Madrid, 31 de agosto de 2012. Automática Editorial comienza su segundo semestre de la mano de una gran desconocida para el público español: Marghanita Laski (1915 - 1988). Sobrina del político socialista Harold Laski, Marghanita desarrolló una obra tremendamente ecléctica (novelista, periodista, crítica literaria, cuentista y dramaturga). Entre sus novelas destacan La chaise-longue victoriana, Little boy lost, The Village o To bed with grand music, todas muy distintas entre sí.
En La chaise-longue victoriana, Laski logra una fusión impecable de terror psicológico con elementos clásicos de la literatura gótica. La inquietud y el miedo a lo que no puede ser, pero es, son los motores fundamentales de esta historia. Su protagonista, la joven Melanie, que se recupera de una grave enfermedad desarrollada durante su embarazo, despierta, tras adormecerse en su vieja chaise-longue, en un lugar extraño por el que pronto comenzarán a desfilar una serie de siniestros personajes con oscuras intenciones. De este modo da comienzo una lucha desesperada por encontrar una explicación y, en última instancia, por salvar la propia vida.
Esta novella contiene a su vez un alegato contra el sometimiento de la mujer y su papel secundario en la sociedad victoriana. La protagonista buscará por todos los medios su liberación, pero en ese mundo de aparente seguridad en el que vive, la independencia de la mujer no tiene cabida.
«Es la novela corta más aterradora y hábilmente contada de la década». P.D. JAMES
PÁGINAS DEL LIBRO
-¿Me da su palabra de honor -preguntó Melanie- de que no voy a morir?
El doctor dijo:
-Es una estupidez preguntarme eso. Por supuesto que vas a morir, y yo también, y Guy, y al final incluso Richard morirá. Lo que en realidad me estás preguntando es si vas a morir pronto de tuberculosis, y la respuesta a eso es no, aunque no voy a darte mi palabra de honor.
Melanie se incorporó del nido de almohadones.
-¿Por qué no? -inquirió-. ¿Por qué no lo hace, si está tan seguro?
-Túmbate -apremió el médico con severidad. Esperó a que ella se hundiera de nuevo, obediente, entre los grandes almohadones cuadrados cuyas fundas de lino rosa emitían el débil resplandor que las lavanderías competentes aún daban al buen lino; los almohadones prestaban su pálido fulgor rosado a su hermosa cara, recubierta de una pelusa suave como la de un bebé.
-Con esos saltos que das -reconvino con fingido reproche-, no te extrañe que no te dé mi palabra.
Pero Melanie se sentía ahora más segura; ella esta ba en su nido de almohadones y él tenía una sonrisa en el rostro. Se la devolvió con la intención de decirle tan solo que lo quería y que confiaba en él, y el médico se preguntó cómo era que la sonrisa de Melanie siempre parecía invitar a deleites que, estaba seguro, ella nunca había conocido.
-Hacía mucho que no te veía sonreír así -dijo; sí, hacía mucho, ahora que lo pensaba, desde...
-Ahora que sé que no voy a morir puedo sonreír.
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