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Siete sentencias sobre el séptimo ángel


Este texto se editó en forma de libro tras la muerte de Foucault, en el año 1986, pero antes había sido publicado como prólogo a Jean-Pierre Brisset, La Grammaire logique suivie de La Science de Dieu en 1970. 

Desde mucho antes, ya Michel Foucault tenía conocimiento de este antiguo oficial que impartía clases de lenguas viva.

“Pertenecía, supongo que ha muerto, a una familia distinta: esta familia de sombras que ha heredado lo que la lingüística, en su formación, dejaba en el olvido“

Dos proposiciones y un problema hacen que le preste atención a las investigaciones de Michel Foucault en la década del sesenta sobre Jean-Pierre Brisset (1837-1919). Estas proposiciones y este problema parecen funcionar excéntricos a la arqueología del saber y a la genealogía del poder, aunque no dejen de atravesarlas como campos de interrogación que mueven la obra del filósofo francés. La primera proposición enuncia que no habría un estado primero de la lengua como un conjunto definido y definible de símbolos y de reglas de construcción. La segunda proposición afirma que la lengua funcionaría por maquinación azarosa y repetitiva de movimientos impredecibles que no pueden encontrar una misma raíz para palabras diversas. De ambas proposiciones Brisset deduce en su lógica gramatical que la traducción resulta imposible entre lenguas vivas porque no hay lengua elemental sino lenguaje en juego sin ninguna unidad ni estabilidad y que los elementos complejos del habla no pueden ser reducidos a elementos simples porque hay tantos “orígenes” como palabras. De tal modo que en el magma discursivo entre repetición y azar hay multiplicidad de comienzos como palabras posibles, lo que permite pensar que la multiplicidad de enunciados resulta comprimida en cualquier palabra y que cada palabra puede actualizar por homofonía desplazamientos del sentido. En este funcionamiento “hombre” y “lengua” son una doble invención problemática sobre un inmenso discurso anterior tan múltiple como ajeno a ambos conceptos, que insistiría por repetición en el hábito de lo dicho como un “traqueteo” fónico comprimido en las palabras.

“El, Brisset, está encaramado en un punto extremo del delirio lingüístico, allí donde lo arbitrario es recibido como la alegra e infranqueable ley del mundo; donde cada palabra es analizada en elementos fonéticos cada uno de los cuales equivale a una palabra; esta a su vez no es mas que una frase contraída; de palabra en palabra, las ondas del discurso se escalonan hasta la ciénaga primera, hasta los grandes elementos simples del lenguaje y del mundo: el agua, el mar, la madre, el sexo“.

Un excelente texto, aunque el título quizás le resulte aún más llamativo.

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