La enfermedad terminal de una mujer cuyo primer recuerdo era una paliza fue el detonante de la historia que su hijo empezó a redactar para sobrellevar las noches de hospital. "Tuve que vencer una vergüenza personal y otra literaria", dice el escritor por teléfono desde Saltillo. "Lo autobiográfico tiene esquinas difíciles". "Madre solo hay una. Y me tocó", reza la cita que abre Canción de tumba. Lo que le sigue es un torrente de nomadismo prostibulario, casas malconstruidas por sus propios inquilinos, desahucios y violencia. "Lo malo de ser el hijo de una puta es que, cuando eres niño, muchos adultos actúan como si la puta fueras tú. Mi hermano mayor tuvo que salvarme de ser violado al menos en tres ocasiones antes de que me graduara de primaria", escribe Herbert, que insiste en que su mayor preocupación no fue qué contar sino cómo hacerlo: "No quería hacer una autobiografía sino algo que funcionase literariamente".
Dice el novelista que "todo abismo tiene sus canciones de cuna", y por eso subraya que ha querido huir de la "ideología" del dolor: "El dolor es intransmisible, solo admite cómplices. Plantearse otra cosa solo sirve para hacer novelas chantajistas". Tal vez por eso su libro tiene algo de sangrante canción de amor no exenta de redención. La palabra no le convence: "Redención, no. Uno es mejor o peor escritor por lo que hace con lo que le tocó. Tengo amigos nacidos en familias felices que son grandes escritores por otra clase de cicatrices. No reivindico ni la pobreza ni el sufrimiento. Con cualquier vida se puede construir un universo literario".
Efectivamente, con un estilo como el suyo, daría igual que Julián Herbert estuviera relatando la vida de la Madre Teresa. Para muchos de los que van a sus conciertos, avisa, la literatura es una lengua muerta. La suya, sin embargo, se alimenta de poesía culta, oralidad callejera y anglicismos sin mala conciencia: "No renuncio a la literatura, pero eso hoy significa algo más que escribir bien. Escribir solo para ser comprendido achata el lenguaje, le quita filo. ¿Los anglicismos? En México todo es frontera".
En Canción de tumba la vida de los personajes va acompañada por una decepcionante sucesión de Gobiernos. Así, asoció a López Portillo el desahucio de sus 12 años : "Le tengo un resentimiento infantil. El desamparo vino de un presidente con discurso de izquierdas". De aquel naufragio rescató un libro de Oscar Wilde y admite que la literatura le salvó de "muchas cosas", pero matiza: "Como a cualquiera. Los libros son más generosos que los hombres". Su manuscrito no lo leyó ninguno de los que salen en él. "No lo voy a leer nunca", le dijo su mujer. Es ella la que en un momento del relato le pide: "Cuéntame ahora un recuerdo feliz".
El País
Comentarios