“La amistad se cosecha porque se
cultiva. Que nadie hace amigos sin hacer enemigos, pero que ningún enemigo
alcanzará jamás la altura de un amigo. Que la amistad es una forma de
discreción: no admite la maledicencia que maldice al que la dice, ni el chisme
que todo lo convierte en basura”
La complejidad contradictoria de
una definición del amor, y por qué no decir, de la amistad, da como resultante
una complicidad de atenuaciones de formas, que a la larga, solo nos queda
decir, que es lo más próximo a nosotros mismos. Las variaciones, discrepancias
o similitudes entre la familia y los amigos determinan las rutas
contradictorias de nuestras vidas. Un día de estos abandonamos el hogar, y solo
nos quedamos al amparo que nos recompensa la amistad, pues la amistad no le
disputa a la familia los inicios de la vida.
Como diría en una ocasión Byron: La amistad es, tristemente, el amor sin
alas, y si la amistad puede convertirse en amor, lo cierto que el amor rara vez
se convierte en amistad.
Lo terrible de la pérdida de la
amistad es el abandono de los días a los que ese amigo les dio sentido, donde
las trincheras del abandono se ahonda mas a medida que pasan los días, como
expresara el pintor John Singer Sargent: Cada vez que pinto un retrato es la
perdida de una amigo. Que de igual modo, llegar a saber que estar junto sin
decir nada es una forma superior de la amistad, que esta experiencia de la
amistad en el silencio reflexivo y respetuoso nos conduce al filo inevitable de
la frontera entre estar con amigos y estar solo separado en nuestras vidas. La
delicada rotura de la amistad no debe ser óbice de un ser que triunfa ante
otra, más bien es el desconocimiento de lo intrínseco del ser.
Es tiempo de regresar a la
amistad sabiendo que exige un cultivo cotidiano a fin de rendir sus frutos
maravillosos, defenderlo contra celos, envidias, temores, que las diferencias
deben dejar ser hojas arrastradas por el riachuelo, sin hacer oposición a la
corriente, pues el trato entre amigos no admite ambición, intolerancia o
mezquindad. Veamos la amistad como modestia digna, imaginación y algo generoso,
que trascienda los límites del mercantilismo, de una fecha. Para el animal no
hay excepciones. Para nosotros, la excepción animal es la regla humana.
Los precios que el mundo le cobra
al amor o a la amistad son múltiples. Pero, como en los teatros y los estudios,
hay precios de entrada diferentes y sillas de preferencia. La mirada es boleto
imprescindible del amor. Por los ojos entra el amor, dice el dicho. Y en
verdad, cuando amamos, todo el mundo huye de nuestra mirada. No ese amor, o esa
amistad impregnada de palabras superfluos, de emitir una emoción fugaz a tu
otro yo, donde mas luego reine el vacio de lo expresado, sino la salida más
acomodada de un momento. Ese no debe ser la máxima y culminación del amor y la
amistad, el sentido de lo exterior del mundo, sino acción continúa de una
expresión que va mas allá, donde la demostración no sea una negación extraña en
medio de la luz.
Eloísa y Abelardo, Robert Jordán
y María en Por quién doblan las campanas,
Adriano y Antínoo en Las memorias de Adriano, Ulises y Penélope, El Conde Drácula
y Mina de Bram Stoker, Helena y Paris, Tristán e Isolda, Ana Karenina y el
Conde Vronski, Otelo y Desdémona, El Quijote y Dulcinea del Toboso, Dante y Beatriz,
Calixto y Melibea, entre un sin número de personajes que han parido la
literatura donde nos recrean un símil del amor y la amistad, en el cual la
calidad se personifica en la atención.
Si por amor y amistad, el decirlo
todos los días, vendrían a ser una solución a la vida del hombre, ya de los
políticos y muchos religiosos estamos upados con sus contantes de palabrerías,
de lo que si están a falta es de una acción, de dar constantemente los pasos a
esa ejecutoria presupuestaria.
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