Poesía. Todo poema es, en el fondo, una explicación que nadie, ni  siquiera el hipotético lector, ha pedido. Un intento de descifrar el  mundo, una mirada, hecha lenguaje, sobre una experiencia personal o  sobre una parcela de la realidad. Aunque Piedad Bonnett (Amalfi,  Antioquía, Colombia, 1951) utiliza ese término para dar título a su  último libro, hay que decir que éste asume el de su apartado final,  compuesto por una gavilla de poemas de amor/desamor con los que intenta  mostrar la dialéctica de la relación erótico-sentimental como un espacio  regido, más allá de cualquier idealización, por la más extrema  fragilidad ("Trozos / de la cuerda que amarra la costumbre / y cose, mal  cosido, / todo lo que nos une y nos cobija"). Pero contemplado en su  conjunto, Explicaciones no pedidas es una reflexión sobre (y en)  lo cotidiano y sus aristas y el valor del poema para metabolizarlos. Eso  se advierte ya en la primera parte, en la que la poeta ironiza sobre la  indiferencia ('La divina indiferencia', tal es el título) adentrándose  en experiencias íntimas en algunos casos, protagonizadas por seres y  objetos ajenos en otros. Poemas que son ventanas a la meditación sobre  el valor del poema como arma de supervivencia, como termómetro  emocional: "Algo te dice que eres ese fulgor sobre las aguas, / el  triste ronroneo de ese avión a lo lejos, / ese pájaro viejo que alza el  vuelo". La mirada del sujeto poético no es, en contra de lo que apunta  el título del apartado, indiferente. Se implica y saca a la luz el  dolor, la rabia, la huella de quienes nos precedieron, la supervivencia  más allá de la muerte, los límites del consuelo y el valor, apenas  visible aunque de enorme calado, de la rutina: "Celebrémosla / como una  chica simple y mal vestida / que alza su falda y muestra su milagro". En  'Cuatro historias minúsculas', segunda parte del libro, Piedad Bonnett  aborda sendos poemas narrativos que parten de lo cotidiano para llevarlo  a un lugar no deseado: la muerte o el vacío. Se quiebra la "celebración  de la rutina" que alentaba en parte de los textos del apartado  anterior. La "divina indiferencia" se trueca en historia rota. Esa  quiebra de lo cotidiano, aunque con contornos menos trágicos, es también  posible en el espacio intangible que se despliega en el capítulo  tercero, 'La inocencia del sueño': es el lugar de lo no racional, de la  fantasía, también de las sombras, de las tinieblas. La poesía de Piedad  Bonnett es transparente y directa aunque con zonas de misterio. Diría  que tiene algo del puente entre lo irracional y la realidad al que se  refiriera Terry Eagleton al definir la poesía moderna. En este libro  encontramos la madurez expresiva de quien tiene tras de sí una dilatada  trayectoria, quizá una de las más destacadas del panorama de la poesía  colombiana del último cuarto de siglo y, más allá, de la poesía  latinoamericana.
«En  el primer momento no me fijé en todo esto, pero vi más de lo que podía  suponer, y observé que todo aquello, que en otro tiempo debió de ser  blanco, se veía amarillento. Observé que la novia que llevaba aquel  traje se había marchitado como las flores y la misma ropa, y no le  quedaba más brillo que el de sus ojos hundidos. Imaginé que en otro  tiempo aquel vestido debió de ceñir el talle esbelto de una mujer joven,  y que la figura sobre la que colgaba ahora había quedado reducida a  piel y huesos.
 
 [...]
 
 ―¿Quién es? ―preguntó la dama que estaba sentada junto a la mesa.
 ―Pip, señora.
 ―¿Pip?
 ―El muchacho que ha traído hasta aquí Mr. Pumblechook, señora. He venido a jugar...
 ―Acércate más, muchacho. Deja que te vea bien.
 
 Al encontrarme delante de ella, rehuyendo su mirada, observé con detalle  los objetos que nos rodeaban, y reparé en que tanto el reloj que había  encima de la mesa como el de la pared estaban parados a las nueves menos  veinte.
 
 ―Mírame ―me dijo miss...
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