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Cuando los dioses duermen

Helena, en el crepúsculo de su vida, se ha quedado sola. Su hija, su marido y su hermana han muerto, como el mundo burgués, feliz y burbujeante que desapareció con la Gran Guerra y que fue enterrado en sus trincheras. Los diálogos que mantiene con Rachida, su joven enfermera, son su único punto de contacto con el mundo contemporáneo. Y los recuerdos que evoca, aunque vivificados por un espíritu que conserva su antigua chispa, son sólo espejismos en las manos arrugadas de una jovencita. La historia privada y la colectiva se imbrican en un friso delicado y monumental, cincelado con mano maestra por uno de los más sobresalientes escritores europeos, que restituye, con sabiduría de poeta, la constante evanescencia y la paradoja de unos tiempos y unos mundos en naufragio que conviven con el despertar de la sensualidad de una chiquilla. 

"La calidad literaria de Erwin Mortier merece la atención del lector español. Es un escritor con historias que contar y poseedor de un instrumento verbal envidiable, tanto que esta reseña podría hacerse a base de citas". Germán Gullón, El Mundo

"Estamos ante una obra prousiana, impresionista en cuanto al registro detallado y permanente de sensaciones, al sostenido fluir de la conciencia, a la narración anárquica de los sucesos y al paradójico manejo del tiempo, dirigido siempre por y desde la sensibilidad del narrador. Una obra singular este libro de las esquirlas de la memoria, de las migajas de la conciencia". Fulgencio Argüelles, El Comercio

"Novela imprescindible para quien haya sentido cómo palpitan (dolorosamente) las sensaciones en el cuerpo y se haya visto incapaz de escupirlas. De arrojárselas a quien sea. Aquí, eso Mortier lo domina. Apuntando poéticamente hacia todas las direcciones. Saltando tiempos. Cuando los dioses duermen es el desgarrador registro de las emociones de una mujer. Con Erwin Mortier, las palabras siguen teniendo algo qué contar. Aunque al final no haya postre. ¿Acaso hacía falta? Patricia Blanco, La Voz de Galicia

"Con una prosa en la que abunda la descripción poética, la novela sigue los cauces de la memoria y aunque el sujeto es histórico, no es una novela histórica, es un viaje a través de los recovecos del tiempo". Gara

"Un friso poético y delicado que nos enseña cómo, al final, las grandes historias de amor privadas pueden acabar siendo parte de las colectivas". Elle

"Una narración de corte proustiano, no solo por su recurso a la memoria o el constante uso de sugerentes metáforas como características generales, sino, en particular, por la ingenua fascinación que la guerra ejerce en algunos momentos sobre los personajes principales. Todo un proyecto ejecutado, por momentos, de forma magistral, que ha contado con la inestimable ayuda de la traducción de Goedele de Sterck". Rafael Martín, El Placer de la Lectura  

«Una sensibilidad poética única a través de los recovecos del tiempo. Un sutil canto de amor y de muerte». Livres Hebdo

«A través de los recuerdos de una vieja dama, aborda la Gran Guerra, la explosión de los sentimientos y de cierta Bélgica. Las cicatrices, visibles e invisibles, vibran en el corazón de esta sublime novela».
L'Express

Erwin Mortier habla de Cuando los dioses duermen
Entrevista a Erwin Mortier en El País

PÁGINAS DEL LIBRO
Siempre me he estremecido ante el acto de comenzar. Ante la primera palabra, el primer roce. El desasosiego al hilvanar la primera frase y, después de la primera, la segunda. El desasosiego, y la excitación, como si retirase el lienzo bajo el cual se ocultara un cuerpo: dormido, o muerto. Y al mismo tiempo, el deseo, o la ilusión, de transformar la pluma en arado y de labrar la hoja recién escrita hasta dejarla en blanco, atravesando las líneas de tinta, surco tras surco. Volviendo la vista atrás, descubriría entonces un campo pálido, con vestigios sacados a la superficie por el arado: baldes herrumbrosos, trozos de alambre, astillas de hueso, una granada sin estallar, una alianza.

   Daría casi cualquier cosa por descender a la sima de nuestras historias, por descolgarme hasta sus oscuros pozos, viendo pasar uno a uno los estratos a la luz de un candil. Todo cuanto ha atesorado la tierra: cimientos, barrotes, raíces de árboles, platos soperos, cascos de soldado, esqueletos de animales y personas en un caos calmoso, el remolino solidificado en corteza terrestre que nos ha engullido.

    Lo llamaría el libro de las esquirlas, de los huesos y las migas, de las hileras de árboles y los muertos a la entrada del sótano, y de la bacanal en la mesa larga. El libro, también, del fango, de la placenta. El fango amorfo, las ciénagas y la matriz. 

     Agradezco al mundo que siga habiendo marcos de ventana, chambranas de puerta, zócalos, dinteles, y el consuelo del tabaco, y del café solo y de los muslos masculinos, nada más. Llega un día en que somos demasiado viejos para cargar con nosotros mismos hora tras hora de camino a la tumba, para musitar el Dies irae en soportales, esquinas y plazas ante todas esas siluetas que se han despegado de nosotros desde hace tiempo para sumirse en un cenagal en el que se hunden los dedos de los pies. Conforme vamos envejeciendo no vemos ya personas a nuestro alrededor, sino sólo ruinas en movimiento. Los muertos saben encontrar siempre alguna puerta trasera o la ventana de una cocina para entrar a escondidas y atormentar con sus convulsiones la carne más lozana.

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