"La
calidad literaria de Erwin Mortier merece la atención del lector
español. Es un escritor con historias que contar y poseedor de un
instrumento verbal envidiable, tanto que esta reseña podría hacerse a
base de citas". Germán Gullón, El Mundo
"Estamos
ante una obra prousiana, impresionista en cuanto al registro detallado
y permanente de sensaciones, al sostenido fluir de la conciencia, a la
narración anárquica de los sucesos y al paradójico manejo del tiempo,
dirigido siempre por y desde la sensibilidad del narrador. Una obra
singular este libro de las esquirlas de la memoria, de las migajas de
la conciencia". Fulgencio Argüelles, El Comercio
"Novela
imprescindible para quien haya sentido cómo palpitan (dolorosamente)
las sensaciones en el cuerpo y se haya visto incapaz de escupirlas. De
arrojárselas a quien sea. Aquí, eso Mortier lo domina. Apuntando
poéticamente hacia todas las direcciones. Saltando tiempos. Cuando los dioses duermen
es el desgarrador registro de las emociones de una mujer. Con Erwin
Mortier, las palabras siguen teniendo algo qué contar. Aunque al final
no haya postre. ¿Acaso hacía falta? Patricia Blanco, La Voz de Galicia
"Con
una prosa en la que abunda la descripción poética, la novela sigue los
cauces de la memoria y aunque el sujeto es histórico, no es una novela
histórica, es un viaje a través de los recovecos del tiempo". Gara
"Un
friso poético y delicado que nos enseña cómo, al final, las grandes
historias de amor privadas pueden acabar siendo parte de las
colectivas". Elle
"Una narración de
corte proustiano, no solo por su recurso a la memoria o el constante
uso de sugerentes metáforas como características generales, sino, en
particular, por la ingenua fascinación que la guerra ejerce en algunos
momentos sobre los personajes principales. Todo un proyecto ejecutado,
por momentos, de forma magistral, que ha contado con la inestimable
ayuda de la traducción de Goedele de Sterck". Rafael Martín, El Placer de la Lectura
«Una sensibilidad poética única a través de los recovecos del tiempo. Un sutil canto de amor y de muerte». Livres Hebdo
«A través de los recuerdos de una vieja dama, aborda la Gran Guerra, la explosión de los sentimientos y de cierta Bélgica. Las cicatrices, visibles e invisibles, vibran en el corazón de esta sublime novela». L'Express
«A través de los recuerdos de una vieja dama, aborda la Gran Guerra, la explosión de los sentimientos y de cierta Bélgica. Las cicatrices, visibles e invisibles, vibran en el corazón de esta sublime novela». L'Express
Entrevista a Erwin Mortier en El País
PÁGINAS DEL LIBRO
Siempre me he estremecido ante el acto de comenzar. Ante la primera
palabra, el primer roce. El desasosiego al hilvanar la primera frase y,
después de la primera, la segunda. El desasosiego, y la excitación, como
si retirase el lienzo bajo el cual se ocultara un cuerpo: dormido, o
muerto. Y al mismo tiempo, el deseo, o la ilusión, de transformar la
pluma en arado y de labrar la hoja recién escrita hasta dejarla en
blanco, atravesando las líneas de tinta, surco tras surco. Volviendo la
vista atrás, descubriría entonces un campo pálido, con vestigios sacados
a la superficie por el arado: baldes herrumbrosos, trozos de alambre,
astillas de hueso, una granada sin estallar, una alianza.
Daría casi cualquier cosa por descender a la sima de nuestras
historias, por descolgarme hasta sus oscuros pozos, viendo pasar uno a
uno los estratos a la luz de un candil. Todo cuanto ha atesorado la
tierra: cimientos, barrotes, raíces de árboles, platos soperos, cascos
de soldado, esqueletos de animales y personas en un caos calmoso, el
remolino solidificado en corteza terrestre que nos ha engullido.
Lo llamaría el libro de las esquirlas, de los huesos y las migas, de
las hileras de árboles y los muertos a la entrada del sótano, y de la
bacanal en la mesa larga. El libro, también, del fango, de la placenta.
El fango amorfo, las ciénagas y la matriz.
Agradezco al mundo que siga habiendo marcos de ventana, chambranas de
puerta, zócalos, dinteles, y el consuelo del tabaco, y del café solo y
de los muslos masculinos, nada más. Llega un día en que somos demasiado
viejos para cargar con nosotros mismos hora tras hora de camino a la
tumba, para musitar el Dies irae en soportales, esquinas y
plazas ante todas esas siluetas que se han despegado de nosotros desde
hace tiempo para sumirse en un cenagal en el que se hunden los dedos de
los pies. Conforme vamos envejeciendo no vemos ya personas a nuestro
alrededor, sino sólo ruinas en movimiento. Los muertos saben encontrar
siempre alguna puerta trasera o la ventana de una cocina para entrar a
escondidas y atormentar con sus convulsiones la carne más lozana.
Boomerang
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