Abrir este libro es aceptar una invitación a
pensar sobre el presente: qué es realmente el progreso, qué es
realmente "ir a mejor", qué razones hay para el optimismo o para la
desesperación.
Seguir leyendo le llevará a reflexionar sobre el futuro que se está ya construyendo a través de las nuevas redes del siglo XXI: internet, los nuevos medios y las plataformas abiertas. ¿Adónde nos llevan esas "redes creativas"? ¿En qué van a mejorar o a complicar nuestra vida? ¿Vamos hacia el individualismo más radical, o seremos capaces de compartir en vez de competir?
Si cree que el presente es imperfecto y del futuro ya no sabe ni qué pensar, lea este libro: habla de redes, de ciudadanos, de política y de movimientos de progreso. Pero sobre todo, habla de usted.
Seguir leyendo le llevará a reflexionar sobre el futuro que se está ya construyendo a través de las nuevas redes del siglo XXI: internet, los nuevos medios y las plataformas abiertas. ¿Adónde nos llevan esas "redes creativas"? ¿En qué van a mejorar o a complicar nuestra vida? ¿Vamos hacia el individualismo más radical, o seremos capaces de compartir en vez de competir?
Si cree que el presente es imperfecto y del futuro ya no sabe ni qué pensar, lea este libro: habla de redes, de ciudadanos, de política y de movimientos de progreso. Pero sobre todo, habla de usted.
Johnson
es un escritor inteligente y sutil, al que no se le ocurre decir que
todos los problemas puedan resolverse con un poco de Facebook [...]. Por
el contrario [...], se trata de crear plataformas para que los
ciudadanos solucionen juntos los problemas".-- The Economist
PROGRESO, AUNQUE NO LO PAREZCA
Uno de los pocos sucesos que tienen asegurada la primera plana de todos
los diarios nacionales es que se estrelle un avión de pasajeros. Lo que
no es tan seguro es que aparezca en portada una historia sobre un vuelo
comercial que estuvo a punto de estrellarse, aunque de vez en cuando
ese tipo de no-sucesos consigue captar la atención mediática. Así
sucedió el 12 de enero de 2009, por ejemplo, y la primera página del
diario usa Today titulaba: "Las líneas aéreas cumplen dos años sin
víctimas". Según un análisis de ese diario, la aviación comercial
estadounidense había alcanzado un hito sin precedentes en su historia: a
pesar de que el número de vuelos había crecido de forma muy notable en
comparación con las décadas anteriores, ni una sola persona había
fallecido en accidente aéreo de una línea regular en los años 2007 o
2008.
En términos estadísticos, una racha de
dos años sin bajas era un hecho destacable; desde el año 1958, el sector
solo había logrado pasar un año entero sin accidentes mortales cuatro
veces. Sin embargo, ese récord de seguridad se encuadraba en una
tendencia más general: contando a partir de los atentados del 11-s, la
posibilidad de morir en un vuelo regular era de diecinueve entre mil
millones: había mejorado casi un cien por cien desde la década de 1990,
cuando los vuelos ya tenían un nivel de seguridad excelente. Según
Arnold Barnett, profesor del mit, un niño estadounidense tenía más
posibilidades de ser elegido presidente de su país en algún momento de
su vida que de morir en un avión de pasajeros.
La historia me llamó la atención, entre otras cosas porque yo llevaba
tiempo pensando que los grupos mediáticos aplicaban un sesgo engañoso a
los hechos, y no me refiero al sesgo habitual entre la izquierda y la
derecha, sino a otro más sutil, que les lleva a interesarse más por las
malas noticias. Eso de "Donde hay sangre, hay titular" puede ser una
buena estrategia para vender periódicos, pero condiciona sin remedio la
percepción colectiva de nuestro devenir como sociedad. No nos perdemos
ni una amenaza ni una catástrofe, pero las historias que relatan el
verdadero progreso quedan relegadas a las páginas interiores, y eso
cuando llegan a publicarse.
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