Ir al contenido principal

La lealtad en tiempos difíciles

'La ley del silencio' se publica por primera vez en España - El testimonio de Budd Schulberg, su autor y guionista del filme, fue clave en el inicio de la 'caza de brujas'

"¿Te acuerdas de la pelea aquella en el Garden? Bajaste al vestuario y dijiste: 'Chaval, hoy no es tu noche. Hemos apostado por Wilson'. ¿Te acuerdas de eso? Hoy no es tu noche. ¡Mi noche! Esa noche yo podría haber partido a Wilson en dos. ¿Y cómo acaba esto? Acaba con que le dan el billete para pelear por el título. Y a mí un billete de ida al país de los gilipollas. Nunca volví a valer nada después de aquella noche [...]. Fuiste tú, Charley. Mi hermano". Para leer estas palabras en español ha habido que esperar 56 años. En el cine no tanto, porque La ley del silencio -película en la que Marlon Brando escupía las anteriores frases a su hermano Rod Steiger- llegó a España muy poco después de su estreno estadounidense. La ley del silencio nació del talento de Budd Schulberg, un escritor con una vida apasionante, un hombre cuya carrera es fiel reflejo de todos los vaivenes del siglo XX. "Era un hombre callado, muy simpático, muy culto y curioso. En la historia de la literatura se ha quedado en tierra de nadie, porque se le ha llamado de todo menos bonito. No se le perdonó", recuerda Jaume Vallcorba, fundador y responsable de Acantilado, la editorial que ha ido publicando poco a poco en España la obra de Schulberg, fallecido en 2009.

La gran mancha de Schulberg, el oprobio que, como cuenta Vallcorba, no le perdonaron, fue su testimonio ante el Comité de Actividades Antiamericanas, la punta de lanza de la caza de brujas, en mayo de 1951. "Le llamaron a declarar. Se ha hablado mucho de su acción, pero él no dio nombres nuevos más allá de los conocidos, no delató a nadie", comenta Vallcorba. Allí acudió Schulberg, como meses después hizo su íntimo amigo Elia Kazan, otro cineasta que fue castigado por medio Hollywood -cuando recibió el Oscar honorífico en 1999 aún hubo protestas-. Fue el final a un largo proceso de desilusión, de honda decepción por el cambio de rumbo del Partido Comunista estadounidense.

Budd Schulberg era hijo de B. P. Schulberg, uno de los primeros grandes productores de Hollywood, y de Adeline Jaffe, poderosa agente de cineastas. El título de sus memorias de infancia y adolescencia definen perfectamente cómo fueron aquellos años: De cine. Memorias de un príncipe de Hollywood. Antes de la II Guerra Mundial, Schulberg visitó Rusia, con dos amigos, entre ellos Ring Lardner Junior, que con el tiempo se convertiría en otro de los grandes guionistas de Hollywood -ganador de dos oscars-, antes de sufrir la expulsión de la industria convertido en uno de los Diez de Hollywood, la decena de artistas boicoteados durante décadas por los estudios y que fueron a la cárcel como testigos desafectos. Las memorias de Lardner tampoco tienen desperdicio. Me odiaría cada mañana, su título, recoge la frase que dijo ante el Comité cuando le preguntaron si había pertenecido al Partido Comunista: "Depende de las circunstancias, podría contestar, pero si lo hiciera me odiaría cada mañana". En un retruécano vital, Schulberg fue quien introdujo a Lardner en el partido antes de abandonarlo. Décadas más tarde, ambos se cruzaron en un restaurante y se saludaron muy cariñosamente, para oprobio de la mujer de Lardner; él se defendió diciendo: "No creo en las listas negras".

"Schulberg era en realidad un liberal", asegura Vallcorba. "Lo que vio en Rusia ya le horrorizó, pero cuando en 1941 el Partido Comunista le censuró y le hizo cambiar partes de su novela ¿Por qué corre Sam?, Budd sintió que aquello colmaba el vaso. Dimitió del partido. Era muy amigo de Robert Fitzgerald Kennedy y se sentía muy cercano a su ideología: cuando asesinaron a RFK estaba justo a su lado".

