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Paisajes de la Metrópoli de la Muerte

De niño, el prestigioso historiador Otto Dov Kulka fue enviado junto con su familia al gueto de Theresienstadt, y más tarde a Auschwitz. Tras sobrevivir al horror, ha pasado gran parte de su vida estudiando el nazismo y el Holocausto, pero siempre como una disciplina que exigía la mayor objetividad, dejando a un lado su propia historia personal. Sin embargo, durante ese tiempo los recuerdos de su infancia han permanecido alojados en su memoria, imágenes y pensamientos de los que ha sido incapaz de desprenderse. Hasta hoy.


El extraordinario resultado son estas memorias profundamente conmovedoras, el testimonio poderoso y valiente de un hombre que ha querido entender su pasado y, con ello, nuestra historia.
«Este es uno de los más extraordinarios testimonios sobre la barbarie que conozco. Los enormemente conmovedores recuerdos de los años de infancia de Dov Kulka en Auschwitz, entretejidos con sus reflexiones de esencia elegíaca y poética, transmiten vívidamente el horror de un campo de concentración, el trauma de la familia y los amigos, y la huella indeleble marcada en la memoria de un joven que se convirtió en un distinguido historiador del Holocausto. Una obra extraordinariamente importante que debe ser leída.» IAN KERSHAW
 
«Lo que hace que este libro no se parezca a ningún otro relato escrito de primera mano sobre los campos de concentración es la autenticidad de su visión de niño de once años... Kulka ha tenido con el resto de nosotros -y del mundo- la mayor de las generosidades al escribir este libro.» SIMON SCHAMA, The Financial Times


«Sencillamente extraordinario... No se me ocurre cómo podría ser superado este libro.» ROBERT EAGLESTONE, Times Higher Education


«A la vez deslumbrante y tenebroso... No se trata de otro relato más sino de algo más complicado: una especie de diálogo entre el niño que ya no es y el historiador en que se ha convertido.»  Livres Hebdo


«A menudo se dice que el testimonio de Levi es el propio de un químico: claro, frío, preciso, distante. De igual modo, la obra de Kulka es el producto de un historiador experto: irónico, penetrante, presente en el pasado, capaz de conectar lo particular con lo cósmico. Su memoria queda al servicio de la comprensión histórica profunda, transformada en evocativa prosa... Este libro es un esfuerzo para tender un puente entre dos modos de conocimiento: erudición histórica y análisis de un lado, memoria reflexiva e imaginación del otro.» THOMAS LAQUEUR, The Guardian


«Una seria, poética y desoladora narración del Holocausto que no es tanto un repaso del Auschwitz del pasado, como del Auschwitz del mundo interior de Kulka. Es su propia ciudad interiorizada, con su propio y perdurable horror.» ARIFA AKBAR, The Independent


«Bello y deslumbrante... Este es un gran libro. Léalo. Y siéntase agradecido: esta obra es, en todos los sentidos posibles, un milagro.» BRYAN APPLEYARD, Sunday Times Culture


«Un libro sorprendente e inclasificable... Excepcional.» NICOLAS WEILL, Le Monde

«Magistral... Un texto estremecedor y sarcástico cuya lectura no deja indemne.» SYLVIE ARSEVER, Le Temps


«Nada de lo que he leído se acerca a este profundo examen de lo que significa el Holocausto.»  LINDA GRANT, New Statesman


«Un libro asombroso entre los recuerdos y la imaginación.»  EMMANUEL HECHT, L'Express

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Un prólogo que también
podría ser un epílogo 
El inicio de este viaje -que no sé adónde me llevará- es completamente prosaico, estrictamente rutinario: una conferencia científica internacional en Polonia, en 1978, en la que yo era uno de los varios participantes israelíes. Tenía lugar bajo los auspicios del Comité Internacional de Ciencias Históricas, en concreto de la sección de historia comparativa de las religiones. Nuestro grupo estaba compuesto por un medievalista, un especialista en historia de la primera edad moderna y, de la era moderna, yo, junto con otro historiador al que los polacos impedían la entrada por ser un antiguo ciudadano polaco que al haber emigrado a Israel había «traicionado a la patria». La conferencia transcurrió como suelen transcurrir las conferencias. Mi intervención, es verdad, fue bastante innovadora y generó considerable interés, pero eso quedó atrás. Después, los anfitriones de la conferencia organizaron viajes a distintos puntos del país, a Cracovia, a Lublin y a los lugares vistosos que se supone que tienen interés turístico. Les dije a mis colegas que no iría con ellos sino que haría una ruta por mi cuenta y que iría a visitar Auschwitz. Bien, un judío que va a visitar Auschwitz, eso no tiene nada de extraño, aunque entonces no estaba tan de moda como lo está hoy.
     Uno de mis colegas, el medievalista, a quien había conocido hacía unos pocos años en el ámbito de nuestro mundo académico, me dijo: «Sabe, si va usted a Auschwitz no se quede en el campo principal, que es una especie de museo. Si va a ir, vaya a Birkenau, ese es el Auschwitz real». No me preguntó si yo tenía algo que ver con ese lugar. Si me lo hubiera preguntado se lo habría dicho. No lo habría negado. Pero no me lo preguntó, no le respondí y fui.

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