Publicada en 1974 por la editorial de Jean-Jacques Pauvert, Memorias de una lectora de sábanas,
firmada con el seudónimo de Belen, fue prohibida de inmediato por la
censura francesa y privada de su difusión. El incesto, la zoofilia, el
amor libre y el viento libertario hinchando las velas del Sperma en
el que navega la heroína por todos los mares del planeta alentando
las revueltas contra la represión puritana fueron demasiado para los
censores franceses, que acababan de verle las orejas al lobo durante el
aún cercano Mayo del 68. Casi cuarenta años más tarde, esta novela,
que no ha perdido nada de su desparpajo y de su alegre provocación a
las almas bienpensantes, llega por fin al público de habla española.
El poder femenino, que se distingue
de la nostalgia del eterno femenino en que se trata de un
levantamiento revolucionario con el apoyo de las fuerzas pánicas de la
naturaleza: he ahí la propuesta de Belen [Nelly Kaplan] para
completar la destrucción del viejo orden sórdido en el que el mundo
entero se asfixia. Todos los poetas, todos los artistas y todos los
amantes dirán que sí con entusiasmo. André Pieyre de Mandiargues
Prólogo
Hay en mí más recuerdos que en mil años de vida...
Pero, bueno, ¿es esa una razón para escribir mis memorias? Nel mezzo del cammin di nostra vita, me lo pregunto.
Y, sin embargo, sí. Si el relato de mis avatares puede ayudar a una
sola chica, a un solo chico a cometer los mismos alegres errores que han
enriquecido mis 9125 días de vida, el texto que sigue tendrá su razón
de ser.
Belén
I
Nací un 11 de abril, y todo se volvió muy complicado.
Mamá no quiso reconocerme, fui recogida y criada por mi padre, marinero
de los siete mares. Desde entonces el mundo es para mí del color de mi
papá, capitán; y mi madre fue la mar.
Mi
primer recuerdo: las barbas saladas de la tripulación al completo del
Sperma asomada a mi cuna, intentando alimentarme con unos pirulís de
leche condensada solidificada, muy de moda en esa época en Holanda, los
pirulís Susy: «¡Solo se gastan si los chupas!» Estaban exquisitos y me
salvaron la vida. (Muchos años más tarde conocí al riquísimo propietario
de las fábricas Susy. Y yo misma me obligué a matarlo. Pero no nos
anticipemos.)
Éramos siete en el Sperma,
un valeroso barco que podía navegar a vela o a vapor. Para nosotros los
océanos no tenían secretos. En él crecí libre y querida, feliz y
relajada como raramente lo he sido desde entonces.
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