De un autor cuya escritura abarca desde la ficción hasta la crítica, y cuyos libros suelen encontrarse a caballo entre estos dos géneros, llega una nueva publicación que sorprende por su forma y por su contenido. Se trata de Zona, un libro en el que Geoff Dyer trata de desvelar los misterios de una película que parece haberle perseguido toda su vida: Stalker, de Andréi Tarkovski. Zona es una narración que da rienda suelta a la brillantez de los rasgos distintivos de Dyer: su aguda observación, su melancolía, su lado más cómico, su lirismo. Dyer hace las veces de guía a través de la imaginería del director y allí nos damos cuenta de que la película es solo el punto de partida de una investigación realmente original sobre las cuestiones más importantes de la vida.
«Hacer visible lo que sin ti quizá nunca se hubiera visto»: Geoff Dyer hace suya la nota de Bresson acerca del cine para escribir Zona, uno de los libros más originales jamás escritos sobre una película y sobre cómo el arte -ya sea el film de un director ruso o el libro de uno de los más talentosos escritores contemporáneos- puede determinar la manera en que vemos el mundo.
«Lo nuevo de Dyer se titula Zona y se subtitula a book about a film about a journey to a room y, sí, trata sobre el film de Tarkovsky, al que adora por encima de toda película; pero también trata sobre Dyer mismo y, de paso, sobre todos nosotros.»
Rodrigo Fresán
Rodrigo Fresán
«Extremadamente inteligente. . . . La manera que Dyer tiene de evocar a Stalker es vivaz, su lectura es agudo y a veces brillante.» The New York Times Book Review
«Uno de mis autores favoritos entre todos los escritores contemporáneos.»
Alain de Bottom
Alain de Bottom
«Verdaderamente original [...]. [Dyer] nunca deja de sorprender, perturbar y deleitar.»
William Boyd
William Boyd
UNO
Un bar vacío, posiblemente todavía cerrado, con una única mesa, no mayor que una mesilla redonda, pero más alta, de esas en las que te apoyas –no hay taburetes– mientras bebes de pie. Si los tablones del suelo hablasen, seguramente podrían contar un par o tres de historias, aunque resultaría que son todas la misma, que terminaría con el mismo lamento de siempre (después de unas copas la gente piensa que puede abusar de mí), no solo en términos de lo que pasa aquí, sino en los bares de todo el mundo. En otras palabras, estamos en el reino de la verdad universal. El camarero sale de la trastienda –vestido con chaqueta blanca de camarero–, enciende un pitillo y da las luces, dos tubos f luorescentes, uno de los cuales no funciona correctamente: parpadea. El camarero mira la luz que parpadea. Le ves pensar: «Hay que arreglarlo», que no es lo mismo que «Lo arreglaré hoy», sino que se parece mucho a «Nunca lo arreglaré». La vida cotidiana está llena de pequeñas sorpresas, esperanzas (de que quizá se haya arreglado solo por la noche) y resignaciones (no ha pasado y no pasará) que se repiten. Un hombre alto –¡un cliente!– entra en el bar, deja una mo chila bajo la mesa, la mesilla redonda en la que te apoyas al beber.
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