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'Hippy', monje y poeta místico

El argentino Hugo Mujica, que publica un nuevo libro, recuerda su amistad con los autores de la generación 'beat' y explica su vida como sacerdote católico
Este hombre de 70 años es poeta y es un místico radical que cree en la vida y en Dios, pero que no se entretiene en poner rostro o palabras a ese ser innombrable en el que ha depositado su fe.

Un poeta. Visor publica estos días Y siempre después el viento, que se une a la obra completa que ya publicó Seix Barral y a volúmenes de ensayo y poesía que le han dado notoriedad como escritor pero que no le han envanecido el cerebro.

Es un sacerdote, además. Tiene parroquia en Buenos Aires, se ciñe a los Evangelios y mantiene una riña permanente (es decir, una indiferencia) con respecto a la jerarquía. Siente pena cuando evoca el boato con que viajan los Papas.

Estuvo siete años callado, en un monasterio trapense, después de vivir la agitación de los sesenta en el Greenwich Village de Nueva York, rodeado de artistas hippies como él mismo.

¿Qué pasó en Nueva York? Hugo Mujica tiene la cabeza totalmente rapada, viste con ropajes sueltos, sale de esta conversación, sostenida en el Café Gijón, saltando los setos y de hecho cuando se ve en el espejo "es cuando sé que tengo 70 años; salgo a la calle y considero que vuelvo a ser un chiquillo". Pues, qué pasó en Nueva York. "Ah, Nueva York. Viví allí los años sesenta, era la época del sexo, la droga y el rock and roll. Y eso se acaba, y al acabarse o te ibas al establishment o terminabas reventado de droga". Fue entonces cuando le surgió la necesidad de la mística, se instaló en un monasterio, primero en EE UU y luego en Francia, y estuvo en silencio siete años. Luego se hizo cura. ¿Silencio, siete años? "Lo que pasa es que el silencio para quien no lo ha experimentado antes es una carencia. Yo digo en un verso: 'En el silencio el silencio habla'. Adentrarse en el silencio es adentrarse a lo más prístino que tenemos. Aristóteles nos metió en la cabeza que somos el animal que habla. Yo digo que somos el animal que escucha".

Es una de esas personas que de pronto se convierte en dos ojos que emiten sonidos. En medio de esa impresión susurra: "Yo no nací hablando, el lenguaje me lo dio la comunidad. Pero sí nací escuchando. Recuperando esa escucha nos damos cuenta de que está expresándose. Y es ponerse en tono con esa expresión lo que creo que es ser escritor". El escritor es "el que se demora en las palabras para ver qué más tienen que decir además de lo que ya dijeron".

Del silencio al ruido. En Argentina sus charlas y sus discursos son una apelación a la esperanza. Ahora que está en este turbulento suelo europeo, ¿cómo nos ve? ¿Muy desastrados? "El desencanto europeo empieza en los años cincuenta, con el aburrimiento, la náusea, la constatación de un mundo sin sentido. Algo faltaba. Si una cultura no genera sentido genera violencia. Creo que ahí empieza el malestar de la cultura".

El malestar viene de lejos. Este hombre que parece escaparse del cuadro en el que lo pone el fotógrafo cree que estamos marcados por el mercado. Nos dan regalos, como el iPad o el celular, como si así domináramos el malestar. "Pero el que sucede es un malestar mucho más profundo. Para parafrasear a Nietzsche, el malestar de que el paso de la historia aplaste la danza de la vida. Lo que se está reclamando desde las entrañas es volver a la vida".

En el Village fue amigo de Allen Ginsberg y de todos los artistas que vivían aquel amago de resurrección de la vida. "Fueron años muy fuertes". Pero hubo muerte entre las flores. "Aparte del folclorismo de los hippismos piensa que mataron a John y a Bob Kennedy, a Malcolm X y a Luther King... Siempre describo el hippismo como un brote afectivo en la racionalidad sajona. Ese brote estaba reprimido y generó esa especie fantástica de creatividad y de circo".

¿Y cómo era Ginsberg? Hay gratitud en el rostro de Mujica. "El más grande de nosotros. En aquel tiempo era un gay declarado, ser militante gay era insólito. Y era maternal. Lo recuerdo siempre inclinado para ver si necesitabas algo; amable en el sentido fuerte de la palabra".

Y Ernesto Sabato, agnóstico y quizá ateo, iba a sus misas. Se emocionaba. Hablaban de Dios. "Para mí, Dios es como la cuña que nunca deja que se cierre el mundo y que siempre está generando otra cosa. Pero no tengo idea de quién sea. Es el lugar desde el que merodeando hablo; pero nunca hablaría sobre Dios, intento hablar desde Dios".

¿A qué le obliga el sacerdocio. "A nada, en mi caso particular. He generado una libertad dentro de esa estructura; celebro misa cuando estoy en Buenos Aires. Me ven como alguien raro, pero no como un raro loquito sino como alguien que venía con experiencia, que estudia, que publica". Y que aprendió del silencio, hacia el que corre por encima de los setos.

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