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Asistencia obligada



Es este un libro prodigioso y terrible, una extraña supervivencia que da noticias de una oscura derrota humana y literaria, la orquestada por los responsables políticos bajo el estalinismo -pero también durante el deshielo de Krushev-, que supieron generar el clima de miedo y sospecha necesario para que todo un nutrido colectivo de intelectuales se plegara a escribir durante décadas sólo sobre lo que el Estado consideraba pertinente. Es esta máquina de aupar mediocres y destrozar "pesimistas", a los Bulgakov, Platonov, Mandelstam, Pasternak, Ajmátova, Olesha o Grossman, la que queda aquí denunciada, y a cuatro manos, por dos escritores que fueron testigos de su sádico funcionamiento. Asistencia obligada no era más que una carpeta llena de fragmentos, bosquejos y retales cuando a principios de los años 70 un moribundo Boris Yampolski se la entregó subrepticiamente a su amigo Ilya Konstantinovski al temer por ella si no regresaba vivo de su enésimo internamiento hospitalario. Muerto el primero, Ilya descubrió el impagable tesoro, un conjunto desordenado de anotaciones que Yampolski había ido redactando durante las interminables reuniones de la Unión de Escritores, citas tragicómicas y grotescas donde se asistía al siniestro ritual de delaciones y autoacusaciones en un clima de terror paralizador y anestesia moral absoluta. Konstantinovski entendió que este legado quebrado e incompleto -como la mayoría de la obra que Yampolski intentó publicar en vida- era en el fondo mucho más que unas memorias, que se trataba de un "fulgurante rayo de luz que penetraba hasta el corazón mismo de un fenómeno nunca descrito por nadie en nuestra literatura", y se impuso la misión de completar la obra del amigo con comentarios y textos de su propia autoría para engrandecer el testimonio y, sobre todo, liquidar para la posteridad ese escrúpulo sobrecogedor que había atenazado los últimos años de Yampolski al susurrarle con compulsión la inanidad de una vida cobarde y yerma. 

Así, Asistencia obligada es por un lado el vestigio de la perversión soviética escrito por un Yampolski satírico y melancólico que ejercita la mirada kafkiana, al desgranar el concepto de reunión o describir la realidad y particular proxémica del salón de actos, y la afila con la amarga ironía de quien sabe hacer pasar a poderosos y escurridizos por un mismo espejo deformante que revela la deshumanización última de todos ellos, incluso de él mismo: un bestiario infame que se pavonea con crueldad frente a un auditorio de mosquitos, pulgones y hormigas; son las "reuniones-degollantes", "las reuniones matadero", donde se escuchan las "palabras-escamas", las "palabras-sanguijuelas". Por otro, es el atento ejercicio de la paráfrasis por parte de un Konstantinovski que amplía y contextualiza el texto original de su amigo y lo pone en perspectiva a través del relato de sus encuentros, en especial de aquellos que se produjeron en el inefable Hogar del Escritor, la colonia vacacional donde ambos coincidieron durante años, y que se extraen de sus Cuadernos de Peredélkino. La descripción de este microcosmos que comparten escritores encumbrados por el régimen -que disfrutan de sus dachas particulares- y el resto de la profesión -en barracones donde convivían delatores con víctimas de largas condenas- compone sin duda uno de los pasajes más inolvidables, por triste y lamentable, de este entrelazamiento de recuerdos: qué estampa la de los antiguos reclusos, intelectuales encarcelados sin culpa alguna durante años, y que devueltos a la normalidad sólo podían establecer entre ellos relaciones de animadversión al interpretar de distinta manera aquello que se les había venido inexplicablemente encima. 

La edición de Asistencia obligada, no exenta de anécdotas rocambolescas, se presenta ahora entre nosotros gracias a Ediciones del Subsuelo, que completa el original ruso, en su día sometido a recortes sospechosos, con la traducción francesa llevada a cabo en Suiza gracias a las precauciones de Konstantinovski. Como coda definitiva de esta historia de desesperación y valor se incluye en el volumen uno de los textos que Yampolski dedicó -como hiciera con Platonov en un discurso prohibido o con Olesha en el libro ¡Viva el mundo sin mí!- a sus más sufridos correligionarios. Se trata deÚltimo encuentro con Vasili Grossman, un descorazonador lamento por el oprobio sufrido por el autor de Vida y destino donde Yampolski mastica remordimientos al tiempo que describe su emotiva amistad con el escritor, enclaustrado como él mismo en un minúsculo tabuco, sometido a vigilancia y desposeído de la obra de su vida. No tiene desperdicio, en este sentido, la conversación que aquí se menciona entre el ideólogo Mijail Suslov -y es que esta es una obra donde se dan nombres y apellidos- y el propio Grossman cuando su novela ya había sido secuestrada y le negaban hasta la devolución de los borradores. Fue entonces cuando el burócrata le dijo que no eran tiempos para poner en duda la Revolución de Octubre, y que, como muy pronto, la novela podría ver la luz después de doscientos o trescientos años. Reír y llorar.

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