Afortunadamente, cuentan con
la ayuda de cuatro trabajadores de la Universidad: Trev, un simpático
gamberro que lleva el fútbol en la sangre; Juliet, una hermosísima chica
algo pánfila, pero de buen corazón, cuyo debut como modelo
revolucionará el mundo de la moda; Glenda, la imprescindible cocinera de
noche; y el hacendoso señor Nutt, cuyos orígenes son un misterio para
todos, incluso para él mismo. Al acercarse el día del gran partido estas
cuatro vidas se verán enredadas y cambiadas para siempre, mientras que
el juego que tanto fervor despierta entre sus conciudadanos quedará
sutil pero inconfundiblemente transformado.
Otra
encantadora novela en clave de humor ambientada en el universo
fantástico del Mundodisco. Terry Pratchett vuelve su mirada
inconfundiblemente aguda hacia la universal afición por el fútbol y las
rivalidades entre individuos de bandos opuestos u orígenes dispares.
¡Olé, olé, olé, olé, olé...!
"El tema es el fútbol, con un toque de Romeo y Julieta... exactamente lo que se necesita para levantar el ánimo..." Daily Express
"Más allá de su universo fantástico Terry Pratchett plantea temas actuales muy reales y marca muchos goles." The Times
PÁGINAS DEL LIBRO
Era medianoche en el Real Museo de Arte de Ankh-Morpork.
Al nuevo empleado Rudolph Disperso se le ocurría más o menos una vez
por minuto que, bien pensado, quizá habría sido buena idea informar al
conservador de su nictofobia, de su miedo a los ruidos extraños y de su
recién descubierto temor a absolutamente todo lo que pudiera ver (y, ya
puestos, no ver), oír, oler y notar trepando por su espalda durante las
interminables horas de vigilancia nocturna. No servía de nada decirse a
sí mismo que todo cuanto había allí estaba muerto. No era ningún
consuelo porque significaba, si acaso, que él destacaba.
Y entonces oyó el sollozo. Un grito tal vez habría sido mejor. Por lo
menos cuando se oye un grito no quedan dudas. Un tenue sollozo obliga a
quedarse esperando a que se repita para estar seguro.
Alzó la linterna con una mano temblorosa. No tendría que haber
nadie en el edificio. Estaba cerrado a cal y canto y nadie podía entrar.
Ni, ahora que lo pensaba, salir. Ojalá no hubiera caído en eso.
Estaba en el sótano, que no se contaba entre los puntos más temibles de
su ronda. Contenía sobre todo estanterías y cajoneras viejas, llenas de
trastos que estaban casi, pero sin duda no del todo, para tirar. A los
museos no les gusta tirar trastos, por si más adelante resultan ser muy
importantes.
Boomerang
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