Arturo Pérez-Reverte presenta en Sevilla la septima entrega de su serie del capitán Alatriste, 'El puente de los asesinos'
Cuando hace ya tres lustros publicó la primera entrega de la saga del capitán Alatriste, Arturo Pérez-Reverte sólo pretendía que su hija de 12 años comprendiera cabalmente, más allá de "los cuatro lugares comunes", la importancia del Siglo de Oro en la historia de España, ese lapso "horrible y fascinante" entre el XVI y el XVII que nos recuerda una y otra vez que "somos lo que somos porque fuimos lo que fuimos". A la postre le sirvió además no sólo para iniciar una de las
series editoriales más rentables de los últimos tiempos, con más de 4,5 millones de ejemplares vendidos a día de hoy, sino también para encontrarse con un cómplice junto al que ha envejecido, un antihéroe que defiende con la espada, lejos de la pureza moral, la ética del fatigado, del orillado porque no acata mansamente las vilezas del mundo.
"Alatriste es el más cansado de mis personajes", admitió ayer el autor durante un encuentro con la prensa, horas antes de presentar al público en el Teatro Lope de Vega El puente de los asesinos, la séptima entrega de su popular colección. En esta ocasión, Alatriste se verá involucrado en una conspiración de altos vuelos: el dogo de Venecia se muestra excesivamente proclive a un papado y una Francia hostiles a los intereses de la monarquía española, por lo que ésta envía al baqueteado mercenario a la ciudad de los canales para tratar de asesinar a su máximo mandatario y después sustituirlo por otro más afín.
Como siempre, le toca a Alatriste hacer el trabajo sucio pero también necesario, ya que "lo están enviando a salvar al Imperio". Y también como siempre, luego "lo dejan tirado como a un perro, algo muy español". "Alatriste está cansado porque yo también estoy cansado, como cualquier español medianamente lúcido", confesó el escritor y miembro de la Real Academia Española de la Lengua. En España, dijo, "las ilusiones se van rápido, las decepciones se acumulan", y esto ocurre para él con tal intensidad que "cualquier español se da cuenta de que hay algo que está fallando en este país desde hace siglos, lo que produce un cansancio histórico". España, continuó, es "un país que nunca ha cuajado del todo, con mucho rencor histórico, y mucha mala leche, con una guerra civil de ocho siglos entre moros y cristianos y una serie de traumas y disfunciones muy difíciles de resolver".
Pérez-Reverte, ya se sabe, no es la voz más esperanzada que pueda uno escuchar. Sabe cuál es la solución a esa especie de desastre esencial del ser español: "la educación y la cultura", pero sabe también que no cabe esperar esa "transformación social" que siempre ha dependido de "los mismos", y los mismos son -aunque no los llamó por su nombre, despreciándolos, confundiándolos e igualándolos- "estos", es decir, PP y PSOE. "Esa sucesión de ministros analfabetos o con miedo a no ser demagogos durante tantas décadas", lamenta, para añadir más adelante: "Estos ya han sido ministros antes y ya desmantelaron la educación. No tengo la menor esperanza de que la situación cambie. Cuando se fueron, dejaron el paisaje tan devastado como lo han dejado estos. Para eso, todos son iguales", clama el autor, quien no obstante especifica que habla "de cultura, no de política", porque de ésta, añadió, no tiene "ni idea".
Afortunadamente, sí que hay todavía algún "antídoto" para no asfixiarse en esta España que empezó a constituirse "para bien y para mal" tal como es ahora en los siglos XVI y XVII, una España de "reyes imbéciles, curas fanáticos y ministros corruptos e ineficaces", la misma que tras el Concilio de Trento se aferró a "un Dios oscuro y reaccionario", mientras que la mayor parte de Europa prefirió creer en "un Dios que permitía el progreso y los libros" y, con ellos, "hacía posible un mundo moderno". "Las librerías están llenas de antídotos" para los males de España, señaló el escritor, que deja de estar convencido de que estamos "perdidos del todo" y de "blasfemar en árabe" cuando recuerda que "siempre hay justos en Sodoma". Por ejemplo, "aquel maestro que hace bien su trabajo, aquel periodista que es decente, aquel político que intenta serlo...".
Los "pequeños héroes aislados en el tablero" le "emocionan" y "conmueven", le provocan "ternura". No quiso comparar de ningún modo, porque "sería absurdo aplicarle a Alatriste elementos anacrónicos" y porque éste "arreglaba las cosas matando", respondió cuando alguien intentó orientar la charla hacia la actualidad política preguntando por la expresión colectiva de hartazgo del 15-M y los indignados; aunque sí concedió, finalmente, que "los alatristes viajan ahora en metro y autobús". Son "esas personas que hacen su trabajo con honradez", que "todavía libran su pequeña batalla" a pesar de estar "rodeados de golferío y poca vergüenza".
