La pared en la oscuridad, primera y brillante
novela del joven escritor brasileño Altair Martins, hasta ahora inédito
en castellano, recibió el consagratorio premio São Paulo, uno de los más
importantes reconocimientos literarios del Brasil.
A
partir de un accidente de tránsito en el que un joven profesor de
matemática mata con su auto a un hombre y huye, se desencadena una trama
cercana al género policial, que incita a la lectura hasta la última
línea. La novela se mete en las profundidades de los protagonistas, sus
familias y entornos, y a través de ellos aparecen los temas del poder y
la autoridad, de la sociedad disciplinaria y controladora, de la
educación, la herencia, la culpa y la imposibilidad de escapar del lugar
de origen.
Comienzo del libro
Il faut que nous naissions coupables
-ou Dieu serait injuste.
Pascal, Pensées, VII
-ou Dieu serait injuste.
Pascal, Pensées, VII
Si
viera en la oscuridad, Adorno notaría los dos ojos rojos de la rata.
Los pelos del hocico examinarían el ambiente, y la rata haría lo más
simple: con ocho patas, se deslizaría pegada a la pared de la ventana
del cuarto, se detendría junto a un pilar de madera, escucharía los
peligros y seguiría hacia una nueva pared donde los olores la harían
erguir levemente la cabeza y probar el aire. Y sería en ese momento que,
si pudiera ver en la oscuridad, Adorno levantaría los ojos muy por
encima de la rata y, en el reloj de la pared, en la imagen del Cristo,
vería que estaba atrasado. Sin ser notada, la rata se escurrió hacia
adentro de un agujero mínimo del parqué, en un rincón a la izquierda de
la cabecera de la cama.
Adorno se movió, teniendo
apenas una sensación, y por asalto, de que había dormido un minuto de
más, y ese un minuto era suficiente para que todas las cosas hubieran
cambiado de lugar. Porque no llegaba al final de la cama. O al cuerpo de
Onira. Y entonces la primera cosa que vio fue capaz de asustarlo: a
través de la ventana hubo la repentina luminosidad de un relámpago que
él, en el lado oscuro, no logró entender. Y la luz le renovó sensaciones
desagradables de que, ¿qué hora sería?, estaba atrasado. Un temblor que
había hecho que la sangre se despertara antes que él afirmaba que sí,
que estaba atrasado. Adorno intentó erguirse, pero todo era muy difícil.
La ventana atravesada de luces, y sus brazos dormidos. Era el reloj
apretándole la muñeca. Sobre el cuerpo, el peso de cinco hombres. ¿Si
estaría muy atrasado?, que le fuera a preguntar al pan.
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