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El sueño del rey rojo. Lecturas y relecturas sobre la palabra y el mundo

Alberto Manguel explora en estos lúcidos y amenos ensayos la relación entre nuestro mundo y las palabras que utilizamos, entre lo político y lo literario. A través de sus experiencias personales, marcadas por sus "lecturas y relecturas", reflexiona sobre la curiosidad intelectual, el arte de la traducción, el lector, la escritura, las librerías y bibliotecas ideales..., pero también sobre la muerte del Che, el nazismo, el antisemitismo, la identidad, el sida, la dictadura argentina... Todo salpicado e ilustrado con referencias a Homero, Dante, Borges, Chesterton, Cortázar, Pinocho... Y especialmente a Lewis Carroll y sus libros de Alicia, sus más regocijantes compañeros en su travesía literaria. Como dice Manguel, la lectura es lo que nos define como especie y "la palabra impresa" lo que da "coherencia al mundo". Son las que nos proporcionan "en medio de la incertidumbre y de muchas clases de miedos (...) unos cuantos lugares seguros, tan reales como el papel y tan vigorizantes como la tinta, que nos darán techo y comida mientras pasamos por el bosque oscuro y sin nombre" de este mundo.
"Alberto Manguel es el Don Juan de la lectura." George Steiner
"Los libros saltan de sus cubiertas cuando Manguel los abre y bailan alegremente cuando entran en contacto con su ingenio." The Observer
"Un libro absolutamente cautivador para todos los que aman la lectura y una inspiración para quienes hayan soñado con formar su propia biblioteca." The Washington Post  


COMIENZO DEL LIBRO

-Deberías dar ahora las gracias con un discursito bien arreglado -dijo la Reina Roja,
dirigiéndose a Alicia con el entrecejo severamente fruncido.
A través del espejo, capítulo IX

El tema de este LIBRO, como de casi todos mis otros libros, es la lectura, la más humana de las actividades creativas. Considero que somos, en esencia, animales lectores y que el arte de la lectura, en su sentido más amplio, nos define como especie. Llegamos a este mundo empeñados en encontrar una narrativa en todo: en el paisaje, en el cielo, en las caras de los demás y, por supuesto, en las imágenes y palabras que nuestra especie crea. Leemos nuestras propias vidas y las de otros, leemos las sociedades en las que vivimos y aquellas que existen más allá de nuestras fronteras, leemos imágenes y edificios, leemos lo que se encuentra entre las pastas de un libro.
Esto último es esencial. Para mí, la palabra impresa le da coherencia al mundo. Cuando los habitantes de Macondo se contagiaron de una especie de amnesia que les
cayó un día en sus cien años de soledad, se dieron cuenta de que su conocimiento del
mundo estaba desapareciendo rápido y que pronto podrían olvidar qué era una vaca, qué era un árbol, qué era una casa. El antídoto, descubrieron, estaba en las palabras. Para recordar lo que su mundo les significaba, escribieron letreros que colgaron de las
bestias y los objetos: «Éste es el árbol», «Ésta es la casa», «Ésta es la vaca, hay que ordeñarla todas las mañanas para que produzca leche y a la leche hay que hervirla para mezclarla con el café y hacer café con leche». Las palabras nos dicen lo que creemos, como sociedad, que es el mundo.
«Lo que creemos»: ahí está el reto. Al unir las palabras a la experiencia y la experiencia a las palabras, nosotros, los lectores, escudriñamos historias que hacen eco de nuestras experiencias o nos preparan para ellas, o nos cuentan experiencias que nunca serán nuestras, como bien sabemos, salvo en las páginas ardientes. En consecuencia, lo que creemos que es un libro cambia de forma con cada lectura. Al paso de los años, mi experiencia, mis gustos, mis prejuicios han cambiado: al paso de
los días, mi memoria sigue reacomodando, catalogando, desechando los tomos de mi
biblioteca; mis palabras y mi mundo -salvo unos cuantos puntos de referencia constantes- nunca son uno y el mismo. El ingenioso dicho de Heráclito sobre el tiempo
se aplica igual de bien a mis lecturas: «Nadie se sumerge dos veces en el mismo libro».
Lo que permanece invariable es el placer de leer, de sostener un libro en las manos y tener de pronto esa peculiar sensación de asombro, de reconocimiento, de escalofrío o de calidez que sin motivo aparente evoca en ocasiones cierta sucesión de palabras. Reseñar libros, traducir libros, editar antologías son actividades que me han dado cierta justificación para este placer culposo (¡como si el placer necesitara justificación!), y en ocasiones hasta me han permitido ganarme la vida. «Es un mundo bueno y sólo quisiera saber cómo ganarme £200 al año», le escribió el poeta Edward Thomas a su amigo Gordon Bottomley. Reseñar, traducir y editar a veces me ha permitido ganarme esas doscientas libras.

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