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El precio de la desigualdad

El 1 % de la población disfruta de las mejores viviendas, la mejor educación, los mejores médicos y el mejor nivel de vida, pero hay una cosa que el dinero no puede comprar: la comprensión de que su destino está ligado a cómo vive el otro 99 %. A lo largo de la historia esto es algo que esa minoría solo ha logrado entender... cuando ya era demasiado tarde.

Las consecuencias de la desigualdad son conocidas: altos índices de criminalidad, problemas sanitarios, menores niveles de educación, de cohesión social y de esperanza de vida. Pero ¿cuáles son sus causas, por qué está creciendo con tanta rapidez y cuál es su efecto sobre la economía? El precio de la desigualdad proporciona las esperadas respuestas a estas apremiantes cuestiones en una de las más brillantes contribuciones de un economista al debate público de los últimos años.

El premio Nobel Joseph Stiglitz muestra cómo los mercados por sí solos no son ni eficientes ni estables y tienden a acumular la riqueza en manos de unos pocos más que a promover la competencia. Revela además cómo las políticas de gobiernos e instituciones son propensas a acentuar esta tendencia, influyendo sobre los mercados en modos que dan ventaja a los más ricos frente al resto. La democracia y el imperio de la ley se ven a su vez debilitados por la cada vez mayor concentración del poder en manos de los más privilegiados.

Este libro constituye una contundente crítica a las ideas del libre mercado y a la dirección que Estados Unidos y muchas otras sociedades han tomado durante los últimos treinta años, demostrando por qué no es solo injusta sino además insensata. Stiglitz ofrece esperanza en la forma de un concreto conjunto de reformas que contribuirían a crear una sociedad más justa y equitativa, además de una economía más sólida y estable.

«El libro es un modelo de claridad, pero esa es sólo una de sus virtudes. Otra es cómo Stiglitz enmarca el problema; no parte del lugar de la "enorme desigualdad es un hecho de la vida en nuestro sistema de libre mercado, y así es como debe ser". Parte de un lugar mucho más interesante, franco y humano: "Esto está ocurriendo. ¿Por qué? ¿Está funcionando el mercado sin complicaciones o alguien se está aprovechando de su poder?  Y por encima de todo, ¿está la sociedad mejor o peor?» Rolling Stone

«El precio de la desigualdad es una poderosa súplica para la puesta en práctica de lo que Alexis de Tocqueville denominó "interés propio bien entendido".» The Guardian 

«El precio de la desigualdad pone de manifiesto el don de Stiglitz para interpretar y exponer los temas complejos  de la economía con un escritura accesible a un público no especializado amplio.» NewStatesman

«A esa rabia algunas veces incoherente, que se ha visto en "Occupy Wall Street" y en los "indignados" de España, Stiglitz le da forma, contenido, fluidez y autoridad.» The Guardian

PREFACIO
En la historia hay momentos en que da la impresión de que por todo el mundo la gente se rebela, dice que algo va mal, y exige cambios. Eso fue lo que ocurrió en los tumultuosos años de 1848 y 1968. La agitación que tuvo lugar en ambos casos marcó el comienzo de una nueva era. Puede que el año 2011 resulte ser otro de esos momentos.
     Un levantamiento juvenil que comenzó en Túnez, un pequeño país situado en la costa septentrional de África, se extendió a Egipto, un país cercano, y después a otros países de Oriente Próximo. En algunos casos, parecía que la chispa de la protesta iba a apagarse, por lo menos temporalmente. Sin embargo, en otros países aquellas tímidas protestas precipitaron un cambio social radical, y provocaron el derrocamiento de dictadores consolidados desde hacía décadas, como Hosni Mubarak en Egipto y Muamar el Gada& en Libia. Poco después, la gente de España y Grecia, del Reino Unido y de Estados Unidos, y de otros países de todo el mundo, encontraron sus propios motivos para echarse a las calles.
     A lo largo de 2011, acepté gustosamente invitaciones para viajar a Egipto, a España y a Túnez y me reuní con los manifestantes en el parque del Retiro de Madrid, en el parque Zuccotti de Nueva York y en El Cairo, donde hablé con hombres y mujeres jóvenes que habían estado en la plaza Tahrir.
     Al hablar con ellos me fui dando cuenta de que, aunque las quejas específicas variaban de un país a otro -y en particular las quejas políticas de Oriente Próximo eran muy distintas de las de Occidente-, había algunos temas comunes. Había un consenso generalizado de que en muchos sentidos los sistemas económico y político habían fracasado y de que ambos sistemas eran básicamente injustos. 

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