«Me llamo Slawomir Mrozek, pero a causa de las
circunstancias que se produjeron en mi vida hace cuatro años mi nuevo
apelativo será mucho más corto: Baltasar». Con estas palabras comienza
el autor su autobiografía cuando, tras un ictus, sufrió afasia y la
pérdida de la capacidad de escribir. Animado por sus médicos, inició el
recuerdo de su vida para redescubrir su voz y su identidad. El
resultado es una autobiografía inusual, centrada en su infancia y su
primera juventud, llena de sentido del humor y de humanidad. A través
de ella descubrimos el increíble destino de un muchacho que se acabó
convirtiendo en un clásico en vida y en uno de los escritores satíricos
más destacados de su tiempo.
«Ningún otro escritor polaco, a excepción de Stanislaw Lem, ha conseguido convertirse sin discusión en un clásico en vida». Neue Zürcher Zeitung
NOS UNEN
LA MEMORIA Y LA PALABRA
LA MEMORIA Y LA PALABRA
de ANTONI LIBERA
Los escritores escriben
memorias o autobiografías por motivos de lo más diverso.
Mayoritariamente lo hacen porque están convencidos de la importancia e
incluso de la excepcionalidad de su existencia, pero a veces les guía el
afán de apostillar su obra o, en algunos casos, el vicio de escribir.
En el prefacio y en el epílogo de este libro, Sławomir Mrożek nos
anuncia que emprendió la tarea de recopilar sus recuerdos por motivos
terapéuticos. Se trataba de superar la afasia (pérdida de la capacidad
de producir y comprender el lenguaje) que padecía como secuela de un ictus cerebral, a fuerza de explorar metódicamente la memoria y verter sobre el papel
las vivencias, las imágenes y los pensamientos que ésta había
conservado. En las últimas frases, el autor da las gracias a sus
terapeutas y a sus cuidadores por haberle ayudado durante la
convalecencia y expresa el deseo de dedicar el fruto de su trabajo a
«todas las personas afectadas de afasia» con la esperanza de que les resulte útil para superar este trastorno.
La dedicatoria y el mensaje suenan sinceros, aunque no parece que el
autor pretenda seguir los pasos de las «víctimas»-¡tan populares en los tiempos
que corren y tan celebradas por la cultura de masas!-, que, tras haber
medido sus fuerzas con alguna que otra dolencia como el cáncer, el alcoholismo
o la drogodependencia, pregonan a los cuatro vientos su triunfo al
sentirse a salvo adoptando a menudo la postura del iniciado capaz de
reconfortar al prójimo. (Dicho sea entre paréntesis, el consuelo que nos
ofrecen consiste muchas veces en restregarnos discretamente por la cara
su milagrosa curación, o sea, su felicidad). Tengo la sensación de que,
al hacer hincapié en el carácter terapéutico del libro y al destinarlo
en particular a las personas aquejadas del mismo mal que a él le había
tocado en suerte, Sławomir Mrożek hace un gesto cuyo significado va más
allá de una mera expresión de solidaridad con sus colegas en la
desgracia.
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