Transcurren los últimos años del siglo XVII, y el desafortunado y torpe Ebenezer Cooke es enviadoal Nuevo Mundo desde Londres para hacerse cargo de la plantación de tabaco de su padre y escribir La Marylandíada, un poema épico sobre la vida en la colonia de Maryland.
Durante su odisea, Cooke es capturado por piratas e indios, pierde la herencia de su padre a manos de unos impostores sin escrúpulos, se enamora de una prostituta campesina, es víctima de conspiraciones secretas, tanto por parte de hombres como de mujeres que quieren robarle su virginidad, y tropieza con una extraordinaria galería de personajes traicioneros que cambian constantemente de identidad.
Considerada por los críticos como la obra maestra indiscutible de Barth, El plantador de tabaco ha adquirido el estatus de clásico contemporáneo y es una obra relevante para los lectores de cualquier época.
PRÓLOGO
EL MAR DE TODAS LAS HISTORIAS
Cuenta John Barth que cuando tenía 12 años soñaba con que algún día llegaría a ser un gran escritor francés. No está del todo claro qué quería decir con eso, aunque resulta de lo más intrigante. Es posible que tuviera en mente a Rabelais, maestro supremo de la sátira burlesca, una de las vetas más prominentes en El plantador de tabaco, obra cumbre de la producción del autor. O puede que estuviera pensando en llevar a cabo un antiguo proyecto de Flaubert, quien durante años le estuvo dando vueltas a la idea de escribir una gran novela que careciera por completo de tema, es decir, a entronizar a la escritura por la escritura, prescindiendo de todo lo demás. En todo caso, a los doce años, la vocación del artista preadolescente no estaba aún nítidamente perfilada. Para empezar, el no tan pequeño Jack creía que estaba destinado a ser músico, y de hecho, cuando no muchos años después terminó el instituto y el jazz se había convertido en una de sus grandes pasiones, solicitó el ingreso y fue aceptado en la prestigiosa y selectiva Juilliard School of Music de Manhattan, donde cursó estudios de armonía, teoría musical y orquestación. Su dedicación a la música resultó ser un paso en falso y, al cabo de unos meses, encontramos a Jack Barth recién desembarcado en el campus de la Universidad de Johns Hopkins de Baltimore, en la orilla occidental de la bahía de Chesapeake. Tal vez la geografía fuera un factor determinante en su decisión de regresar a Maryland. Nacido en 1930 en la ciudad de Cambridge, en la orilla oriental de la bahía, las aguas del fondeadero de Chesapeake estaban destinadas a ser el centro de gravedad tanto de su vida como de su obra.
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