"España creció por su propia desesperación -volvió por un momento al Siglo de Oro-. El hambre, la injusticia y la miseria nos echó fuera para conquistar el mundo, y ahora tristemente la historia se repite y mucha gente valiente y honrada tiene que salir fuera para buscarse la vida por el hambre, la injusticia y la miseria". Y en estas aventuras nada lúdicas, añadió, ayudan unas supuestas características comunes a todos los españoles: "Tenemos muchos defectos. Somos incultos, somos bárbaros, nos acuchillamos con mucha facilidad, pero somos generosos y sabemos empezar de cero", afirmó Pérez-Reverte, que rechazó tanto el término intelectual para definirse a sí mismo -ya que ni tiene "un proyecto moral" ni pretende "cambiar el mundo"- como la reforma de la ortografía aprobada por la RAE: "No la acepto ni estoy dispuesto a aceptarla como académico que soy".
diariodesevilla.es
Cuando hace ya tres lustros publicó la primera entrega de la saga del capitán Alatriste, Arturo Pérez-Reverte sólo pretendía que su hija de 12 años comprendiera cabalmente, más allá de "los cuatro lugares comunes", la importancia del Siglo de Oro en la historia de España, ese lapso "horrible y fascinante" entre el XVI y el XVII que nos recuerda una y otra vez que "somos lo que somos porque fuimos lo que fuimos". A la postre le sirvió además no sólo para iniciar una de las
"Alatriste es el más cansado de mis personajes", admitió ayer el autor durante un encuentro con la prensa, horas antes de presentar al público en el Teatro Lope de Vega El puente de los asesinos, la séptima entrega de su popular colección. En esta ocasión, Alatriste se verá involucrado en una conspiración de altos vuelos: el dogo de Venecia se muestra excesivamente proclive a un papado y una Francia hostiles a los intereses de la monarquía española, por lo que ésta envía al baqueteado mercenario a la ciudad de los canales para tratar de asesinar a su máximo mandatario y después sustituirlo por otro más afín.
Como siempre, le toca a Alatriste hacer el trabajo sucio pero también necesario, ya que "lo están enviando a salvar al Imperio". Y también como siempre, luego "lo dejan tirado como a un perro, algo muy español". "Alatriste está cansado porque yo también estoy cansado, como cualquier español medianamente lúcido", confesó el escritor y miembro de la Real Academia Española de la Lengua. En España, dijo, "las ilusiones se van rápido, las decepciones se acumulan", y esto ocurre para él con tal intensidad que "cualquier español se da cuenta de que hay algo que está fallando en este país desde hace siglos, lo que produce un cansancio histórico". España, continuó, es "un país que nunca ha cuajado del todo, con mucho rencor histórico, y mucha mala leche, con una guerra civil de ocho siglos entre moros y cristianos y una serie de traumas y disfunciones muy difíciles de resolver".
Pérez-Reverte, ya se sabe, no es la voz más esperanzada que pueda uno escuchar. Sabe cuál es la solución a esa especie de desastre esencial del ser español: "la educación y la cultura", pero sabe también que no cabe esperar esa "transformación social" que siempre ha dependido de "los mismos", y los mismos son -aunque no los llamó por su nombre, despreciándolos, confundiándolos e igualándolos- "estos", es decir, PP y PSOE. "Esa sucesión de ministros analfabetos o con miedo a no ser demagogos durante tantas décadas", lamenta, para añadir más adelante: "Estos ya han sido ministros antes y ya desmantelaron la educación. No tengo la menor esperanza de que la situación cambie. Cuando se fueron, dejaron el paisaje tan devastado como lo han dejado estos. Para eso, todos son iguales", clama el autor, quien no obstante especifica que habla "de cultura, no de política", porque de ésta, añadió, no tiene "ni idea".
Afortunadamente, sí que hay todavía algún "antídoto" para no asfixiarse en esta España que empezó a constituirse "para bien y para mal" tal como es ahora en los siglos XVI y XVII, una España de "reyes imbéciles, curas fanáticos y ministros corruptos e ineficaces", la misma que tras el Concilio de Trento se aferró a "un Dios oscuro y reaccionario", mientras que la mayor parte de Europa prefirió creer en "un Dios que permitía el progreso y los libros" y, con ellos, "hacía posible un mundo moderno". "Las librerías están llenas de antídotos" para los males de España, señaló el escritor, que deja de estar convencido de que estamos "perdidos del todo" y de "blasfemar en árabe" cuando recuerda que "siempre hay justos en Sodoma". Por ejemplo, "aquel maestro que hace bien su trabajo, aquel periodista que es decente, aquel político que intenta serlo...".
Los "pequeños héroes aislados en el tablero" le "emocionan" y "conmueven", le provocan "ternura". No quiso comparar de ningún modo, porque "sería absurdo aplicarle a Alatriste elementos anacrónicos" y porque éste "arreglaba las cosas matando", respondió cuando alguien intentó orientar la charla hacia la actualidad política preguntando por la expresión colectiva de hartazgo del 15-M y los indignados; aunque sí concedió, finalmente, que "los alatristes viajan ahora en metro y autobús". Son "esas personas que hacen su trabajo con honradez", que "todavía libran su pequeña batalla" a pesar de estar "rodeados de golferío y poca vergüenza".
"España creció por su propia desesperación -volvió por un momento al Siglo de Oro-. El hambre, la injusticia y la miseria nos echó fuera para conquistar el mundo, y ahora tristemente la historia se repite y mucha gente valiente y honrada tiene que salir fuera para buscarse la vida por el hambre, la injusticia y la miseria". Y en estas aventuras nada lúdicas, añadió, ayudan unas supuestas características comunes a todos los españoles: "Tenemos muchos defectos. Somos incultos, somos bárbaros, nos acuchillamos con mucha facilidad, pero somos generosos y sabemos empezar de cero", afirmó Pérez-Reverte, que rechazó tanto el término intelectual para definirse a sí mismo -ya que ni tiene "un proyecto moral" ni pretende "cambiar el mundo"- como la reforma de la ortografía aprobada por la RAE: "No la acepto ni estoy dispuesto a aceptarla como académico que soy".
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