Se cumplen 25 años de la publicación de Obabakoak, la novela que consolidó a Bernardo Atxaga como uno de los mayores referentes de nuestra literatura.
Galardonada con el Premio Euskadi, Premio de la Crítica, Prix Millepages, Premio Nacional de Narrativa, finalista en el International Dublin Literary Award, IMPAC y llevada al cine por Montxo Armendáriz, Obabakoak reúne las historias de los habitantes del territorio de Obaba, relatos que son en sí mismos pequeñas obras maestras y que recrean un mundo original poco común en la literatura española contemporánea.
Alfaguara celebra estos 25 años con una edición conmemorativa que incluye una caja con varios elementos:
- DVD del documental Lugares vacíos, palabras llenas, de Joxeanjel Arbelaitz Irastortza, un recorrido por el origen de los textos y la literatura de Bernardo Atxaga.
- El libro Un lugar llamado Obaba que contiene tres textos inéditos: «Un lugar llamado Obaba», «Mi primera lengua» y «Superficies de la literatura vasca». A través de ellos Bernardo Atxaga indaga en el origen de Obaba, en la creación de esta geografía literaria ya mítica; en la convivencia de lenguas, de cómo éstas ocupan un territorio amplio de nuestro espíritu; y por último, en las características de la superficie en la que deben moverse los libros escritos en lengua vasca. Tres piezas que nos acercan al universo literario de uno de los creadores de mayor hondura y originalidad en el panorama literario de este principio de siglo.
«Si yo considerara que existe lo que algunos llaman mundo rural no habría escrito Obabakoak. La división entre lo rural y lo urbano tiene sentido cuando hablamos de economía. Pero en la literatura la aproximación a la realidad es otra. Es anterior a adjetivos como rural. Empecé a escribir sobre Obaba después de una visita al Museo Arqueológico de Nápoles. Vi allí un mosaico de Pompeya donde unas niñas jugaban a las tabas. Pensé que ese juego yo lo había visto en mi infancia. Ése fue el punto de partida. Considerar que el mundo de mi infancia tenía un cierto parecido con el de Pompeya, y que era antiguo.»
- Postales con ilustraciones de Marta Cárdenas, que han sido realizadas para celebrar este aniversario.
Un lugar llamado Obaba
Hay muchos lugares dentro de este planeta que gira en el espacio, y yo nací allí donde se asientan los pueblos de Alkiza, Albiztur, Asteasu y Zizurkil, y donde la montaña principal, la que se levanta por encima de otras diez o quince, recibe un nombre que parece italiano: Ernio. En los años sesenta, los cronistas que lo atravesaban camino de la costa o que, más frecuentemente, acudían al lugar para cubrir algún acontecimiento deportivo, se referían a él llamándolo «la Guipúzcoa olvidada»; años más tarde, cuando me convencí de que se trataba de un mundo, y no sólo de un territorio, yo lo bauticé de otra manera: «Obaba».
Suele decirse: «El amor transfigura la realidad». Pero podría ampliarse la idea y afirmar que todo lo que es humano conduce a esa transfiguración. No se vive en vano, no se recorren los días y los años sin recibir las marcas del tiempo; no hay espíritu que no esté tocado y no mire de forma particular. Al paisaje, por ejemplo. A las cuevas, a las casas, a las piedras. A las piedras de los caminos y, en mi caso, a las que utilizaban los harri jasotzaileak, los «levantadores de piedra». Donde los cronistas veían una competición deportiva marginal, un tanto pintoresca, yo percibía casi siempre un drama: la lucha entre dos jóvenes que un día habían sido amigos y que, tras una discusión sobre cuál de los dos tenía más fuerza, eran empujados a una competición en la que se apostaban millones y en la que no solían faltar episodios oscuros: trampas, traiciones, el suicidio de algún jugador que, ¡ay!, había confiado demasiado. Y lo que me pasaba con las piedras y las apuestas me pasaba con todas las cosas, todas las vidas.
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