Una novela absorbente destinada a convertirse en un clásico
La crítica ha dicho...
«Una historia salvaje e impactante del amor perdido y recuperado.» Christopher Hope, The Guardian
«El modo en que Theroux eleva la sensación de amenaza es magistral... Theroux jamás ha escrito una novela mejor que En Lower River.» Mark Sanderson, The Telegraph
«Una lectura que te hace reflexionar, y a veces te incomoda. Ya no se escriben muchos libros como éste.» Andrew Ervin, San Francisco Chronicle
«En Lower River es apasionante en su forma de narrar una historia, y provocativa en su reflejo del escenario africano.» Patrick McGrath, The New York Times
«El mejor Theroux sigue siendo ese autor que atrae de un modo adictivo, incansablemente curioso y perceptivo, resistente, dicharachero y, en ocasiones, muy divertido.» William Dalrymple, The Washington Post
«El bestiario humano raramente ha encontrado a un observador más vívido.» Time
Ellis Hock siempre descartó la posibilidad de volver a África. Propietario de una tienda de ropa de caballero
en un pueblo de Massachusetts, sigue soñando con su edén particular:
los cuatro años que pasó en Malaui como voluntario de los Cuerpos de
Paz. Cuando su mujer lo abandona, decide regresar a la aldea en la que
vivió, en la remota región de Lower River, donde cree que puede
recuperar la felicidad. Sin embargo, a su llegada la realidad va a
resultar muy distinta a la esperada. Pronto descubrirá la mentira y la
estafa, se adentrará en el corazón de las tinieblas y su idealizado
retorno se convertirá en una carrera contra la muerte.
«Una historia salvaje e impactante del amor perdido y recuperado.» Christopher Hope, The Guardian
«El modo en que Theroux eleva la sensación de amenaza es magistral... Theroux jamás ha escrito una novela mejor que En Lower River.» Mark Sanderson, The Telegraph
«Una lectura que te hace reflexionar, y a veces te incomoda. Ya no se escriben muchos libros como éste.» Andrew Ervin, San Francisco Chronicle
«En Lower River es apasionante en su forma de narrar una historia, y provocativa en su reflejo del escenario africano.» Patrick McGrath, The New York Times
«El mejor Theroux sigue siendo ese autor que atrae de un modo adictivo, incansablemente curioso y perceptivo, resistente, dicharachero y, en ocasiones, muy divertido.» William Dalrymple, The Washington Post
«El bestiario humano raramente ha encontrado a un observador más vívido.» Time
Parte 1
La despedida
1
La esposa de Ellis Hock le regaló un teléfono nuevo por su cumpleaños. Un teléfono inteligente, le dijo.
-Y
¿sabes qué? -era algo coqueta y teatral a la hora de dar los regalos, y
solía hacer pausas, con guiño desamparado incluido, para que él le
dedicara toda su atención-. Te va a cambiar la vida.
Hock
sonrió, porque cumplía sesenta y dos años, una edad en la que no se
producen cambios trascendentales sino sólo discretas mermas.
-Tiene
un montón de funciones -siguió diciendo Deena. A él el artilugio le
pareció una frivolidad, un juguete costoso y frágil-. Y te servirá para
la tienda -Hock vendía ropa para caballero en Medford Square.
Él comentó que su teléfono estaba bien. Una especie de pequeño puño eficiente, con tapa y una función.
-Me lo vas a agradecer.
Él
se lo agradeció, y luego sopesó el teléfono viejo en la mano, como para
llevarle la contraria, mostrándole que su vida no estaba cambiando.
A fin de probar que ella tenía razón (su entrega de regalos
podía tomar una deriva hostil a veces, y éste parecía ser uno de esos
casos), Deena se quedó con el teléfono nuevo, aunque lo registró a
nombre de él, y para cumplimentar el trámite escribió la cuenta de
correo electrónico de Hock. En cuanto se dio de alta, recibió de golpe
todos los correos electrónicos de esa cuenta en el último año, cada uno
de los mensajes que su marido había recibido y enviado, millares de
ellos, incluso los que él creía haber eliminado, muchos enviados por
mujeres, una buena porción en tono afectuoso, en una revelación tan
completa de su vida privada que él se sintió como si le hubiesen
arrancado el cuero cabelludo; peor que eso, como si lo hubieran sometido
a la clase de magia negra llamada mganga que él había conocido
en África hacía tiempo, con un brujo sanador y adivinador que lo ponía
del revés, y el escurridizo amasijo de sus entrañas apestosas
desparramado por el suelo. Ahora era un hombre sin secretos o, mejor
dicho, con todos sus secretos expuestos al escrutinio de la mujer con la
que llevaba casado treinta y tres años, para la cual esos secretos
suyos representaban noticias dolorosas.
-¿Quién eres tú?
-le inquirió Deena, una fórmula interrogativa que tenía que haber oído
en algún lado... ¿En qué película? Pero era ella la que se comportaba
como alguien desconocido: los ojos fieros y gelatinosos, las manos
furiosas que esgrimían el teléfono como si fuera un arma, y todas sus
facciones marcadas y fijas en él: una cara púrpura y cremosa que era la
expresión de la ira-. ¡Me has hecho daño! -y parecía herida de verdad.
Tanta desazón despertó la compasión de Hock, y también el miedo, como si
la hubiera encontrado bebida.
Hock vaciló ante
la mujer enfadada que quería saberlo todo, pero en realidad ella ya lo
sabía todo, pues sus pensamientos más íntimos se alojaban en ese
teléfono. Deena desconocía el porqué, él también. Ella exigía a gritos
detalles y explicaciones.
-¿Quién es Tina? ¿Quién es Janey?
¿Cómo
podía negar lo que la pantalla de su teléfono nuevo mostraba sin
tapujos, todos esos mensajes encubiertos, enviados y recibidos, de los
que ella no había tenido constancia alguna?
-¡Tienes veneno en la lengua! ¡Firmabas «con amor»!
Él
se dio cuenta, primero con alivio y casi con hilaridad, luego con
horror y finalmente con tristeza, de que la única cosa segura en su vida
era que su matrimonio estaba cerca del fin.
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