Acontecimiento fundacional del mundo contemporáneo, la Revolución francesa ha visto cómo su historia pasaba de la apología progresista tradicional a la descalificación, hasta negar su propia existencia, en la reacción conservadora de las últimas décadas del siglo pasado. Jean-Clément Martin, profesor emérito dela Universidad de París, nos ofrece ahora una revisión basada en las investigaciones de los últimos treinta años, donde la Revolución se nos presenta, no como la realización de un proyecto único, sino como el punto de encuentro de una serie de proyectos reformistas y utópicos que competían entre sí, en un país fragmentado por una serie de identidades regionales, religiosas y políticas. Lo cual ayuda a entender la complejidad de su trayectoria, que comenzó como un intento de revolución por arriba, iniciado por la monarquía hacia 1770, y acabó, treinta años más tarde, tras una etapa de violencia desatada, en las manos de un general carismático. Martin nos ayuda así a entender cómo y por quéla Revolución transformó profundamente, no sólo Francia, sino nuestro propio mundo.
INTRODUCCIÓN
La revolución fascina o perturba. Sea moral, sexual, económica o política, presenta un imaginario que seduce o escandaliza, pero que jamás deja indiferente. Aunque Francia continúe considerándose la patria de los derechos humanos, ya no apela tanto a su herencia revolucionaria como hasta mediados del siglo xx. No obstante, su himno nacional, que reivindica el hecho de derramar la sangre de los enemigos en los surcos, se sigue cantando en los estadios del mundo entero, y los debates sobre figuras emblemáticas -María Antonieta, Robespierre, Corday o Marat- o episodios célebres como el Terror o la guerra de la Vendée continúan siendo vivos. Con todo, Francia se inquieta por la erosión de los valores nacionales ligados a la Revolución Francesa y cultiva la nostalgia de una toma de la Bastilla o una noche del 4 de agosto que hubieran acabado bien.
Es tal la fuerza de ese imaginario que en Francia el año cero de los tiempos modernos siempre se identifica con 1789. Todos coinciden en ese punto, añoren la monarquía idealizada, consideren 1789 o 1793 el primer paso hacia el totalitarismo o, por el contario, estén convencidos de que 1789 sienta las bases de una nueva era para la humanidad, o simplemente saquen enseñanzas para hoy de los resurgimientos de los acontecimientos revolucionarios. Por no hablar de los historiadores, formados en las «estructuras» y rebosantes de métodos, que dan vueltas alrededor del período entre 1789 y 1799 como si fuera un Santo Grial reservado a los iniciados. El período revolucionario, más que otros episodios, está envuelto por una historiografía que hace temible aproximársele. Como una ciudad fortificada, compuesta por barrios eventualmente rivales, la historia de la Revolución Francesa reposa sobre una montaña de papeles y libros, emergiendo de las extensiones sin límites y sin fondo de los depósitos de archivos, sean las míticas series F oWde los archivos nacionales o bien los infinitos dédalos de las series L de los archivos de los distintos departamentos franceses. Dominándolo todo, vela el torreón inexpugnable de los discursos y las memorias, de las notas y las cartas, que recuerda que aún no se ha desvanecido el misterio de las palabras de Robespierre, Sieyès, Madame de Staël o Maistre, por citar a unos cuantos.
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