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La novela como arte de reconocimiento

Javier Marías y Juan Gabriel Vásquez conversan en el Hay Festival sobre la aventura de escribir - El futuro del libro en la era digital, a debate en Segovia

Constanza Marías jamás vino a este mundo. Iba a ser la cuarta en una familia entera de varones y se la esperaba en casa para dar un aire más delicado al ambiente. En su lugar nació Javier -primero Xavier, en castellano antiguo- y hubo que acostumbrarse. "Durante un buen tiempo tuve que andar vestido de rosa". Quizá por eso ahora, al escritor maduro y ya consagrado internacionalmente, no le ha costado meterse en la piel de María Dolz para narrar en primera persona como protagonista Los enamoramientos (Alfaguara), su última novela. Así se lo confesó ayer él mismo al autor colombiano Juan Gabriel Vásquez en una conversación con aforo completo en la iglesia de San Juan de los Caballeros, dentro del Hay Festival de Segovia.

Las difusas, cambiantes, dubitativas, etéreas y ondulantes voces de la narrativa de Marías tienen un componente líquido y obsesivo. Tanto, que Constanza es un nombre que, de haber nacido mujer, le habría hecho justicia. Por la perseverancia, por el empecinamiento, por esa tendencia al aislamiento consagrado a la literatura tan marcado en él. Valga un ejemplo técnico. "No hago trampas. Por eso escribo en primera persona. Es una decisión que tomé hace tiempo, en 1986, con El hombre sentimental y desde entonces no he dejado de buscar maneras de sortear las dificultades que me supone", aseguró.

Lejos queda hoy del solvente y académico Marías el chaval de 19 años que escribió Los dominios del lobo. Ahora, con 60, algunos le siguen llamando el "joven Marías". Y lejos está él de renegar de aquella primera novela. "Es mi obra más divertida". Una reivindicación de la imaginación y el territorio del escritor frente, dice él, "al daño que nos hizo el realismo social". Desde entonces hasta ahora han pasado 40 años y un recorrido de éxito constante, la búsqueda de un estilo basado en la indagación interior, la verdad íntima, la especulación como manera de conocer la verdad que le ha llevado a la conclusión de que la novela es un arte de reconocimiento: "Lo mismo que otros géneros lo pueden ser de conocimiento, la novela lo es de reconocimiento. Y digo esto en cuanto a que nos permite saber cosas que sabíamos, pero no teníamos idea de ellas hasta que no las leemos en una novela". Una gran verdad que le ha llevado a afirmar también, como recordaba Vásquez, "que el ser humano necesita conocer lo posible además de lo cierto y lo que pudo ser, además de lo que fue".

Y a través de ese camino, alejados de las verdades líquidas de Marías, llegamos al punto gaseoso que tuvo lugar ayer en el Hay. Fue cuando se discutió sobre la nube digital, ese espacio aun no determinado en el que se depositarán todos aquellos objetos sólidos del pasado que tuvieron forma de libros, discos o películas; obras de arte que adquieren en la era digital otra dimensión. El problema es saber si acabará descargando en forma de lluvia como el maná, con buena cosecha, o a puro granizo. Javier Celaya, editor de Dosdoce.com lanzaba una pregunta inquietante: "Y eso, ¿se llamará libro?". Lo hacía ante Manuela Lara, directora de proyectos y desarrollos de Santillana Negocios Digitales y Alberto Olmos, escritor, en una mesa organizada por Cedro y moderada por su presidente, Pedro de Andrés.

Los cuatro se esforzaron por explicar las ventajas e inconvenientes de los nuevos paradigmas digitales. "No solo cambiará la manera de leer, también la de escribir", avisaban Lara y Celaya. "Los lectores interactuarán y eso dará la posibilidad a los editores de saber no solo, como hasta ahora, que se compra el libro, sino hasta qué punto este se lee y, para los autores, en qué punto dejan de leerlo".

Buena noticia para los creadores de best sellers, mala para los autores que tratan de labrar un camino con voz propia. Será mejor que estos últimos sigan en su propia nube sin preocuparse de los efectos intimidatorios que pueda desprenderse de esa vigilancia.

También hubo espacio ayer en Segovia para lo sólido. Fue en casa de los marqueses de Lozoya. Invitaron a los asistentes y participantes al festival a un glorioso cochinillo. No hubo lugar para la polémica en ese punto. Ni para el desconcierto. El juicio resultó unánime: estaba glorioso.

El País

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