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Arquitectura y verdad


Frente a las formas de horror (ma­lignas o "kitsch"), frente al horror de las formas falsas, fáciles y retro-sentimentales (formas mitad liberales, mitad fascistas), se ofrecen aquí once lecciones para una sola ecuación poética, es decir, antiartística: Arquitec­tura = Civilización = Racionalidad = Modernidad. Quizá ella nos pueda proteger del obsceno facilismo cómico, decorado y plebeyo que nos rodea. Lejos de las Artes y las Cultu­ras, lejos de los Monumentos, Mitos, Estilos y Lenguajes, la es­casa arquitectura auténtica es, sobre todo, asunto poético, esto es: construcción industrial, racional, objetiva, civil y panhumana.


Presentación

Frente al gregario -y hoy tan frecuente- relativismo estético, escribe Leon Battista Alberti (1404-1472):
Habrá quienes no aprueben lo aquí dicho y digan que el criterio para juzgar la belleza de toda construcción es relativo y variable, y que la forma de los edificios, que varía según los gustos de cada uno, no se puede ceñir a ningún canon. Defecto propio de la ignorancia: afirmar que no existe aquello que se ignora. Creo que esa falsa opinión debe ser suprimida (De re aedificatoria). 

Culturas vs. Civilización 

Cuando aquí (en este curso) se hable de cultura, debe entenderse esta como producto ideológico del sistema capitalista, como autopropaganda del Poder, como venta de farsa interclasista. Nuestra crítica de la cultura nada tiene en común con aquella otra crítica étnica y racista ejercida por el romanticismo pequeñoburgués del siglo xix. Aquella anticultura de casino coincidía con una ideología muy sospechosa, ya que se reclamaba, a la vez, anticapitalista y antisocialista. Era, por tanto, pura antimodernidad e irracionalidad, añoranza mítica de la barbarie antigua que tanto defendió Nietzsche y otros modernistas -o falsos modernos- igualmente reaccionarios. Aquella «contracultura» llegaría a ser nueva ideología imperialista de genocidio colonial: violencia y nazismo. Aquellos protofascistas consideraban las culturas actuales como despreciables respecto a la pasada grandeza pagana a la que llamaban «civilización». De este modo encubrían que su añorada cultura clásica grecorromana se sustentaba sobre un régimen esclavista. Ellos, precursores de la quema de libros (Berlín, 1933) atacaron y aún atacan, por miedo al cambio social, la cultura actual: la ven demasiado moderna, progresista y revolucionaria. Tal es el caso de Nietzsche, Heidegger, Spengler y de tantos discípulos postmodernos -siempre del lado del statu quo- en cuya obra lo vil destruye lo civil. 

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