Louis-Ferdinand Céline fue un antisemita de tomo y lomo, pero también
una de las plumas más embriagadoras de la literatura europea del siglo
XX. ¿Sabíamos que Picasso no fue detenido por la Gestapo en su estudio
de la rue des Grands Augustins de París solo porque su amigo Jean
Cocteau —no excesivamente mal visto por los nazis— medió ante el
escultor alemán (y nazi) Arno Breker y este a su vez ante los jerarcas
esvásticos? ¿De verdad repelió la guerra a todos los supuestos amantes
de la cultura y el arte? ¿También a André Breton, quien tuvo a bien un
día dejar caer la boutade de que “el acto surrealista supremo
sería coger un revólver y disparar a diestro y siniestro contra la
multitud? ¿Fue Hitler un bluff, tal y como le vaticinó Sartre a Simone de Beauvoir en otra boutade histórica? Pues, por desgracia, ya sabemos que no.
Preguntas incómodas, respuestas ambiguas, vacas sagradas, biografías
maculadas... Pero más allá de los morbosos interrogantes, la exposición
del Museo de Arte Moderno de París es un recorrido agotador y revelador
por la relación entre la guerra, sus víctimas, sus verdugos y sus
testigos, y más concretamente los testigos con ganas de plasmar en obras
de arte las a menudo odiosas consecuencias de los tratados, los pactos y
los armisticios. Muchos de ellos tuvieron que exiliarse en el
extranjero, otros decidieron esconderse en lo que de modo algo macabro
se llamó la Francia libre, otros se instalaron en la
clandestinidad al sol de la Provenza, otros directamente decidieron
enclaustrarse y siguieron creando, con los materiales que pudieron
encontrar, en espera de tiempos mejores... Algunos, como Max Ernst, Max
Jacob, Irène Nemirovsky, Otto Freundlich o Felix Nussbaum acabaron en
los campos de concentración.
Las obras de la exposición, la sombra de sus autores y las
interrogantes que plantean están vertebradas a través de 11 bloques
temáticos. El arte en guerra arranca con lo que fue algo así
como el prolegómeno del desastre, la gran exposición de los surrealistas
celebrada en 1938 en la galería de Bellas Artes de París. Eran en la
ciudad tiempos aún optimistas, y hedonistas: en el Hot Club podía
escucharse en vivo a Django Reinhardt, Marcel Carné y Jacques Prévert
acababan de estrenar Quai des brumes con Gabin y Michèle Morgan —película que horripiló a Jean Renoir, que llegó a acusar a Prévert de cómplice del fascismo—, la gente bailaba en los bares con las canciones de Charles Trenet...
Pronto llegaría la inacabable gama de espantos. Los acuerdos de
Múnich, la noche de los cristales rotos y las persecuciones contra los
judíos, Vichy y su triple lema Familia, trabajo, Dios, los
600.000 franceses internados en los campos de concentración... y aquí
reside uno de los mayores puntos de interés de la muestra: los trabajos
que gente anónima y condenada de antemano dejó como testimonio de vida
en los barracones de Gurs, de Bram... de Auschwitz.
En primavera, El arte en guerra cambiará París por Bilbao (Guggenheim, del 19 de marzo al 8 de septiembre).
El País
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