio, transcurre la vida de uno de los escritores europeos más importantes del siglo XX, cuya existencia podría ser definida como una gran lucha contra un mundo que ha perdido el sentido del humor. Los chistes son un ángulo magnífico para contar la historia del comunismo en Europa Oriental y la URSS: “Qué hay más frío que el agua fría en Rumania? El agua caliente”...