Juan José Millás reúne en 'Articuentos completos' una selección de su obra periodística, escritos en los que el narrador aspira a esquivar los lugares comunes y a contar la realidad cotidiana "como si fuera un misterio".
Juan José Millás recuerda que ya de pequeño, cuando veía a su padre leer el periódico con toda la normaliad del mundo, a él todas aquellas hojas que trataban de ordenar y contar la realidad le parecían un "artefacto maravilloso". Pero nunca le interesaron especialmente las "crónicas del Consejo de Ministros", su manera de referirse a lo que en el argot más bien endogámico del mundillo se conoce como secciones duras, por oposición a las blandas, el eufemismo que esa misma lógica capciosa emplea para hablar de los asuntos supuestamente inútiles. "A mí lo que de verdad me gustaba eran los artículos periféricos", dice el escritor, que acaba de publicar una extensa selección -el volumen, publicado por Seix Barral, roza el millar de páginas- de sus artículos periodísticos.
"Jamás he tenido la sensación de que escribir artículos sea una ocupación menor y tampoco he cedido nunca a la tentación de verlo como algo alimenticio. Yo me juego la vida en cada columna", dice el autor, que presentó ayer en Sevilla el libro, titulado Articuentos completos por su evidente condición híbrida. "Y no me importa que digan que éste es el mejor Millás", afirma cuando se le pregunta si le molesta esa percepción, compartida por no pocos de sus lectores, o si considera que esa opinión supone una afrenta al orgullo del novelista que siempre ha sido, mucho antes de iniciar su fructífera relación con los papeles diarios.
"Lo que pasa es que está mal visto que uno haga bien dos cosas, no digamos ya tres. Estoy muy orgulloso de haber llegado al periodismo aunque cuando empecé a escribir jamás estuvo en mi horizonte, quizás por el respeto que le tenía", añade el autor de Visión del ahogado, El desorden de tu nombre o La soledad era esto. Un terreno, por otro lado, en el que siempre se ha desenvuelto como si se tratara de un laboratorio de su voz literaria: "He experimentado mucho en los periódicos y jamás me lo ha reprochado nadie. Me gusta pensar que los lectores encuentran en mis columnas una especie de oasis", afirma Millás, que asume como una "obligación" el propósito de "salirse de los lugares comunes". "En las columnas hay un exceso de política y de clichés. Y es que es muy fácil aplicar una plantilla a la hora de escribirlas. Nunca he escrito una columna por oficio. Y además ¿qué es un artículo correcto? Yo creo que no hay nada peor que un artículo correcto".
El escritor valenciano no está "seguro de que las cosas sucedan una detrás de otra y mucho menos seguro de que la primera sirva de explicación de la segunda", por lo que el libro está ordenado no de modo cronológico, sino en bloques temáticos que resumen a la perfección sus "obsesiones". El cuerpo, la mente y el lenguaje -el lenguaje, dice, o cómo "el lenguaje no lo conquistamos, sino que él nos conquista a nosotros, que estamos colonizados por él"- son algunas de las vías a través de las cuales este escritor, que está convencido de que "la ciencia es una lucha contra la percepción", se aproxima "a lo de todos los días, pero haciendo que parezca un misterio", siempre atento a las zonas de sombra que suelen existir en nuestros actos, y siempre dispuesto a evidenciar sobre qué débiles cimientos se sostienen esas gigantescas convenciones sociales conocidas como realidad y normalidad.
Instalado en la duda y la extrañeza, Millás sospecha de toda frontera. También de la que, para muchos, separa la literatura del periodismo. Una frontera que nunca ha dejado de alimentar el viejo debate y que, aunque sea para negarla, siempre acaba surgiendo. "Puede funcionar a efectos metodológicos, pero para mí es una frontera artificial -dice-. Siempre me sorprendo cuando un periodista da por hecho que yo soy escritor y él no. Un periodista se gana la vida escribiendo y utiliza la lengua y sus recursos retóricos. Si un texto es bueno, es literatura".
Para ilustrar su teoría, recurre al caso de Un día de trabajo, la pieza de Música para camaleones en la que Truman Capote relató una jornada visitando las otras casas en las que trabajaba su señora de la limpieza. "Muchas veces sabe uno que está leyendo un reportaje o un cuento porque lo pone arriba. Por eso nunca he sabido si este texto es un cuento o un reportaje", dice este apasionado del Nuevo Periodismo, esa efervescente corriente de los años 60 que surgió, sostiene, "cuando los periódicos empezaron a hacerlos señores con espíritu de funcionarios" y la literatura, por su parte, "se estaba intelectualizando mucho". Y además, concluye, "no puede uno contar todo lo que ve y todo lo que oye. Es necesaria una selección, y además brutal. No puede uno decir: llegué allí, entré con el pie izquierdo, vi a la compañera del ABC, la saludé, luego me senté... Cuando uno escribe, en un periódico o donde sea, realiza una operación de manipulación, pero en el buen sentido, porque no hay más remedio que manipular, hay que seleccionar al servicio del sentido", y para Millás en eso consiste la escritura, más allá del tipo de papel que la contenga: en "alumbrar significados".
diariodesevilla.es
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