Schulberg no solo se ganó el sueldo como guionista o escritor -su mejor novela, El desencantado, describe su terrorífica relación como niñera en Hollywood de Francis Scott Fitzgerald-, sino que era un periodista con olfato. Así nació La ley del silencio. Durante varios años, Schulberg investigó las tramas de corrupción y los elementos mafiosos que anidaban en los sindicatos de estibadores de Hoboken, la ciudad portuaria de Nueva Jersey en el río Hudson, frente a Manhattan. Como cuenta Elia Kazan en Mi vida, "todo el mundo conocía a Budd en aquellos bares". Kazan le convenció de que aquella también era una buena historia para el cine: juntos redactaron el guión de La ley del silencio bajo la presión del productor Sam Spiegel, que les hizo reescribirlo múltiples veces y presionándoles hasta la extenuación. "Una noche", cuenta Kazan, "la mujer de Schulberg se despertó a las tres de la mañana, vio la luz del baño encendida y a Budd afeitándose. '¿Qué demonios haces?'. 'Me voy a Nueva York a matar a Sam Spiegel". La sangre no llegó al río y, tras el rodaje en 1954 en los escenarios naturales con un Brando en plan estrella -"Todos los días Marlon dejaba el rodaje a las cuatro y media para irse al psicoanalista", cuenta Kazan-, el estreno superó todas las expectativas económicas y artísticas, incluidos ocho oscars, uno de ellos al mejor guión.

La ley del silencio habla de la lealtad a los ideales por encima de los amigos, lo que incluso podría justificar ciertos chivatazos. Fue la defensa de Kazan y Schulberg, que se había basado en personas reales, ante el ataque de sus compañeros por su testimonio en el Comité. Pero Schulberg creía que había mucho más que contar, y escribió la novela homónima al año siguiente, desarrollando más el personaje del padre Barry y las distintas situaciones: "El cine funciona mejor cuando se centra en un solo personaje [...]. Pero la novela es tanto una radiografía como un gran angular", cuenta el escritor en el prólogo de 1987. "Schulberg era un gran narrador, le daba igual el formato", cuenta Vallcorba, que le conoció en 2006. "Es un autor fundamental, poco conocido. A mí me lo descubrió un alumno de la Universidad". Ha llegado el momento de romper su silencio.

Vía: El País

Comentarios

Entradas populares de este blog

Carta de Manuela Sáenz a James Thorne, su primer marido

No, no y no, por el amor de Dios, basta. ¿Por qué te empeñas en que cambie de resolución. ¡Mil veces, no! Señor mío, eres excelente, eres inimitable. Pero, mi amigo, no eres grano de anís que te haya dejado por el general Bolívar; dejar a un marido sin tus méritos no seria nada. ¿Crees por un momento que, después de ser amada por este general durante años, de tener la seguridad de que poseo su corazón, voy a preferir ser la esposa del Padre, del Hijo o del Espíritu Santo o de los tres juntos? Sé muy bien que no puedo unirme a él por las leyes del honor, como tú las llamas, pero ¿crees que me siento menos honrada porque sea mi amante y no mi marido? No vivo para los prejuicios de la sociedad, que sólo fueron inventados para que nos atormentemos el uno al otro. Déjame en paz, mi querido inglés. Déjame en paz. Hagamos en cambio otra cosa. Nos casaremos cuando estemos en el cielo, pero en esta tierra ¡no! ¿Crees que la solución es mala? En nuestro hogar celestial, nuestr...

Grandes esperanzas (Fragmentos)

«En el primer momento no me fijé en todo esto, pero vi más de lo que podía suponer, y observé que todo aquello, que en otro tiempo debió de ser blanco, se veía amarillento. Observé que la novia que llevaba aquel traje se había marchitado como las flores y la misma ropa, y no le quedaba más brillo que el de sus ojos hundidos. Imaginé que en otro tiempo aquel vestido debió de ceñir el talle esbelto de una mujer joven, y que la figura sobre la que colgaba ahora había quedado reducida a piel y huesos. [...] ―¿Quién es? ―preguntó la dama que estaba sentada junto a la mesa. ―Pip, señora. ―¿Pip? ―El muchacho que ha traído hasta aquí Mr. Pumblechook, señora. He venido a jugar... ―Acércate más, muchacho. Deja que te vea bien. Al encontrarme delante de ella, rehuyendo su mirada, observé con detalle los objetos que nos rodeaban, y reparé en que tanto el reloj que había encima de la mesa como el de la pared estaban parados a las nueves menos veinte. ―Mírame ―me dijo miss...

Las muchas lenguas de Kundera

La primera novela de  Milan Kundera ,  La broma,  es la historia de cómo una ironía leída por quien no debería –escribir en una postal “El optimismo es el opio del pueblo”– arruina la vida de su protagonista en la Checoslovaquia comunista. La última,  La fiesta de la insignificancia  –que su editorial en España, Tusquets, saca a la calle el 2 de septiembre– relata en uno de sus capítulos como Stalin relata una historia que puede ser, o no, un chiste, aunque descubrirlo no es sencillo: si por casualidad no es un chiste y es un delirio de dictador, puede costar la vida al que se ría a destiempo. En medio, transcurre la vida de uno de los escritores europeos más importantes del siglo XX, cuya existencia podría ser definida como una gran lucha contra un mundo que ha perdido el sentido del humor. Los chistes son un ángulo magnífico para contar la historia del comunismo en Europa Oriental y la URSS: “Qué hay más frío que el agua fría en Rumania? El agua caliente”...