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Getting Up / Hacerse Ver. El graffiti metropolitano en Nueva York

En 1972 el grafiti en los trenes subterráneos de Nueva York se volvió un asunto político. Un año antes, la aparición del misterioso mensaje «Taki 183» había hecho aumentar tanto la curiosidad de los neoyorquinos que el New York Times envió uno de sus reporteros a determinar su significado. Gran variedad de funcionarios públicos, entre ellos el alcalde de la ciudad John V. Lindsay, desarrollaron políticas públicas orientadas al fenómeno. Los periódicos y revistas locales aparentemente ayudaron a moldear estas medidas.
«Getting up» es el término utilizado por los grafiteros para lograr dejar su sello personal en la red de metro. A través de entrevistas espontáneas, Castleman documenta las vidas y actividades de estos jóvenes artistas de la calle, a través de su jerga y mitología. Con un enfoque más descriptivo que analítico, deja que los «escritores» hablen por sí mismos, dando como resultado una historia concisa y descriptiva de la cultura suburbana, pero también de la elástica sociedad que la creó. Al margen del debate que suscita esta controvertida forma de expresión, cuando uno termina de leer Getting Up siente admiración por el ingenio de los jóvenes escritores.



INTRODUCCIÓN


Getting Up: Cuando los túneles de la memoria rebosan color


Fernando Figueroa Saavedra
(Doctor en Historia del Arte)
En 1987 la editorial Hermann Blume publicaba en España el libro Getting Up. Subway Graffiti in New York,1 bajo el título en castellano de Los graffiti.2 En aquel entonces, el grafiti de firma se mostraba por nuestras tierras y, en concreto en Madrid, como un fenómeno novedoso y de gran vitalidad; se podría incluso decir que con una gran virulencia en la capital, afectando desde los barrios periféricos hasta el centro urbano y el espacio suburbano. En 1982, Muelle (Juan Carlos Argüello), un joven del barrio de Campamento, había dado el pistoletazo de salida. Dejaba ver su firma en una escalada creciente que motivó que, en unos años, otros se sumasen a firmar por las calles o el metro y que, en definitiva, Madrid viviese un fenómeno paralelo y con una dinámica similar al del Writing de Filadelfia o al de Nueva York que retrataba aquel libro.
Los periodistas y los estudiosos del arte y lo social españoles, no muchos en verdad, empezaron a preguntarse seriamente acerca de su naturaleza, sus causas y sus directrices entre 1987 y 1988. En su búsqueda de respuestas, pusieron sus ojos en el referente neoyorquino, más popular y conocido por aquel entonces que cualquier otro. Hacía unos cinco años que el libro de Craig Castleman se había publicado en Nueva York, y fue el historiador, crítico de arte y escritor Juan Antonio Ramírez quien impulsó su traducción y publicación en España a través de la mencionada editorial, consciente de lo oportuno y esclarecedor que resultaba el que dicho texto fuese accesible. También era sensible respecto a lo que representaba culturalmente este tipo de manifestaciones y de la potencia que tenía Nueva York como foco irradiador de toda clase de influencias o antesala de precoces o anticipadoras experiencias culturales para el primer mundo.
Boomerang

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