Chatwin es uno de los escritores más enigmáticos del siglo XX. Sus
libros escapan a toda clasificación. Como revela su biógrafo Nicholas
Shakespeare en la introducción a estas Cartas, Chatwin era un personaje
de sí mismo, y el álter ego que aparece en sus obras es muy distinto
del Chatwin que muestra su correspondencia, publicada luego de un
meticuloso trabajo editorial de veinte años.
Como si supiera que su vida se vería interrumpida de manera abrupta, Chatwin escribió cartas con una compulsión y honestidad sobrecogedoras. Su correspondencia con su mujer, y famosos personajes de la época revela una mente infatigable, maquinando sus movimientos, haciendo malabares de compra-venta de piezas de arte antiguo para pagar un nuevo viaje excéntrico, «sudando tinta» para producir el próximo libro genial. Las cartas escritas desde lugares tan disímiles como Inglaterra, Argentina, Afganistán, Suecia, Turquía o Suráfrica revelan a un contador de historias en estado puro, apasionado de la vida, inseguro sobre cosas íntimas como su sexualidad. Después de todo, como dijo su amigo Salman Rushdie: «Bruce apenas había empezado. Tan sólo vimos el primer acto».
Como si supiera que su vida se vería interrumpida de manera abrupta, Chatwin escribió cartas con una compulsión y honestidad sobrecogedoras. Su correspondencia con su mujer, y famosos personajes de la época revela una mente infatigable, maquinando sus movimientos, haciendo malabares de compra-venta de piezas de arte antiguo para pagar un nuevo viaje excéntrico, «sudando tinta» para producir el próximo libro genial. Las cartas escritas desde lugares tan disímiles como Inglaterra, Argentina, Afganistán, Suecia, Turquía o Suráfrica revelan a un contador de historias en estado puro, apasionado de la vida, inseguro sobre cosas íntimas como su sexualidad. Después de todo, como dijo su amigo Salman Rushdie: «Bruce apenas había empezado. Tan sólo vimos el primer acto».
PREFACIO
Bruce y yo nos conocimos a finales de 1961 en Sotheby's, cuando llegué para trabajar allí un par de años. Era la primera mujer estadounidense que la casa de subastas había contratado en Londres y, como es natural, desperté mucha curiosidad. Poco después Bruce recibió por primera vez el encargo de ir a Nueva York, para estudiar varias colecciones de cuadros cuya venta se estaba considerando. Allí todo le fascinó, sobre todo el opulento y glamouroso grupo de los blancos, anglosajones y protestantes que llevaban toda la vida en la ciudad, entre los cuales causó una gran impresión.
Después de ese viaje (del que volvió con una enorme chaqueta de lana a cuadros, con un sombrero a juego, como las que se pone la gente en el campo para trabajar) empecé a parecerle más interesante.
boomerang
Comentarios