En el libro 'Maquiavelo frente a la gran pantalla', el politólogo Pablo Iglesias Turrión analiza la ideología oculta en una serie de películas.
Que el cine puede ser una herramienta utilísima para la comprensión o el desenmascaramiento de las ideas dominantes o para el conocimiento de la teoría y los mecanismos de la política es algo que resulta incontestable a estas alturas de la película. Eso sí, siempre y cuando el análisis no se quede en la superficie de los argumentos o los temas para entrar a cuestionar también, siguiendo esa premisa godardiana que dice que hacer cine político es también hacerlo políticamente, los mecanismos discursivos, narrativos o formales que ponen en juego esos textos supuestamente reveladores, incorporando así no sólo el quésino también el cómo en el procedimiento analítico.
Es precisamente esta premisa la que parece obviar conscientemente el politólogo asiduo a las tertulias televisivas Pablo Iglesias Turrión, en este libro que no parece buscar tanto adhesiones entre el cinéfilo habitual como en aquellos otros lectores interesados tangencialmente por el cine popular como paciente del que extraer conclusiones sobre el funcionamiento de ciertas ideologías en nuestro tiempo de productos acríticos y consumo irreflexivo.
Con un bagaje teórico que bebe de Maquiavelo, Sade, Weber, Lenin, Gramsci, Benjamin, Rancière o el mediático y espectacular Žižek, Iglesias pone en su mesa de operaciones algunas de las principales preocupaciones de los estudios culturales (la nación, la violencia política, el género, el colonialismo, la posmodernidad capitalista en el Tercer Mundo, el feminismo...) para analizar el tratamiento de ciertos asuntos y teorías políticas a través de algunas películas que, como no podía ser de otra forma, vienen como anillo al dedo: con Žižek y Malraux nos adentramos en la interpretación ideológica del pasado en el cine de memoria histórica, de la polaca Katyn a nuestraBalada triste de trompeta; con Agamben observamos el Dogville de Lars von Trier como trasunto del estado de excepción con licencia para matar; con Fanon leemos Apocaypse Now! en clave poscolonial; con Brecht se revela una cierta estética política entre el documento y la ficción en La batalla de Argel de Pontecorvo; con Harvey nos adentramos en la ciudad-mundo de Amores perros; y con Judith Butler se cuestiona la representación de la feminidad a partir de la Lolita de Kubrick.
También con Žižek, Iglesias concluye que la ideología sigue hoy campando a sus anchas en este supuesto mundo postideológico donde el cine no es sino una más de sus manifestaciones, puede que la más extendida y aún una de las más influyentes.
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